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Ignacio del Valle
Tragarte tus palabras
DEBEMOS entender por "paguita" un dinero público que mensualmente recibe un beneficiario por una enfermedad que le impide trabajar o por haber sido agraciado con la reconversión de un sector público, por ejemplo la minería o los astilleros. Haciendo el Camino de Santiago conocí a un simpatiquísimo tipo asturiano de treinta y cinco años que recibía, de por vida ya, más de dos mil euros al mes por el cierre de la mina en que trabajó hasta los veintipocos: se dedicaba a la caza y a la tasca. La taxonomía de paguitas es variopinta; prosigamos con ella (por cierto, la pensión de jubilación es un derecho adquirido cotizando: no es una paguita stricto sensu). La paguita -ya paguita de élite, que da para palos de golf- puede ser una prejubilación-pelotazo, sea de una empresa pública o una gran compañía privada, pero que a la postre sustenta mes a mes el Estado a alguien desde que está casi para tomar la alternativa. Y paguita de manual es la que se obtiene por una enfermedad certificada, aunque en más de un caso y de dos la certificación facultativa haya sido laxa o conseguida con engaños. Hay barrios y pueblos en que los perceptores de esta modalidad de paguitas son la clientela más fiel de los bares; no sólo en España o Andalucía: también se ven por todos lados en sitios tan nórdicos como Berlín. Hay, en fin, paguitas que se obtienen ocultando -quizá en un arcón congelador- a un pariente fallecido.
Sin embargo, aquí tenemos un arte que, francamente, difícil es de aguantar, y eso vale también para nuestra forma de conseguir paguitas. El jueves pasado, Jorge Muñoz informaba aquí de un señor que fue agraciado con un sueldo hasta la muerte, en plan Nescafé, al ser incluido en un ERE de una mina onubense de la que probablemente nunca habría oído hablar. En realidad, él había conocido al ex director general de Trabajo de la Junta y dador de mamelas Javier Guerrero cuando -cosas de partidos- era responsable de una oficina del INEM en la Sierra Norte de Sevilla. Yo me quedo con la frase del simpático Guerrero -lo recluso no quita lo gracioso- para el cachondeo recurrente: "Te voy a arreglar una paguita pa que no pases calamidad". Quizá la métrica, me recuerda esta frase nacida legnedaria al rosario que el emigrante de Juanito Valderrama le iba a hacer a su novia con los dientes de marfil de ésta, pero, aunque los dos en chafarrinón, en desahogo gobernante: "Yo, responsable del dinero público, te voy a dar una paguita por la cara, monstruo. Porque me sale de allí".
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