Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
No extraña la noticia de que Trump sugiera a la OTAN expulsar a España de la alianza de defensa militar recíproca e inmediata, cuyo núcleo es, precisamente, Estados Unidos. Trump desprecia con aires de bocazas de manual y por erráticos turnos a quien haga falta, cada día. No se sabe cuándo le puede asistir la razón o cuándo lo posee un levantazo, bajo cuyo influyo a veces recuerda al militar cabalgando en un misil del Dr. Strangelove de Kubrick. Aburrir, no aburre. Pollo sin cabeza con capacidad para fulminar al resto del globo terráqueo, Don Prudencio se vuelve con China. Y socio férreo de Israel, con quien hocica porque es un elemento nuclear de influencia y riqueza de la propia USA. Espurreando arbitrariedades a diestro y siniestro, propina borderías e indocumentadas lecciones o amenazas a la propia OTAN, la UE, Ucrania, Rusia, Venezuela, Canadá, México, la ONU, o con su genial idea de Gaza D’Or.
Su último hit es alardear de que él –y lo afirma en rigurosa primera persona– ha resuelto siete guerras en su aún breve segundo mandato: Armenia contra Azerbaiyán, el Congo contra Ruanda, India contra Pakistán, Israel contra Irán, Camboya contra Tailandia, Egipto contra Etiopía, Serbia contra Kosovo: tan hermanos ya gracias a Trump. Qué máquina de hacer paz. Parece, infantil e inquietante, que lo que buscaba con rostro de hormigón es precisamente el Nobel de la Paz (que en esta categoría se da el comité noruego trazas de Eurovisión). Es del género memo reconocerle a Trump la purga de Benito, que todo mal sana, como un Dr. Sobrado que resuelve en un pispás, como el sildenafilo hace con la impotencia. Porque es obvio que las tensiones y las ganas de derrotar al enemigo en cualquier lugar del mundo, empezando por esos siete conflictos y dudosos armisticios, no se arreglan de un día para otro. Más bien, nunca se arreglarán. Hasta el siglo XX, y en particular hasta la Primera Guerra Mundial, las guerras se terminaban cuando uno entregaba la cuchara, y el otro se le hacía amo y señor. Los armisticios comenzaron a ser multilaterales. Pero los ancestrales agravios, los odios y los intereses enfrentados no desaparecen porque intervenga entre muescas y chaladuras un presidente que no sabría decir dónde están esos países, de pronto fraternizados de su imperial mano y rotulador de firmar.
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