Indignación

24 de octubre 2025 - 03:07

Tenía en mente una columna donde iba a relatar la indignación que sentía por esa persona, a la que tanto apreciaba, que te da la espalda porque el favor número veintiuno no has podido hacérselo; sin embargo, un sofoco mucho mayor me ha producido la trágica noticia del suicidio de la preadolescente Sandra Peña. Hace bastantes años edité en prensa un meticuloso artículo exponiendo la problemática del acoso escolar. La detección a tiempo era el quid de la cuestión. Luego venía el obligado protocolo de acción, dictado por leyes y normativas varias cuyo objetivo esencial era la protección del menor. Como siempre, y en este caso, las verdugas se convierten en víctimas y son el objetivo principal de dicha protección. En tanto, el cuerpecito de un ángel empieza a marchitarse. Nuestra hipócrita sociedad es así. Soslayan la responsabilidad de las otras menores para centrarla exclusivamente en el centro educativo. Ni siquiera los padres son señalados. Hay que empezar diciendo, para los neófitos, que los docentes se hallan saturados de alumnos. La ratio es cada vez más amplia.

Los alumnos acosadores saben perfectamente cuándo y dónde vejar al compañero o compañera, esto es, pasillos o servicios a donde la visión del profesorado no llega. Los padres y madres de las acosadoras seguramente no se enteren porque estas chicas vean este tipo de actitudes en casa. El padre y la madre de la víctima denunciaron los hechos en repetidas ocasiones. Ni el centro, ni la administración estuvieron acertados. Normalmente se hallan atados de pies y manos para poder actuar con celeridad por los lentos protocolos. Como cuando sucede un nuevo asesinato por violencia de género. Solo hay unión para la foto protocolaria. Nuestra sociedad se pudre lentamente entre los empaques de los bárbaros, entre las leyes que se desentienden de los deberes y exprimen tan solo los derechos. Los que consideran que están exclusivamente para ser servidos. Los que exigen y no ofrecen. Ingratitud, barbarie y acoso parece que fueran de la mano en esta agria reflexión. Las verdugas sufrirán unos días la reprimenda de los padres o las madres. Y dirán que no era para tanto. Que solo bromeaban. Y la ley mansa caerá sobre sus cabezas cabizbajas y mostrarán o fingirán arrepentimiento. Pasarán una temporadita alicaídas y seguramente dejen de acudir al colegio un trimestre, quizás repitan curso. Y, quizás, ya le hayan echado el ojo a otra víctima porque es un poco gordita o un poco hombruna o un poco empollona.

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