Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

La ley de Lynch

En un estado de derecho, las denuncias ante la autoridad. No quiero vivir en una sociedad en la que equivalgan a la condena

Aunque he disfrutado intensamente de su talento vocal, nunca he compartido charla o café con Plácido Domingo. De su denunciante -la mezzo Ruth Wulf- no tenía referencia alguna. Ni creo haberla escuchado. Y eso que he revisado mi colección de grabaciones de ópera, buceando incluso, en polvorientas cintas de casete con viejos programas y retransmisiones de Radio 2. No podría darle más o menos crédito personal a ninguna de las partes en esta acusación feble, extemporánea y precaria. Tampoco me veo capacitado para calificar moralmente el supuesto comportamiento del tenor o la reacción de la joven cantante, hace casi medio siglo.

En general, basta con tener ojos y oídos para saber que el lecho ha sido, desde siempre, trampolín hacia el poder y la fama. Unas veces consentido y en infinidad de ocasiones, intencionadamente buscado. No ha marginado lugares, ni sexo, ni relación alguna. Más de un título rimbombante y alguna fortuna recompensaron méritos amatorios y hasta cuernos, más que hechos heroicos. Y lo que no fue excepción en política, tampoco fue extraño al arte, que nos ha regalado romances y affaires, tan notorios como incomprensibles. La erótica del poder es evidente. Si ya aurigas, gladiadores y resto de farándula eran objeto de deseo de patricios romanos y damas de alta alcurnia, con todos los viceversas que imaginarse puedan, no debería extrañarnos la atracción que generan deportistas, actores o cantantes. Pero proponer, rechazar o ceder, es un ejercicio consciente de la libertad individual.

Lo que separa la moral de la ley es el delito. Y este nace de la violencia y de la perturbación de la libertad de otro. Sé en qué sociedad quiero vivir. Y no es una en la que la mera denuncia equivalga a la condena. En la que el proceso se sustancie en tertulias de patio de vecinos y barra de bar donde se obvie la igualdad ante la ley, el acusado carezca de garantías y se niegue el derecho de defensa. Si la bilis supera a la razón, la venganza se disfraza de justicia. En un estado de derecho, las denuncias se interponen ante la autoridad competente acompañadas de pruebas y evidencias, es la policía quien investiga y son los jueces quienes absuelven o condenan. También a los que denuncian falsamente, injurian o calumnian. Lo que estamos viviendo tiene muchos nombres -populismo, represalia, caza de brujas, linchamiento…- pero una sola consecuencia: la dictadura moral y no sé si política.

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