La ley ‘pá’ mí

Subyace en esa posición que juzga intenciones, sexualidades y buenas fes, un sentido de la propiedad de las leyes

La reductio ad absurdum que estamos viendo con la ley trans no ha hecho más que empezar. Si reconvirtiéndose en mujer ante el sistema jurídico se consiguen obvias mejoras penales, procesales, laborales y administrativas, a esa voluta volandera no le van a faltar voluntarios, esto es, voluntarias. Lo estamos viendo en el deporte, en el cuerpo de bomberos y en las fuerzas armadas. Seguiremos viéndolo más y más.

Los partidarios de la ley trans se escandalizan de que “su ley” sea usada por otros (otras) y sueltan unos comentarios furiosos que yo no he oído ni a los carcas más recalcitrantes. Juzgan con inaudita ligereza la percepción de género de un ex cabo que, al fin y al cabo, acaba en caba y cabe en el Ejército de Tierra. No dudan en recurrir a la Biología (¡esa rama del fascismo!) y mentarle sin tapujos sus cromosomas y hasta su semen. La fachosfera de toda la vida es mucho más delicada.

Subyace en esa posición que juzga intenciones, sexualidades, buenas fes y picarescas, algo muy gordo: un sentido de la propiedad de las leyes. Es un tic antidemocrático. La característica más propia de la ley es su carácter general, esto es, que aplica a todos los ciudadanos por igual. Sin embargo, obsérvese que la generalización repele a los actuales legisladores, que parten de que ellos son más iguales que nadie. Sólo eso puede explicar que Yolanda Díaz anuncie impertérrita que van a luchar legalmente contra la corrupción a la vez que votan a favor de una ley de amnistía para malversadores de caudales públicos. Son una incoherencia legislante porque han perdido la noción de generalidad de la ley. Van a perseguir implacablemente la corrupción de los contrarios, pero van a dejar impune la de los propios y demás socios.

Pasa con todo: desde el Falcon o desde el helicóptero nos prohíben los motores diésel; protegen la lengua materna de la madre que les parió, pero no la de la madre que parió al vecino; nos confinan mientras salen de copas y se montan sus negocietes con las mascarillas que nos obligaban a llevar. Defienden un mundo sin propiedad mientras las acumulan. Y hacen una ley trans para los trans y las trans que a ellos les gustan, pero no para todos y todas las y los trans y trans, taratatráns.

Reivindicar la igualdad ante la ley –quién nos lo iba a decir a estas alturas– se ha convertido en el último grito de la resistencia reaccionaria. La última barricada del Estado de derecho.

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