Microquimerismo

Microquimerismo

Entre una madre y su hijo nonato se establecen unas relaciones celulares especiales que se inician tras la concepción y perduran después del nacimiento. En el útero gestante pronto comienza a formarse una obra maestra de la anatomía humana, la placenta, órgano que une a madre e hijo en un asombroso intercambio. Esa interfaz madre-hijo representa el único órgano transitorio formado entre dos seres en cooperación. La placenta asume funciones que normalmente llevan a cabo otros órganos y sistemas, como la de los pulmones, los riñones, actividades metabólicas, termorreguladoras, hormonales e inmunológicas. Posiblemente sea uno de los órganos de mayor importancia de la anatomía, y ha revelado, en la relación del niño y su madre, un vínculo más íntimo y profundo de lo que se creía. El material genético del feto puede atravesar la placenta y navegar en la circulación materna. La interacción de material genético entre la madre y su nonato trasciende el mero paso momentáneo a la circulación materna; a esa interacción se denomina microquimerismo.

El mito antiguo era un medio que desvelaba realidades tan profundas que no podían ser expresadas mediante abstracciones filosóficas o discursos lógicos. Esos mitos, que motivaron las sociedades precientíficas, no han abandonado hoy su interés. En la mitología griega, la Quimera era representada por un monstruo de tres cabezas, que escupía fuego. Tres animales en uno y todos de naturaleza salvaje. Alas de dragón para volar, cabeza de león para cazar y de cabra para ramonear en tiempos de escasez. Adaptado al entorno permanecía en manada como león o cabra y en soledad como reptil. Cuando su naturaleza se volvió salvaje e implacable, cuenta el mito que Belerofonte, ayudado del poder de vuelo de su caballo Pegaso, le arrojó lanzas con punta de plomo que, al contacto con el fuego del dragón, se derritieron dentro de la bestia y así logró vencerla.

A la presencia de una pequeña población de células genéticamente distintas y derivadas de otro individuo se le llama hoy microquimerismo. El feto en crecimiento envía células a la madre a través de la placenta de una manera aún no bien conocida. Se han encontrado células fetales en tejido mamario, en médula ósea, piel, hígado y en cerebro materno, que acaban integradas en esos tejidos de la madre para asumir su función. Pero este microquimerismo feto-materno no parece mostrar en su naturaleza el aspecto ni el comportamiento salvaje del mito. Algunas hipótesis señalan su diana en áreas de lesión; así, pueden colaborar en la restauración, tras el parto, de la herida de la cesárea mediante la síntesis de colágeno. Pueden participar en el proceso de la lactancia al estimular la producción de leche. Asimismo se han relacionado con la protección del cáncer de mama a largo plazo. Otros modelos sugieren que continúan ayudando a la madre años después del parto. Se acumulan pruebas de que el microquimerismo feto-materno persiste toda la vida fértil de la mujer, lo que bien podría protegerlas contra algunos trastornos de la inmunidad. No obstante, el significado de estos fenómenos no está aclarado; otros estudios han relacionado las células transferidas con mayor incidencia de enfermedades.

Llevamos restos de otros en nuestros cuerpos. Se han detectado células masculinas en la sangre de hasta el 10% de mujeres sanas sin hijos varones ni aborto, lo que se ha explicado mediante el fenómeno del “gemelo masculino desaparecido”, o a través de células que alcanzaron la circulación materna en la gestación previa de un hermano varón. También los gemelos idénticos intercambian células a través de la placenta. Estamos interconectados desde el nivel celular. Y estas células se integran en los tejidos maternos para funcionar como una mutualidad radical que apenas empieza a comprenderse. La placenta y el microquimerismo feto-materno brindan nueva luz sobre la simbiosis madre-hijo, un hermoso ejemplo del misterio y belleza de la creación. La placenta en el claustro materno deja posar un rastro del hijo en la madre para redimirla físicamente después del embarazo, rastro de moléculas eternas que concilia la unidad humana con la trama misteriosa y creativa que a cada instante opera en la naturaleza. En realidad, este proceso desafía esa otra quimera del individuo autónomo, noción moderna –y uno de los fundamentos en los que descansa el orden liberal– que no se aviene a la lógica del Adviento y la Navidad. La misma neurociencia muestra el potencial de las relaciones de amor en el florecer humano. El Adviento y la Navidad son tiempos que invitan a meditar estos misterios de reciprocidad que nos estructuran, y hacen del versículo “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gén 1 ,26) el pasaje más estudiado de la Escritura.

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