Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Hay una primera mañana del verano, hacia finales de agosto o comienzos de septiembre, en la que los parques empiezan a recobrar el tono después de meses de estrés térmico, como se dice ahora, aunque de siempre supimos que también las plantas sufren las inclemencias de la estación, incluso si están bien regadas y relativamente protegidas de la solana. Por su capacidad de crear benéficos microclimas, las burbujas vegetales de nuestros desiertos urbanos son lo más parecido a oasis en los que a ciertas horas de la mañana o de la noche es posible encontrar algo de alivio, pero no pueden obrar el milagro de que corra aire cuando respirar quema y en los árboles, como suele decirse, no se mueve ni una hoja. Esa primera mañana en la que por fin el paseante, luego de semanas de calor implacable, siente en la temperatura más suave y el amago de fresco una premonición del otoño, tiene la cualidad de señalar el verdadero inicio de la temporada. Vuelven los veraneantes deprimidos y se llenan las calles y otra vez los malditos autos se apoderan de ellas, pero a estas deshoras finales de la madrugada los jardines siguen igual de vacíos que antes, con las verjas abiertas o todavía cerradas, según los días, pues los designios de la municipalidad son inescrutables. La noche no tan negra deja ya intuir la claridad y cuando la luz por fin empieza a derramarse sobre esta parte del mundo, poco a poco y a la vez rápidamente, así es como sucede, se hace imposible no pararse a observar cómo lo transfigura. La esfera no luce aún con el brillo directo del astro, pero las formas del verde ya revelan su infinita variedad y todo alrededor invita a la reverencia. Es una escena impresionante, como la representación de un rito silencioso e inmemorial que precede al ruido de la jornada, a los requerimientos absurdos, al acoso febril de las pantallas. Habrá otras primeras mañanas de signo inverso, cuando al final de los fríos notemos de repente una grata calidez imprevista, igualmente premonitoria. Pero hay que estar atentos. Hacía tiempo que no acudíamos de modo regular a este maravilloso parque que ha sido siempre hogar y patria, escenario de juegos infantiles y de ocios antiguos, un insustituible lugar de la memoria que contiene la de la ciudad y también la propia. Nada puede salir mal si vemos llegar el día bajo las victorias aladas de la gran plaza.
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