Trenes inciertos

Años inolvidables

HACE unos días tuve que viajar a Sevilla por motivos de trabajo y me di cuenta que el tren que, hasta hace bien poco, era símbolo de orgullo y modernidad de una España molona y cool, ya no es lo que era. Para empezar, inexplicablemente, en un desplazamiento de algo más de doscientos kilómetros –entre Málaga y Sevilla- me habían sacado un billete que no era directo y tenía que coger un enlace. Para más inri en el viaje de ida el tren sufrió una parada de cuarenta minutos en una de sus estaciones. Al llegar a Córdoba tuve suerte y pude coger un tren enseguida y llegué pronto a mi destino. En cualquier caso, una atmósfera de contingencia se cierne sobre unos trenes inciertos, algo muy distinto a esa seguridad que teníamos en el ideal de progreso de ese AVE veloz y puntual.

En mi caso, fue en una estación y pude conversar con mi compañero de asiento, un hombre culto y con sentido del humor. Ambos de la misma generación, asociamos la parada del tren con su mal funcionamiento. Sin darnos cuenta, el tren se convirtió en una metáfora de España. Si 1992 fue el comienzo de la España de la alta velocidad, de los AVE, como una parte de esa España democrática y moderna, en 2025 esos trenes inciertos parecen un reflejo de una democracia que vive, como ellos, tiempos más difíciles e inciertos.

Además, está siempre la de la incertidumbre que provoca la inesperada parada, esa sensación de encontrarte en medio de ninguna parte, aunque estés rodeado de gente en un vagón, sin saber cuánto tiempo estarás en medio de ese lugar y cuando llegarás a tu destino. Enrique Vila-Matas lo vivió en un viaje en tren reciente y escribe:

‘No puede ser, me digo, por dios, no lo puedo ni creer. Pero enseguida tengo que admitir que el zarrapastroso Euromed no se está descalabrando, pero pierde empuje y ahora mismo acaba de detenerse por completo en medio de la nada, dejándome con una duda terrible: no saber cuándo llegaré a mi destino… Es una incertidumbre que, por mucho que estés cerca del mar, no le deseo a nadie’. En cualquier caso, conviene que nos tomemos en serio el problema. Como afirma acertadamente Sergio del Molino ‘El ferroviario no es el problema principal del país, pero tiene una tasa de encabronamiento muy alta: el viajero maltratado se convierte en ciudadano furibundo, y no hay renfecitos que le apeen la furia. La cosa responde a muchísimos factores que anteceden y rebasan la gestión de Óscar Puente, lo que no evita que este sea el protagonista de un declive que golpea el orgullo patrio donde más duele: la idea de modernidad. España no se sacudió del todo el franquismo hasta que no llegó el AVE: es inevitable que el desastre de ahora se perciba como un fracaso nacional. Por eso urge atajarlo’. Por favor, no perdamos este tren. Es importante para nuestro país.

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