Y no digo más

01 de octubre 2025 - 03:09

Octubre abre el primero de los dos trimestres perfectos de la ciudad que, por ser consecutivos, crean el semestre más sevillano. Que, para mí y para muchos, tienen la singularidad de empezar y terminar en un mismo lugar: uno en la calle Feria, otro en San Lorenzo. El que se abre este mes –de Rosario a Esperanza– empieza el día 7 en la plaza de los Carros y en la Resolana, y termina en la Resolana el 18 de diciembre tras pasar el 1 y el 21 de noviembre por Omnium Sanctorum y San Juan de la Palma. El que se abrirá el 1 de enero –de Gran Poder a Soledad– empezará en San Lorenzo el primer día de quinario del Señor y terminará allí cuando las puertas de la parroquia hagan, al cerrarse, el perfecto fundido en negro sobre el oro, el fuego, el llanto antiguo, la cruz desnuda y los blancos paños que pone fin a la Semana Santa.

Cuando estas cosas se viven por dentro y a lo hondo, no con magna ostentación y saturación de efimérides (efímeras efemérides), marcan los tiempos de la ciudad para quien tenga ojos para ver en lo oculto, oídos para oír el silencio y corazón para sentirlo sin necesidad de circunstanciales pompas. Son los tiempos raíz que dan vida a lo externo, los tiempos cimiento que todo lo sostienen, los tiempos más verdaderos y callados, anclados en el calendario litúrgico y en la forma en que la ciudad lo ha interpretado a lo largo de los años, de los siglos, viviéndolos en lo íntimo con ese gozo expectante que sabe esperar que llegue el momento único en el que se hará externo; con esa devoción propia, privada, solo de quien la siente, que se hará colectiva y pública, de todos, cuando el tiempo litúrgico, las reglas de las corporaciones y la tradición, no el capricho ni la ocurrencia, lo disponen.

Nada puede impedirnos vivir en lo íntimo este ir de Rosario a Esperanza y de Gran Poder a Soledad que ahora empieza. Pero sí puede hacerlo en lo público, abusado de esas magnas ostentaciones y efimérides. Cuidado que no se dañe más de que ya está dañada, y se rompa en superficiales y ruidosas vulgaridades, tan familiarmente y cotidiana hermosura, devoción y emoción, como le sucede al cántaro del refrán de tanto llevarlo a la fuente. Ya lo decía el de la Triste Figura: “Mira, Sancho, lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente… Y no digo más”.

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