La ciudad y los días
Carlos Colón
Suspiros de Sánchez
Bajo el sol malagueño −ese que ilumina incluso los expedientes más polvorientos− la famosa Torre del Puerto lleva años tratando de ponerse en pie, aunque de momento solo se sostiene sobre una montaña de informes, desacuerdos y promesas tan brillantes como dicho sol en agosto. El proyecto, que aspira a medir 144 metros, ya ha alcanzado otro récord: el de acumular más polémicas que plantas.
Todo comenzó vendiéndonos, Puerto y Ayuntamiento, con entusiasmo: “¡Un hotel de lujo en el puerto! ¡Un icono para Málaga! ¡Un antes y un después!” Y, en efecto, ha sido un antes y un después… de trámites interminables, cambios de diseño y discusiones sobre si la torre deformará el skyline o simplemente lo estirará un poco. La Farola, reina de los mares malagueños desde el siglo XVIII, comenzó a temer que podría quedar ensombrecida por el rascacielos catarí. Los arquitectos con la venia de las autoridades urbanísticas, también han puesto de su parte: del diseño original se pasó al de David Chipperfield, que parece decidido a demostrar que la torre puede ser más alta, más elegante y, por supuesto, más polémica. Cada nueva versión genera la misma pregunta de la ciudadanía: ¿alguien ha visto el proyecto completo? Porque entre acusaciones de opacidad, reuniones a puerta cerrada y documentos que aparecen y desaparecen, muchos malagueños empiezan a pensar que la torre existe solo en estado cuántico. Mientras tanto, las administraciones se pasan el proyecto como quien pasa una patata caliente. Que si Puertos del Estado, que si AESA, que si el Consejo de Ministros, que si el Ayuntamiento… (Ahora) que si el PSC, que si Puigdemont… En resumen: la torre avanza con la velocidad de un barco varado. Y eso sin contar los informes ambientales, patrimoniales y, probablemente, espirituales, porque a estas alturas no sería raro que alguien pidiera consultar también a un chamán.
Y, por supuesto, con ello está el debate ciudadano que no cesa: los defensores sueñan con alfombras rojas y congresos internacionales; los detractores ven una enorme cortina de cristal tapando el mar y anunciando la llegada de una turistada ricachona. Entre ambos bandos, la mayoría simplemente se pregunta cuándo terminará este culebrón urbanístico. De momento, la Torre del Puerto sigue donde mejor se le da estar: en suspenso, en titulares, en maquetas o en el limbo. Quizá algún día se eleve, que se elevará, desgraciadamente para Málaga. Y ya no será la Torre del Puerto, será la Torre de Waterloo. ¿Qué se apuestan a que el Consejo de Ministros le dará el visto bueno por decisión de Puigdemont, aliado con el PSC y socio de los cataríes? El futuro de nuestro horizonte marítimo no lo decidiremos los malagueños, se decidirá en Waterloo. No les quepa la menor duda.
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