La celebración de la tregua

Aunque el cielo estuvo nublado toda la tarde, ayer no hubo que hablar de lluvias y las seis procesiones previstas brillaron en plenitud.

Jesús Cautivo, a su paso por el barrio de la Trinidad.
Cristina Fernández/ Pablo Bujalance

26 de marzo 2013 - 01:00

CADA uno de estos días posee su magia singular, su arrebato, su rincón más proclive a la oración y el recogimiento y también a la exultación popular. Pero el Lunes Santo, desde la Crucifixión hasta el Cautivo, reviste momentos decididamente especiales, episodios en los que Málaga se reviste de una identidad irrenunciable, como el regreso a la patria después de un año de largo exilio. Después de un Domingo de Ramos pasado por agua en gran parte, y de unas previsiones directamente nefastas para el resto de la Pasión a partir de hoy, lo mejor que se puede decir respecto a cuanto ocurrió ayer es que las seis procesiones previstas salieron con absoluta normalidad y sin incidencias. Fue más noticia el exceso de cera ya acumulada en la Plaza del Siglo, que ocasionó algunos resbalones (por lo que las zonas más afectadas tuvieron que ser acordonadas para garantizar la seguridad del respetable, con el que el tránsito por el centro se hizo aún más difícil), que las nubes del cielo, benévolas en todo momento a pesar de que alguna predicción apuntó lo contrario por la mañana. De este modo, esos mismos momentos se repitieron exactos, para consuelo de las verdaderas multitudes que se apostaron para compartirlos, todo por quitarse el mal gusto de la víspera: Crucifixión tomó el primer pulso en la Cruz Verde en su solemnidad repleta de contrastes, Gitanos presentó algunas novedades que a la postre resultaron muy interesantes tras una espléndida salida, Dolores del Puente trasladó el rito a las entrañas del Perchel, Pasión tomó en peso el mismo corazón de la ciudad para elevarlo al cielo, Estudiantes ganó para los suyos la gloria de Nuestra Señora de Gracia y Esperanza y el Cautivo volvió a ser coronado Señor de Málaga, arropado por una verdadera legión de incondicionales y protagonista de un tránsito colmado de bendiciones que hizo Historia por derecho.

Crucifixión

La cofradía del Santo Cristo de la Crucifixión estrenó ayer oficialmente (la inauguración como tal se celebró el pasado 23 de febrero) su nueva casa hermandad, en la calle Diego de Siloé, frente a la iglesia del Buen Pastor, justo donde hasta el año pasado se instalaba su tinglao. La liturgia en la salida fue por tanto mucho más solemne, con una estampa abrumadora del Crucificado junto a María del Mayor Dolor nada más abrirse las puertas. Pero el contraste que este momento brinda a los testigos sigue siendo representativo de cuanto encierra la Semana Santa de Málaga. La imagen del Señor, arropado por la banda de cornetas y tambores Nuestra Señora de la Victoria, volvió a presentarse cruda, tan bella conmovedora, impresionante en su representación del dolor y el sacrificio; mientras, a sus pies, la Cruz Verde mostraba sin reparos sus señales más arraigadas, su carácter vecinal más cómplice: hombres apoyados en farolas y papeleras apurando cervezas tardías, madres en bata y con moños improvisados meciendo los cochecitos de sus bebés, yolis en pijama que se hacían fotos al paso del trono y canis de tatuaje en el antebrazo y camiseta de Camarón que trepaban por las fachadas de los bloques asiéndose a las rejas de los lavaderos. Al mismo tiempo, padres abnegados grababan en HD el paciente tránsito de sus hijos penitentes, cofrades de pro daban por inaugurado el Lunes Santo con galas de domingo, familias de punta en blanco se persignaban a la sombra de la Dolorosa y algunos paseaban al perro como si no tuvieran que ver con aquello. Después, la procesión protagonizó momentos inolvidables en Mariblanca, la estrechez de San Bernardo El Viejo (hubo que convencer al encargado de un restaurante de que retirara las mesas)y Mártires antes de su llegada a la Alameda. Pero más abarrotada estaba aún la calle San Agustín tras la estación de penitencia en la Catedral: allí la muerte del Cristo se hizo más piedra, más noche, más humana. Más Málaga.

