Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

No sólo ser honesta, sino paracerlo

La mujer del César no solo debe ser honesta, sino también parecerlo". Según cuenta Plutarco en Vidas Paralelas, la frase la dijo Julio César, al divorciarse de su mujer, Pompeya, por ir a una Saturnalia -una orgía sexual-, cuando las más notables matronas romanas le solicitaron la revocación del divorcio, pues Pompeya había asistido solo como mirona, sin llegar a realizar ningún acto deshonesto. Desde entonces, se usa en el sentido de que los gobernantes y todo aquel que se dedica a la cosa pública deben mostrar una imagen (pública) honesta; es decir, parecer justos, honrados, ajenos a la prevaricación o a la búsqueda del enriquecimiento personal en el ejercicio de su función pública, etc.

Y como los humanos, en el fondo, sabemos del pie que cojeamos cada uno, para poder sobrevivir en sociedad y sujetos a las leyes, hemos optado no tanto por exigir a nuestros prohombres el ser honestos, sino el parecerlo. Es decir, que al margen de sus posibles vicios privados, estos exhiban públicamente sus virtudes y nunca hagan ostentación -todo lo contrario- de sus vicios. Lo cual, no es mala solución (aunque, para explicar este extravío, se precisaría escribir todo un tratado de la condición humana y su gobierno). En fin, que ese "parecerlo", se ha hecho de obligado cumplimiento, y a ello nos atenemos todos, salvo los gobernantes totalitarios y caudillistas, los mamarrachos y tiranos, los que creíamos encontrar solo en los países en los que la escala de desarrollo social y político deja mucho que desear. Estos sí parecen jactarse públicamente de la ostentación de sus vicios privados o, por lo menos, en no ocultarlos.

Es lógico pensar que, este modo de entender la moral pública y la ética política, ahora se acentúe, pues en las redes sociales se puede poner fácilmente "como chupa de dómine" cualquier reputación que se precie. Pero va a ser que no… Asistimos con frecuencia a espectáculos obscenos (obsceno quiere decir que lo que debería permanecer oculto -detrás de la escena- se exhibe impúdicamente), en los que se celebran los vicios, como si de méritos se tratara. E incluso, en el caso de los políticos, si salen a relucir públicamente sus amaños, sus corruptelas, sus chapuzas y sus bajezas, aun a pesar de existir pruebas más que razonables de las mismas, el partido, en lugar de "divorciarse" de ellos (como haría J. César), primero lo niega, después dificulta o impide que se investigue y, por último, lo jalea y lo celebra. Así, por no meternos en aguas más profundas, el Gobierno de la Comunidad de Madrid (¡Y cuántos otros no han hecho algo parecido!) ha concedido la medalla de oro de la Comunidad a la expresidenta de la misma, Cristina Cifuentes. Méritos: ¿robar cremas en un supermercado y negarlo, a pesar de haber sido grabada en video? ¿Obtener un Máster de la Universidad rey Juan Carlos de forma chapucera -según reconoce la sentencia de la Audiencia provincial-, y negarlo? En fin, cuando el no ser honesta ni el parecerlo se convierte en una especie de blasón, es que se avecinan tiempos revueltos cargados de nubes negras que no auguran nada bueno. Y esto no es culpa de la Covid, sino de la mala educación cívica y del mal gobierno.

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