El acento

Juan Carlos López Eisman

De cómo nos juntamos

MÁS o menos así ha ocurrido: al principio fueron las etnias y los lazos naturales, diríamos genéticos, los que nos llevaron a vivir juntos. Después, al aumentar los miembros de los grupos originarios, empezamos compartiendo la existencia en un clan, una horda, una tribu… Luego vinieron las que llamamos ciudad-estado, después los dominios de unas sobre otras que acabaron en los imperios, los reinos, los sistemas feudales… Y ese tejer y destejer aconteció empujado por acciones bélicas de dominio, que llamamos simplemente guerras, invasiones, búsqueda de la subsistencia, agrupamientos por etnias, culturas, civilizaciones... Muy pronto también comenzaron las migraciones, los extranjeros (con o sin papeles) los mestizajes. Y, en la última fase hasta el momento, llegaron los Estados actuales como una nueva fórmula de convivencia, con soluciones más racionales a los problemas comunes pero con un pecado original, ahí latente y conflictivo, el de su constitución, el de su origen.

En su funcionamiento interno quedan algunas graves lagunas enmarañadas y espinosas que no acaban de solucionarse pero las legitimidades de ese arranque chirrían cada día: unos se hicieron de acuerdo a lo que había pasado, su historia; otros por acuerdos de los que llaman diplomáticos; algunos simplemente mediante el trazado de una raya en el mapa; y en la mayoría de los casos como resultado de guerras, invasiones y similares, o sea, por el argumento obvio de la ley del más fuerte. Y así salió lo que salió, lo que existe ahora y lo que constituye la forma social y política de convivir en este momento la especie humana a lo largo y ancho de la Tierra. De un trayecto que podemos situar en unos diez o doce mil años hasta hoy, los sistemas de convivencia han sido muchos y diversos pero casi nunca con un origen racional. (¿Y la Europa de las regiones de De Gaulle?)

Los Estados actuales, su delimitación y fronteras, al haberse formado por la vía de hechos consumados son antropológicamente arbitrarios y artificiosos. Justificar quiénes son los nuestros o quiénes somos nosotros no es el resultado de alguna inmanencia metafísica. No hay esencialismos sociales ni políticos ni éticos por mucho que se empeñen todos los nacionalismos. ¿En base a qué iba a haberlos cuando la historia y los hechos son tozudos? En lo que hemos avanzado es en que toda convivencia ha de ser negociada. Y eso ya es muchísimo.

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