Canta Serrat, versionando a Machado, que "todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar". Ésa es la verdadera copla de la existencia, conviviente con la otra que peca, hace penitencia, y luego vuelve a pecar: que pasamos. Lo que le da sentido quizás es definir el sitio al que queremos pasar y poner los medios para lograrlo. Digo yo. Pascua de Resurrección, Pascua judía, Ramadán musulmán… las tres grandes religiones, referentes para tantos, refugios seguros en tiempos de zozobra, asideros morales en un mundo que, si es calmo, no pierde el vértigo, hablan estos días de transformación, de libertad y de palabra. El Ramadán, el mes de Dios para los musulmanes, el único mes lunar que merece nombre en su tradición, celebra la revelación al profeta Mahoma y, con la palabra dada, el apego al código vital que establece: pasar de una conducta humana a otra consciente de la importancia de los propios actos para sublimarla. La Pascua judía es un grito de libertad, conmemora la liberación del pueblo elegido desde su esclavitud en Egipto en el largo tránsito hasta la Tierra Prometida: pasar de la pena del sometido a la alegría del liberado, confiando en la promesa y poniéndolo todo en esa apuesta ciega. La Resurrección de Jesús para los cristianos es el fundamento final de la fe; Pablo, el gran artífice de la mayor construcción ideológica de la humanidad, advirtió que "si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe": el paso definitivo, de la muerte (dura, hiriente y cruel) a la vida (brillante, lucida y permanente). Todas las morales exigen un punto de transformación, una experiencia de lucha, de esfuerzo y de penuria, para un futuro de mejora. El ayuno del Ramadán, la pena y la carencia, para la plenitud de la Revelación; la esclavitud en Egipto, el sometimiento y la invisibilidad, para la libertad; la pasión de Jesús, la tortura y la muerte, para la vida. Todo lo malo anterior para algo bueno; todo para recomenzar.

Las máquinas se bloquean y se resetean. Control Alt Supr si las cosas se ponen feas, aun a riesgo de perder los últimos cambios. En la ecuación contemporánea de la urgencia, si no funciona, se resetea, y si el reset no va, se cambia la máquina. No hay tiempo para la espera, para mirar el problema, para ponerle el esfuerzo incómodo de descubrir las causas y para dar el tratamiento costoso de encontrar el remedio. Al fin y al cabo, son sustituibles. Nosotros no.

Hay que parar. Hay que mirarse y mirar alrededor. Hay que estudiarse y domarse, servirse hiel, a veces, para apreciar más después el sabor del vino. Tomarse un respiro y creer, en lo que sea, pero, sobre todo, en que nada bueno que valga la pena llega sin esfuerzo, dureza y compromiso. Y, sí, entonces se rompe el ayuno consciente del premio que supone haberse negado el alimento, se abren los mares para cruzarlos y ser libres, y se sufre lo indecible para resucitar. Empeñémonos. Pasen y vean.

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