LOS barómetros de opinión que realiza el prestigioso Observatorio de la Universidad del País Vasco son solventes gracias, en buena parte, a la rara independencia de su director, Francisco Llera. Desde 1995 vienen arrojando un resultado invariable: el nacionalismo, a pesar de los pesares, no avanza. Cada barómetro es una bofetada a los planes de Ibarretxe y compañía. Una bofetada propinada por los ciudadanos que expresan libremente su opinión. Y en las urnas lo ratifican una y otra vez.

Pero el último de estos Euskalbarómetros ha sido especialmente significativo también por otra cosa. El mundo de la izquierda abertzale, radical e independentista aumenta su desafección al terrorismo. En 1995 el apoyo total e incondicionado a ETA en este segmento del electorado vasco era del 20%. Uno de cada cinco abertzales respaldaba entonces las acciones etarras, fueran lo odiosas que fueran. Les parecían justificadas para hacer avanzar el proyecto soberanista que comparten. En 2007 este aval ha caído al 2%. Todavía en 1999 la mitad de los abertzales consideraban a los etarras unos "patriotas"; ahora son el 18%.

Mientras haya un solo individuo que justifique la bomba y el tirro en la nuca al enemigo, tendremos un problema, eso está claro. Pero un problema de la magnitud, duración y dramatismo del fenómeno terrorista hay que enfocarlo con una visión temporal, como un proceso, y concluir que mientras más se estreche la base social que impulsa, alienta o comprende a los terroristas más inviable resulta su programa totalitario y más se acorta su existencia. Siempre quedará un grupo de fanáticos, incluso después de la derrota, pero si el entorno les es desfavorable el final estará más cerca.

El problema más grave no es el de los cómplices del terror, sino el silencio de la mayoría social, que viene a ser una forma cobarde y tácita de complicidad. Casi nadie dice ya en el País Vasco "algo habrá hecho" para explicar un asesinato, añadiendo ultraje a la inocencia de la víctima, pero son muchos los que siguen mirando hacia otro lado. Demasiados. Se vive muy bien en el País Vasco, sí, a condición de no salirse del rebaño que pastorea el nacionalismo, de no hablar de política ni en los pasos de peatones, de no cuestionar ninguno de los mitos del vasquismo dominante. Cuando el terror sea sólo una pesadilla del pasado todavía pasarán años antes de que la sociedad cure su enfermedad moral y cívica alimentada durante décadas de convivencia con el terrorismo. Convivencia pacífica y amable: pocos le han plantado cara, porque hacía falta para ello, hace falta todavía, una dimensión ética y una estatura humana que no están al alcance de casi ninguno. El terror no te deja más opción que el heroísmo o la pasividad culpable. Es otra de sus terribles consecuencias.

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