Unicaja

Alberto de España

  • El malagueño entra en otra dimensión como jugador tras su espectacular Eurobásket

  • De Los Guindos al oro

Alberto Díaz y Darío Brizuela besan la Copa.

Alberto Díaz y Darío Brizuela besan la Copa. / Efe

Alberto Díaz Ortiz (Málaga, 1994) entra en otra dimensión como jugador tras este Eurobásket. No se le subirá a la cabeza, seguirá siendo el mismo chaval tranquilo criado en San Carlos, a pocos metros de Los Guindos, y que estudió en el Rosario Moreno. Tiene una trayectoria de 10 años en la élite, más de 350 partidos con el Unicaja, medio centenar en Euroliga y con un MVP de la Eurocup con 22 años a sus espaldas, pero ha rebasado ampliamente estas semanas los límites del a veces endogámico y cerrado mundo del baloncesto. No hay vehículo difusor de este deporte al gran mercado como la selección española. "Os juro que no sabía de la existencia de la mitad de los tíos de la selección", es el mensaje en un grupo de whatsapp de un amigo que jugaba el baloncesto, que no sigue el básket de clubes apenas y que se engancha en ocasiones como ésta. Ya sabe quién es, evidentemente, el pelirrojo malagueño. Es una realidad muy extendida.

Alberto estaba hace tres semanas jugando un amistoso a puerta cerrada con el Unicaja ante el Covirán Granada. Había sido descartado en el primer corte para el Eurobásket. Hoy es campeón de Europa con un papel decisivo. Scariolo reformuló el equipo con la lesión de Llull y volvió a tirar del malagueño, el jugador que le ponía como ejemplo a su hijo Alessandro para convertirse en profesional por sus valores y ética. No dejó acabar la frase a Jorge Garbajosa, que estaba en la plantilla cajista cuando un pequeño diablo de 18 años debutó y fue pieza clave para salvar la Euroliga, le llamó para unirse. No hay orgullo mal entendido, sino rabia y el hambre, la que le hace ganar el 90% de los balones divididos. Y para lucir muñeca y meter triples determinantes como los que terminaron de laminar a Francia. Mientras papelillos dorados vuelan por el Mercedes Benz Arena, el malagueño besa el trofeo de campeones y se hace una foto acompañado de su gran amigo Darío Brizuela, otra pieza importante en la maquinaria de Scariolo y que debe ser un espaldarazo al crecimiento en sus carreras. En su madurez, el año en el que cumplen 28 años, es un gran momento.

Es cierto que hay un sentimiento en Málaga de cierta estupefacción por que ahora se le reconozca a Alberto lo que lleva haciendo una década en la élite (desde niño en las convocatorias FEB y desde la sub 16), pero hay que admitir que también hay factores que lo propician. La desaparición del Unicaja de la aristocracia del baloncesto español y europeo en el último lustro no le ayudó, a veces desde dentro. Y es verdad que Alberto ha rayado a un nivel sublime a los dos lados de la pista, probablemente el mejor de su carrera teniendo en cuenta el contexto y el nivel del torneo, asumido mayoritariamente como el mejor de la historia. Desde el último partido de la primera fase ha tenido actuaciones absolutamente trascendentes en cada partido. Desde que forzó la falta para eliminar a Sengun y propició la pérdida de Larkin en Tíflis ante Turquía. El ataque que le saca a Domas y la brutal defensa a Brazdeikis que acababa decidiendo la epopeya ante Lituania. La desesperación a la que lleva a los bases finlandeses. Cómo seca a Schroeder hasta no dejarle anotar en los últimos siete minutos y medio ante Alemania. Igual con Francia, para negar creatividad a Heurtel, Okobo y Albicy. Todo aliñado con lanzamientos punzantes (88% en tiros de dos, 83% en libres y 40% en triples, metiendo uno desde el último partido de la fase de grupos) en momento de mucha tensión y levantándose sin miedo, como ante Alemania, donde fue decisivo.

En Málaga se la ha visto salir con ese descaro desde la primera vez que debutó, aguantar en el Clínicas, hacer la mili en Bilbao y Fuenlabrada, sostener en sus espaldas un proyecto, coser las heridas con el público con esa entrega, sacar una falta en ataque a Spanoulis para ganar un partido de Euroliga, ser MVP en aquella mágica final de La Fonteta, honrar la camiseta cada día que se la ha puesto. La devoción y la identificación que se siente en Málaga por el pelirrojo se ha extendido por toda España. Estaría bien también que se le restituyera el respeto que se le perdió. Y, claro, que el Unicaja funcione de una puñetera vez. Se lo merece él, que seguro que no fallará. Y mucha más gente.

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