Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El nadador

04 de agosto 2009 - 01:00

Este bronce nuevo de Muñoz es un bronce de oro, es una medalla de bronce con sabor a oro, como bien ha podido comprobar él mismo, que la ha mordido ante las cámaras al estilo Nadal. La verdad es que merece la pena poder ganar una medalla para poder morderla, como se puso de moda al principio de los Juegos Olímpicos de China, en los que los medallistas españoles se pusieron entonces a morderlas, emulando a Nadal con sus trofeos, aunque luego, la verdad sea dicha, no tuvimos muchas más medallas que las del propio Nadal, y de oro mucho menos. Sin embargo, lo que ha conseguido el cordobés Rafael Muñoz tiene algo de titánico, algo muy de Nadal, porque un medio tan difícil como la natación le ha visto avanzar con voz profunda, con el peso del cuerpo convertido en motor de una ligereza anfibia ganando la piscina.

Por mucho que se hable de lo solitaria que es la natación, uno sólo puede entenderla si ha sido nadador alguna vez. Esto lo supo muy bien John Cheever, que cuando quiso expresar la soledad del hombre contemporáneo escribió El nadador, la historia de un hombre todavía joven, en plenitud de facultades, que decide volver a su casa atravesando a nado todas las piscinas de la urbanización en la que vive, al tiempo que saluda a sus vecinos. Al principio, cuando aparece risueño a lo largo del césped y salta a la piscina mientras sus vecinos toman un dry martini helado en la terraza, le saludan con cierta simpatía, pero a medida que va pasando casas y jardines, y cruzando piscinas, vemos cómo la gente le mira con extrañeza, y con cierta violencia contenida, presintiendo el desastre, hasta que al final llega a su propia piscina, y a su propio jardín, y hasta su propia casa, y la encuentra cerrada, abandonada, desolada y vacía. La mayor sensación de soledad que se puede leer, y que luego interpretó magistralmente en el cine Burt Lancaster, es la de este hombre, Ned Merril, que cuando llega a la puerta de su casa la golpea mientras las hojas se arremolinan en el porche, y es entonces cuando descubre que su familia le ha dejado, que ha desparecido, que sólo es un nadador ya fuera del agua, con el bañador mojado y el frío atenazándole sobre el anochecer.

Ahora, todos queremos que Rafa Muñoz descanse y que regrese a la piscina para vencer a Phelps, porque se ve capaz, pero lo cierto es que han sido miles de horas de soledad empapada, de eternidad en el agua, miles de horas de tardes invernales en los entrenamientos, miles de horas sin tiempo para nada que no estuviera inmerso en la piscina. Rafa Muñoz, el antiguo nadador del Club Navial, ha vencido en su lucha contra la soledad.

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