Ángel Valencia
Un presidente navideño
Los discursos de odio y el odio de los discursos. O te polarizas o estás perdido. Existen dos bandas de agresores e insultos indiscriminados. O estás conmigo o contra mí. Cualquier pensamiento discordante puede ser motivo de brutal agresión. Imposible quedarse en medio porque recibes trompazos de ambos lados. Es cierto y es un hecho que gracias a la corva existen los principales derechos sociales. Poco a poco, una parte de la enhiesta, la más moderada, se los ha ido apropiando o adoptando. Ahora todos los subvertidos se casan, aunque sean casi de extrema derecha. Aceptar derechos sociales e igualitarios es un síntoma de avance. Pero también los del bando izquierdo caen en situaciones incongruentes en la sociedad europea como en el tema de la propiedad privada y la equidad entre todos los territorios del país y de la ciudadanía. Luego, existen otras incongruencias comunes como la absolución de sus propios defraudadores o ladrones. Tal es la polarización que justifican a los de su bando sacando los trapos sucios pasados del contrario. Es como si intentaras avanzar en un lodazal que te cubre hasta las rodillas. Y te apena tu país porque podríamos estar mucho mejor de lo que estamos. Porque el odio nos paraliza como en 1936 y preferimos ahogarnos antes de dar nuestro brazo a torcer. Y seguimos viendo la paja en el ojo ajeno. Y la justicia se posterga. Y los ciudadanos se la toman por su cuenta porque la auténtica no responde. Y entre todos se cubren y se tapan. Son incapaces de señalar a los culpables para que no paguen justos por pecadores. Y se repiten las mismas consignas de París. Las generaciones mestizas o las enraizadas se sienten desarraigadas porque siempre hay energúmenos que encienden la mecha de la violencia. No se pueden ir de rositas, ni los unos ni los otros; pero aquí se va hasta el rey o los ministros aquellos y estos. La verdad no existe, sino la inventada. La que tú quieres escuchar. Y te revuelves contra la otra injusticia pero no contra la tuya propia. Y sigues ahí, esperando a que hagan las cosas por ti. Esperando a que llegue un nuevo día y nos despellejemos vivos para luego decir: ¡Ya lo decía yo!
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