Gitanos

Tras los lamentables sucesos ocurridos en la salida de Gitanos el año pasado, cuando un hombre fue detenido después de sacar una pistola simulada a las mismas puertas del templo, había muchas ganas de recuperar este acontecimiento único en toda su plenitud y sin sobresaltos. La hermandad había decidido adelantar la salida de la procesión a las 16:20, casi una hora respecto al año pasado, pero cuando apenas Crucifixión había empezado su salida ya esperaba un gentío entregado en la calle Frailes. Allí se mezclaban más gitanos de la Cruz Verde, los árabes que regentan las carnicerías y los bazares del barrio, señoras en mantilla de gesto noble, vecinos que no perdían detalle desde las ventanas y visitantes llegados desde los más diversos puntos de España y Europa (en un radio de apenas veinte metros confluían frente a las puertas de la casa hermandad irlandeses, italianos y franceses). La salida fue espectacular, con la habitual jarana de bailes y cantes (más nutrida también que otros años) entre el Señor de la Columna, recién restaurado, y María de la O. También fue una novedad destacada el paso de la procesión por las calles Cisneros, Especerías y Nueva, un trayecto que no acontecía, según apuntaron algunos veteranos de gorra de paño y cayado en ristre, desde hacía más de 60 años. El encierro fue secundado, de nuevo, por cientos de acólitos, que jalearon y vitorearon a su Señor y a su Madre.

Pasión

Unos minutos antes de la hora anunciada, las puertas de la iglesia de los Santos Mártires se abrieron para dar comienzo a la belleza recogida de la Archicofradía de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y María Santísima del Amor Doloroso. Pocos se quisieron perder la espectacular y costosa salida de la hermandad y como cada año la plaza se quedó pequeña para albergar tanta fe. El silencio se hizo cuando los penitentes, con túnicas moradas y cíngulos de esparto, anticiparon la salida del Señor cargado con la cruz y ayudado por el Cirineo sobre un manto de claveles rojos. Los hombres de trono de los varales laterales esperaron en la plaza a que el Cristo cruzara un umbral demasiado pequeño para las dimensiones del trono. A braza salvaron la cruz y se fueron incorporando para subir nuevamente la carga a los hombros e iniciar la difícil curva con la que enfilaron la calle Santa Lucía. En los cristales del Okebab se apoyaban portadores y capataces para hacer posible la maniobra. Los aplausos premiaron el esfuerzo. Tras el trono del Padre, nazarenos con cruces de madera. Los músicos de la banda de la Esperanza llenaron la calle emociones contenidas que se vieron en las caras de los allí congregados, en los gestos de una madre que en un balcón acurrucaba a su hija, en la de unos turistas embrujados por las imágenes, el olor del incienso y los sones de los instrumentos de viento y percusión. "Mira que bonito, el paso que lleva, parece que va andando", comentaban algunos. Pocos minutos después, los portadores del Amor Doloroso iniciaron su estación de penitencia con precisión milimétrica. Al trono de María Santísima le tuvieron que quitar las patas para sacarlo a brazas, muy pegado al suelo. "No hay prisa, señores, quietos, un poco más a la derecha, atentos, silencio y escuchando", decía un capataz. Sonaron las campanas, a brazos y finalmente a hombros para escuchar triunfal el himno nacional. Pasión comenzaba su recorrido procesional con la Banda de la Expiración cerrando el cortejo y detrás la penitencia, por sus hijos, sus nietos, sus padres y madres, por sus seres queridos prometieron hasta el silencio.

