Ricky Rubio y Málaga, cuando el prodigio creció de golpe

Casi veinte años después, el tiempo devuelve a Ricky Rubio al Martín Carpena, uno de esos escenarios donde empezó a llamar la atención del baloncesto español con un talento sin parangón. No fue allí donde debutó. Ricky ya había hecho historia meses antes, el 15 de octubre de 2005 en Granada, cuando con 14 años, 11 meses y 24 días se convirtió en el jugador más joven en debutar en la ACB. Pero fue en Málaga donde muchos descubrieron hasta dónde podía llegar aquel adolescente. Finalmente no viajó el catalán tras estar entre algodones en los últimos días, pero habrá una oportunidad cercana en BCL para jugar en Málaga.

Apenas tenía 15 años cuando formó parte de una de las eliminatorias más intensas y recordadas por la afición malagueña: la semifinal de la ACB de 2006 entre Unicaja y Joventut. Una serie cargada de tensión, prólogo del título de Liga que acabaría conquistando el conjunto malagueño, y en la que convivieron generaciones muy distintas. El desaparecido Robert Archibald al límite en la defensa de Daniel Santiago, veteranos como Bennett y Paco Vázquez manejando los tiempos, jugadores ya asentados como Mumbrú o Lubos Barton y la exuberancia de jóvenes como Rudy Fernández y Marcelinho Huertas. En ese contexto, Ricky ya tenía minutos de rotación y dejaba destellos de un talento fuera de lo común. En el banquillo mandaba Aíto García Reneses, como en tantas batallas cajistas, y fue Marcus Brown quien terminó de decantar la serie con 31 puntos en el definitivo quinto partido.

Dos décadas después, aquel base precoz regresa al Carpena desde un lugar muy distinto. A sus 35 años, el genio de El Masnou vive una segunda juventud en el Joventut, desde la inteligencia de siempre, la lectura del juego llevada a su máxima expresión y una autoridad natural que le convierten en una pieza capital del proyecto verdinegro. Su vuelta a Badalona no es solo deportiva, también simbólica: regresar al club que le vio debutar en la ACB es una forma de cerrar el círculo. Aquel estreno en Granada fue el inicio de una carrera alucinante, con un currículum inabarcable: doce temporadas en la NBA repartidas entre Minnesota, Utah, Phoenix y Cleveland, y un palmarés con la selección española que incluye el oro del Mundial de 2019 como joya de la corona, MVP de aquel campeonato y que colocó a Ricky en la dimensión que merecía. Hay que añadirle 2 oros en Eurobasket (2009 y 2011), los bronces de 2013 y 2017; la plata en Pekín y bronce en Río. Llenó su palmarés antes de cruzar el charco: Euroliga con el Barça en 2010, una ACB, 3 Copas del Rey y 2 Supercopas. Una trayectoria brillante, pero también atravesada por momentos muy duros.

Las lesiones y la pérdida de su madre marcaron una etapa compleja, que le llevó además a implicarse activamente en la lucha contra el cáncer a través de su fundación. La batalla más difícil, sin embargo, siempre estuvo en su cabeza. Convertido en un referente público de la salud mental tras su testimonio en aquella entrevista impactante con el periodista Jordi Évole, Ricky decidió parar, pensar y volver desde otro lugar. Recuperó la sonrisa antes que el baloncesto. Y cuando regresó, lo hizo fiel a sí mismo. Es espejo y referencia dentro de un Joventut que encuentra en él una cara reconocible y poderosa para su proyecto. No tanto como impulsor desde el ruido, sino como sostén silencioso, como presencia que ordena y da sentido a lo que sucede alrededor, ese espejo que además reune la filosofía de la Penya.. Sus promedios en ACB son de 13.5 puntos, 5.5 asistencias y 17.1 de valoración en algo menos de 22 minutos de media, números tremendos casi sin querer. La magia sigue intacta y su influencia se ha notado desde el primer día. Se reencuentra con el Carpena desde 2011, su última temporada en el Barça.