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A Merced de ocho siglos históricos

  • Un rosario vespertino sirvió como culmen a las celebraciones organizadas por la Humildad

La Victoria, barrio declarado independiente en redes sociales hace ahora un año, sabe mantener el secreto de cada salida procesional hasta el último segundo. Mientras todos los hermanos de Humildad esperaban en la explanada del Santuario a la hora señalada, una boda terminaba dentro del templo y, como si del enlace real se tratase, el variopinto público, poliédrico como la ciudad, respetable o no tanto, se congregaba en torno al momento de lanzar el arroz por la misma puerta por la que debía aparecer la Virgen de la Merced unos minutos más tarde.

La Victoria como testigo y el Amor y la Caridad de escoltas, todos vieron salir a la Dolorosa de la hermandad de la Humildad en un recoleto trono cedido por la cofradía de Jesús Nazareno de Almogía, cuyos hermanos acompañaron al rezo del rosario como invitados de honor. Una lluvia de aleluyas lanzados desde los balcones del Santuario encuadró la mirada a la Virgen, cuyo acto piadoso recordaba el 800 aniversario fundacional de la orden de la Merced, cuya advocación y recuerdo como templo desaparecido residen hoy al final del Compás.

En las voces de la escolanía Pueri Cantores de Jesús Nazareno de Almogía se puso el centro de atención ante cada misterio. Un acompañamiento en alza para estas procesiones, delicado y con un trabajo a las espaldas desde la dirección y el siempre necesario respeto de los padres por la voluntad de sus hijos para cantar.

Con el descenso de la Virgen de la Merced por la explanada de la basílica victoriana, a los sones de un tambor de la banda Eloy García con que marcar el paso, se pudo contemplar en toda su extensión el conjunto. Por una parte, la imagen de Álvarez Duarte se presentó vestida con un gusto exquisito que favoreció al conjunto. Las velas terminaron abriendo una calle con la que se pudo contemplar mejor a la Dolorosa, y las flores -rosas, orquídeas, algodón y rosas de pitiminí blancas junto a tonalidades verdes- aportaron una estética de contraste y sensación de pureza en un trono de dimensiones más reducidas.

El cortejo, por su parte, destacó por la sencillez y el generalizado respeto, salvo algunas conversaciones alejadas del rezo del rosario. El guion mercedario ocupó un destacado lugar como símbolo de la Virgen, sustituyendo al estandarte, y las banderas con textos alusivos a María o los reposteros en el Santuario sirvieron para demostrar el carácter de alabanza que se viviría a la vuelta, ya al filo de la medianoche.

Sin perder el compás, con dulce vaivén, la calle Fernando El Católico escondía entre los pliegues de sus visillos a vecinos impresionados por la hilera de velas que iluminaban ya a la noche en ciernes. A la llegada a la casa hermandad del Monte Calvario, una representación de la hermandad esperó hasta que el trono se detuvo para realizar una oración delante de la Virgen, que ya resplandecía en tonos dorados a la luz de la candelería. Igual situación se vivió metros más tarde, ante la cofradía del Amor, donde otro rezo sirvió como simbólica venia para continuar entre las calles de la Victoria más recónditas.

En calle María se consiguió algo más del esperado silencio para que las voces de los infantes sonasen como debían. Si las nuevas hornadas de cofrades -o de espectadores- no conocen el sentido de un rosario vespertino, quizás sea bueno que la formación se ponga como avanzadilla. Merecía la pena guardar el rezo, en silencio o a viva voz, antes de que se culminase con este acto.

La Virgen de la Merced recorrió, tras abandonar la zona alta de la Victoria, el entorno de Lagunillas acompañada por la Unión Musical Maestro Eloy García antes de retornar al Santuario para poner fin a unos actos señalados como extraordinarios.

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