El pagador fiel

14 de octubre 2025 - 03:07

Oí en la radio a un experto financiero decir una verdad de niño, una evidencia virginal: “Mira al menos cada mes los movimientos de la cuenta corriente donde se te cargan las facturas, multas, embargos, cuotas y recibos”, aconsejaba. No daba, eso no, claves sobre dónde invertir (bolsa, cripto, grandes compañías o startups con buena pinta, oro, ladrillo, renta fija o variable). Lo de vigilar que, unilateralmente, te cobren cantidades sin que tú les des el visto bueno es algo que se puede convertir en un laberinto que amarga a la gente corriente: el poder del cliente, consumidor, usuario, paciente, votante o estudiante siempre es menor del de quien le da servicio. Debemos ser el ecónomo de nuestro monasterio privado. Un rollazo. Revisar los extractos no es resolver una conjetura matemática: es incómodo sentido común.

Tan de sentido común como común es que no lo hagamos, temerosos o procrastinadores. En el error en una factura, el obligado es el pagano, que carga con el peso de la prueba y no suele tener acceso a una defensa cautelar: devolver un recibo sin recibir amenazas y palos es agotador. Si el mercado perfecto es utópico, enfrentarse a un abuso de quien te cruje el recibo es una distopía, una de andar por casa. Hablar, lo que se dice hablar, para anular un raro cargo con alguien de la otra contraparte, musculosa, es un embrollo para el débil.

Una prueba de las “asimetrías” –desigualdades, o sea– entre oferta y demanda en telefonía, luz, seguros o gas es que, si eres un cliente fiel y que nunca pía, no te darán nunca la posibilidad de adherirte a sus ofertas. Y eso que es antieconómico, en teoría, no premiar a quien te da una renta perpetua sin discutirte. ¿Por tonto? ¿O por desprotegido?

No, es que es más fácil ordeñarlo, y atraer a nuevas vacas con ofertones con fecha de caducidad (y, ya en el rebaño, darle para arriba a los recibos). Es cierto que, en mercados como la telefonía e internet y algunos otros grandes servicios de consumo masivo y popular, al menos cambiar de proveedor es inmediato y no te lía la vida como antes. Pero quien no mira sus facturas –mea culpa–, como quien no llora, no mama.

Bueno, llorarle a Hacienda es otra cosa. La corporación de los ingresos del Estado funciona a la perfección, y no te va a dar vidilla ante una protesta; si acaso, unos plazos.

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