Estudiantes

Vencidas las nubes, el sol de la tarde iluminaba la calle Alcazabilla cuando las grandes puertas de la casa hermandad del Santo Cristo Coronado de Espinas y Nuestra Señora de Gracia y Esperanza se abrieron para dar paso a la Cruz Guía. El alcalde de Málaga y varios concejales acompañados del subdelegado del Gobierno presenciaron la salida de la interminable fila de penitentes vestidos de terciopelo burdeos, que se perdían en Císter antes de ver en la calle el trono dorado de Estudiantes. Sonó la campana y el Señor que aguanta con amor infinito su humillación, el de la mirada serena y la túnica rasgada cruzó el umbral para iniciar su recorrido procesional. Tras el himno de España sonó el Ubi Caritas, que cantaron los hombres de tronos. Los varales se metían bajo los naranjos y la mora Alcazaba estaba repleta de espectadores de la fe cristiana. El elegante paso del trono se detuvo para escuchar una saeta. Aunque el murmullo del gentío, no cabía un alma más ni dentro ni fuera de la Casa Hermandad, engulló los quejíos de la cantaora, el rezo llegó directa a los ojos de su Señor. Dos horas más tarde, al filo de las 21:00, volvía a sonar el Ubi Caritas en Carretería. Tras los pasos de su Hijo, la dolorosa envuelta en un verde esperanza ante la cercana Resurrección daba la curva desde la calle Tejón y Rodríguez. La candelería, encendida por completo, iluminaban la preciosa cara de la Virgen. Con paso firme se dirigía hacia el recorrido oficial en el que como punto destacado se vivió, un año más, la estación de penitencia en la Plaza del Obismo, donde lo reciben representantes de la Universidad de Málaga con el Gaudemos igitur.

Dolores del Puente

Ya con la luna llena presidiendo la noche se escucharon campanillas en el interior de la iglesia perchelera de Santo Domingo, aún con las puertas cerradas. A la hora señalada y con los acordes de la banda desde el interior del templo, salieron los penitentes de luto, algunos descalzos, para acompañar al Santísimo Cristo del Perdón y Nuestra Señora de los Dolores Coronada (Dolores del Puente). La cofradía vivió su primera Semana Santa sin Jesús Castellanos, fundador de la corporación, y a su figura esencial dedicó la estación de penitencia. La banda Nuestra Señora del Carmen del Perchel ponía la música a un cortejo perfectamente ordenado y sobrio que abandonaba un templo que en penumbras y recogimiento absoluto esperaba el momento de ver al Señor en la calle. Las velas de los nazarenos encendidas trazaban el camino hacia el Pasillo de Santo Domingo cuando los portadores comenzaron a mecer el trono al ritmo de los tambores. Respeto y oración en silencio al Cristo clavado en la Cruz que perdona a Dimas, el ladrón arrepentido, ante la mirada de dolor de su Madre, la Virgen de la Encarnación, que ayer celebró su festividad. Para salvar los arcos interiores de la parroquia, los portadores de la Dolorosa bajo palio tuvieron que hacer un esfuerzo mayor, que no restó ni en lo más mínimo seriedad a la procesión. Media hora después de las 20:00, la puerta del tempo se cierra ante el paso firme y elegante de la Virgen, cuyo dorado acarician algunos en señal de devoción. "Esta salida es mágica, por el silencio, porque es más seria y menos folclórica", consideraban algunos fieles, emocionados aún por los acordes de la Banda del Nazareno del Paso y Esperanza que llenaban la plaza en su camino hacia el puente. Otros esperarían a encontrarse de nuevo con la cofradía en la hermosa estación de penitencia que realiza en la Santa Iglesia Catedral.

Cautivo

Ya a las 16:00 había sillas dispuestas en la calle Mármoles. Cuando poco antes de las 19:00 se encendieron las candelarias del trono de Nuestra Señora de la Trinidad, era una multitud la que aguardaba en la Plaza de Jesús Cautivo. Al Señor de Málaga no le hicieron falta regulares (que estuvieron representados, no obstante, por un coronel y cinco oficiales) para ganar a la ciudad para su causa. Pero para verlo en su verdadera dimensión había que ir a la calle Carril, después de la calle Trinidad y la plaza Montes: allí, en la estrechez, supervivientes septuagenarias de ojos húmedos, quinquis hechos al trapicheo y niños de camisetas sucias profesionaban su fe con orgullo, ésta es la Trinidad, esto somos nosotros. Otros muchos que ya no vivían en el barrio celebraban su regreso, como hijos pródigos, entre globos de Doraemon, bolsas de altramuces, medallas, escapularios, azulejos impolutos en las fachadas de los corralones, saetas y promesas. Pero tampoco faltó Melanie Griffith, entregada, vestida de negro, empeñada en su devoción anónima de entrega al misterio. Al paso del Cristo, nacido entre solares como gesto de una ciudad incapaz de sobreponerse a su ruina, resultaba imposible dar un paso en el Puente de la Aurora. Si hubo un momento que valió por todos, éste fue el de la estampa del Cautivo y de la Trinidad, movidos sobre la podredumbre del río como redentores de un sueño imposible.

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