NO hubo sorpresas en las elecciones catalanas: ganó ampliamente Convergència i Unió (CiU) y fracasó con estrépito el tripartito encabezado por el socialista José Montilla. En realidad, CiU ha ganado todas las elecciones autonómicas celebradas en Cataluña desde 1980, aunque en 2003 y en 2006 no pudo gobernar por la alianza entre el PSC, Esquerra Republicana de Catalunya e Iniciativa per Catalunya. En esta ocasión Artur Mas ha hecho buenos los pronósticos, al lograr 62 escaños y más que duplicar en número de votos al partido que ha presidido la Generalitat en los últimos siete años. En la próxima legislatura CiU sí podrá gobernar en solitario, puesto que, aunque no alcanza los 68 diputados que le darían la mayoría absoluta, la correlación de fuerzas resultante de las urnas le permitirá pactar con unos y otros grupos en función de sus necesidades coyunturales, sin que quepa imaginar la posibilidad de una coalición de todos sus oponentes para desalojarlo de la Generalitat. En clave nacional los resultados son particularmente significativos. Ha sido la primera vez que los candidatos respaldados por Zapatero desde que es presidente han sido derrotados tan abrumadoramente, en tanto que el Partido Popular se coloca como tercera fuerza política catalana, desbancando a una ERC que ha vivido una auténtica debacle. Es de destacar que Cataluña ha sido, junto a Andalucía, el granero de votos más notable y sólido del PSOE de Zapatero. Aunque, lógicamente, cada elección es distinta y los comicios generales aún están lejos, el mensaje emitido por los electores catalanes -que han acudido a votar en un porcentaje más alto de lo augurado- marca una tendencia: el PSOE se deteriora y el PP avanza. A los socialistas de Montilla les han perjudicado la crisis económica general y su impotencia para combatirla, la incoherencia de un gobierno tripartito que era un reino de taifas y no un proyecto común y la deriva hacia las posiciones nacionalistas. Apelada por el nacionalismo, Cataluña ha preferido el original a la copia.