Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma
Cuando la comunidad internacional se empieza a movilizar en masa contra el insoportable genocidio (llámenle matanza, masacre o como quieran, si así gustan) que está cometiendo el Estado de Israel sobre el pueblo palestino en Gaza, y que ya ha hecho desaparecer de este mundo a decenas de miles de personas, algunos dirigen sus dardos, críticas y burlas contra una flotilla desarmada y civil, como si pretendieran convertirnos a todos en esos imbéciles que miran alelados el dedo en vez de a la refulgente Luna.
Es igualmente llamativo que esos mismos indignados contra unos navegantes pacíficos los consideren cómplices de los terroristas de Hamás, mientras proclaman que los soldados israelíes armados hasta las cejas, los mortíferos drones y los bombarderos sólo están defendiendo el derecho a vivir en paz de su pueblo. Seguramente, yo mismo como otros puedo ser considerado amigo de los terroristas por estar escribiendo este artículo ahora mismo.
Hay quien ha escrito que si Hamás libera a los rehenes pedirá a Israel que detenga sus ataques, justificando así que, en caso contrario, sigan muriendo civiles, hombres, mujeres, niños y niñas y culpando a los terroristas de sus muertes. Tal vez no se dan cuenta de que con esta misma argumentación dan su comprensión a los yihadistas, que dicen que pararán cuando Israel reconozca al Estado palestino.
Pero la más dolorosa paradoja se da entre los mismos israelíes, cuya etnia sufrió en el Holocausto una de las injusticias más sangrientas de la Historia, y que ahora alientan mayoritariamente la desaparición de todo un pueblo. Dicen que la culpa la tienen los terroristas por usar a la población como escudos humanos, pero esconden la aberración que supone despreciar precisamente ese componente humano del escudo. Estoy seguro de que el Ejército israelí no dispararía ni una bala si los escudos fueran niños de su etnia. Los niños son inocentes siempre y sólo los desalmados creen que pueden morir impunemente.
Ojalá (palabra de origen árabe) las conversaciones de paz iniciadas bajo el plan de Trump (qué otra gran paradoja) cristalicen en la detención de los bombardeos y en días de paz para Gaza. Diría que casi cualquier condición es aceptable si paran los estallidos de sangre, si deja de morir gente, si los niños pueden volver a correr en las calles, no huyendo de nada sino jugando, si la gente puede retornar a sus hogares, a sus tiendas, a su charla vecinal. Ojalá también el pueblo israelí pudiera sentirse seguro, encontrando su paz interior, sin tener que esperar siglos ni ninguna venganza.
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