Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Las preciosas ridículas

Dónde acaba lo sublime y comienza lo ridículo? Sabemos que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso y que, en consecuencia, estas dos consideraciones están más unidas de lo que parece. Sin duda, en esa frontera que impide y, a la vez, permite el paso de una a otra, se interpone la elegancia, el talento, tal vez cierta dosis de generosidad, el conocimiento de la lengua española y la gramática, el sentido común… Sí, aunque a veces nos haga conservadores y acomodaticios, el sentido común podría acarrear algo de cordura al lenguaje inclusivo. Pues de eso vamos a tratar: de lo sublime de la lucha de la mujer y de lo ridículo del lenguaje inclusivo.

Al final del siglo XVII, surgen en Francia los salones femeninos, espacios de encuentro y debate de filósofos, escritores, artistas, científicos, pintores, políticos…, en los que la mujer toma por vez primera la palabra y, sin permiso del hombre ni de los teólogos, comienza a ser protagonista de su propia vida. Este primer feminismo, aristocrático, cambió la vulgaridad de las costumbres patriarcales de la corte de Enrique IV, fue el embrión de la Academia Francesa, aportó riqueza léxica al francés, buen gusto literario; cambió la filosofía, la política, las costumbres sociales, etc. Ahora bien, y ese fue su talón de Aquiles, algunas saloniéres derivaron en modales y en usos del lenguaje cursis, afectados y ridículos. Y eso, junto al hecho de ser mujeres, las convirtió en fácil diana para la chanza. "Las preciosas ridículas", de Moliére, es un buen ejemplo de ello. Y ahí comenzó el declive de ese feminismo.

Cuestionar los logros del feminismo actual o tratar de impedir su avance y la búsqueda de la igualdad de hecho en todos los ámbitos, es una injusta felonía. Pero hay que recordar las consecuencias letales que tuvo el "preciosismo". A mi entender, con el denominado lenguaje inclusivo, se corre el riesgo de alentar la chanza contra el feminismo y, lo que es peor, es un peligro muy serio para el lenguaje hablado y escrito. "Hijo, hija, hije", "niño, niña, niñe", "todos, todas, todes", "portavoz y portavoza", "miembros, miembras"…; es decir, confundir el género gramatical con el sexo; ignorar que la lengua es el fruto de una práctica social que se inició hace miles de años, donde conviven palabras como "sol" y "luna" -sin que nadie haya visto nunca el pene del sol ni las tetas de la luna-, o "tierra" y "aire", y así sucede con miles y miles de vocablos; cargarse la gramática, ignorar la función de los participios activos, los cuales solo remiten al ser de las cosas afirmando su existencia (el del verbo ser, es "ente", por lo que resulta aberrante decir presidenta, estudianta…). En fin, ridiculeces que, en contra de lo que dicen las "feministas" ridículas, ni salvan vidas, ni mejoran la situación de la mujer, pues en general no es el lenguaje el que cambia la realidad, sino la realidad la que cambia el lenguaje. Y cuando aún estamos sufriendo enconadamente las consecuencias criminales de la violencia de género, cuando seguimos luchando por una igualdad real de las mujeres y los hombres, en todos los ámbitos, la chanza, la cursilería y el preciosismo ridículo no pueden ser bienvenidos.

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