Entiéndalo bien, doña Rosita, la ciudad no deja de ser un ecosistema en el que el cíclico paso de las estaciones deja sus inexorables huellas. A las lluvias de otoño sucede el reverdecer de los solares yermos que agostan con la entrada del verano, antes de ser desbrozados por los servicios municipales. Solo tiene que fijarse en la zona verde que lleva quince años sin crecer frente al instituto Mediterráneo. Unos meses, marrón; otras, verde oliva; y en medio, amarilla; que para gusto están los colores y sobre ellos no hay nada escrito. La parcela, residuo de un plan parcial que la dejó en barbecho, fue rápidamente entendida como pipí-can por el vecindario, en lo que los urbanistas modernos denominan "un acto de urbanismo participativo" y los más activistas, de "empoderamiento vecinal". Pero tendrá que reconocerme, querida amiga, que el diseño funciona. Perros de todo tamaño y pelaje campan a sus anchas sin el riesgo de salir a la calzada donde podrían provocar un accidente, y hay un vecino que incluso sostiene que, un día, el suyo jugó con una mariposa amarilla que revoloteaba por aquellos lares.

El sitio ha consolidado su carácter de erial con el tiempo, y todos los años, como si de una reinterpretación homérica se tratara, un grupo de operarios lo deja impoluto de hierbas. Solo un matojo ha resistido la eficaz acción municipal. Quizás, alguien vio en él un futuro prometedor y lo libró de la tala cuando apenas levantaba dos palmos. En agradecimiento, luchó por no defraudar a su benefactor, y su esfuerzo le proveyó cada año de un nuevo indulto. Mucho peor regado que abonado, hoy ya es un joven arbolillo, hecho a sí mismo, cuyas ramas rozan los dos metros de altura.

Este año, los operarios municipales han pasado dos veces. La última, la semana pasada. Ya no hay un arbolito solitario resistiendo en silencio. Quizás tras una delación, o tal vez porque la misma persona que perdonó su vida todos estos años ha intercedido por él, el caso es que los servicios municipales han decidido finalizar la tarea inconclusa desde hace veinte años. Con una trama ortogonal digna del sudario que tejía Penélope, desde hace unos días una retícula de arbolitos, arbustos y plantas acompaña a nuestro fiel pionero sobre el prado yermo. No alcanzo a entender el diseño de la plantación, pero me agrada pensar que su Ulises ha llegado justo antes del próximo desbroce, del que quizás ya no se salvaría.

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