No tengo ni idea de cómo ha ocurrido. Estaba desayunando, pensando en cómo enfocar mi tema para el artículo de hoy, y me ha venido a la cabeza la lista de motes y apodos que mi amigo Kechu y yo fuimos confeccionando en 2° de Periodismo. Comenzó como un juego en clase y acabó plasmado en un documento más codiciado y secreto que los papeles de Panamá. Recuerdo estar desayunando en la cafetería y que pequeños grupos de compañeros vinieran en peregrinación preguntándonos por ella. Sus caras circunspectas, estrelladas contra nuestra risa floja, siempre nos decían lo mismo: su único interés era aliviarse por saber si estaban entre los apelativos cariñosos o entrar en erupción por confirmar que les había tocado en suerte un doloroso mote. Juro que hubo gente que la primera vez que me habló en la carrera fue para ello. Nunca rompimos el secreto de sumario; un buen periodista nunca revela las fuentes.

La lista data del 20 de noviembre de 1998, en una hoja donde yo tomaba apuntes de la aburridísima asignatura de Mundo arabo-islámico. Dividida en cuatro bloques, según nos sentábamos porque tácitamente todos asumíamos nuestro sitio en las aulas. Por las primeras filas pululaban las dos chicas que más nos atraían a la mayoría. Una era la Machine, que gustaba por exuberante; a la otra la bautizamos como la Talgo (el AVE no llegó a Málaga hasta 2007). Y realmente no es que estuviera como un tren, su cuerpo y su cara vivían entre la porcelana y el mármol, pero salió así. Sus paseos por los pasillos causaban sensación: Laura te desataba un ejército interior de soldados y tanques dispuestos a cualquier guerra; Rosalía te dejaba cara de dibujo animado, hacía que a tu visión de ella le salieran marcos negros difuminados y coronados con gifs de corazones. Ella era inalcanzable, tan linda que de facto comprendías que solo podías aspirar a lo platónico con ella, a alguna conversación fugaz con la excusa de unos apuntes o dudas de clase.

Muchísimos años después, relatando esta historia a una amiga común, me confesó que yo le gustaba a la Talgo. Dios. En ese momento fui yo el que descarriló. Siempre pensé que había estado fuera de mi alcance. Y todo porque había pensado como los feos. Porque con 19 años era inocente. Para hacer una lista de motes y para entender que el amor no va de guapos y feos, sino de valientes y cobardes. Para no comprender que la estación siempre queda, pero hay trenes que salen un día y ya no los podrás coger por no estar ahí en ese momento. Podrás subirte a otro con la misma fisonomía, el mismo horario, la misma dirección. Puede que hasta más rápido (con el tiempo, pude tomar una locomotora maravillosa y hacer el viaje de mi vida). Pero ese se fue. En la taquilla pagarás con dinero, el revisor te pedirá el billete. Aunque nadie te pedirá explicaciones en un vagón por ser más guapo o más feo.

Hace poco encontré la lista. El tren de Rosalía no regresó. Tampoco sé si volveré a acercarme a una estación billete en mano. Si lo hago, espero ver por allí a más gente valiente que fea.

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