Cine

Almodóvar: "Lo mejor que puedo hacer ahora por el pueblo español es divertirlo"

  • El cineasta estrena el próximo 8 de marzo 'Los amantes pasajeros', una comedia sobre un avión abocado a la catástrofe que hoy adquiere una inevitable lectura social.

La gente se lo pedía y Pedro Almodóvar, finalmente, sucumbió. Los amantes pasajeros es el regreso del maestro al espíritu hedonista, descabellado y sexy de su cine de los 80, un grito libérrimo que vuelve a parecerle necesario. "Lo mejor que puedo hacer ahora por el pueblo español es divertirlo", dice.

"Me hace gracia que, como si se tratara de un cliente habitual en un comercio o donde va a comprar algo, los clientes-espectadores me pidieran por la calle una comedia", dice Almodóvar, pero él mismo, después de la negrura abisal de Los abrazos rotos y, sobre todo, de La piel que habito, necesitaba "airearse" con este film luminoso que se estrena el próximo 8 de marzo.

El término airearse no puede ser más literal. Almodóvar diseña un vuelo al borde de un ataque de nervios por la posibilidad de una catástrofe aérea, con azafatos y pasajeros que congregan a un reparto coral con Javier Cámara, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Hugo Silva, Raúl Arévalo y otros chicos del montón dispuestos a dar rienda suelta a esa ley del deseo de manera más celebratoria que nunca. "Es una comedia oral, porque se habla muchísimo; moral porque es un viaje que cambia ligeramente a los personajes, o por lo menos de un modo definitivo; e irreal porque, deliberadamente, he querido que la comedia transcurra en una especie de limbo donde este avión da vueltas sobre sí mismo sin ir a ningún lugar", resume.

Eran ya muchos años sin entregarse al despiporre, pero Almodóvar se ha sentido en plena forma. "Es muy grato ver que, en efecto, un tono que no estaba ejercitando últimamente sigue dentro de mí, y que cuando la idea lo merezca o la historia que tenga que contar lo decida, a pesar de los dolores de cabeza, de los años, no ha desaparecido en mí esa capacidad", asegura. "Un drama también produce mucho placer al verlo. Pero me alegra mucho que en el año 2013, un año que se presenta difícil para todos, el espectador que vea la película vaya a salir con el ánimo por encima de como entró", reconoce sobre un film que "hay que promocionar como una fiesta, como quien va a una fiesta para huir de catástrofes".

En las fiestas de Almodóvar, en cambio, ya hace muchos años que entran otros factores además de la diversión. Y en ese avión de la aerolínea Península, aunque uno de los elementos cómicos "es la ausencia de conexión con teléfonos, vídeos, pantallas de todo tipo", dice el cineasta, la realidad acaba por filtrarse como un color más en la paleta almodovariana. "No hubiera podido evitar el hecho de que la película está hecha desde ahora mismo y desde mí mismo. He cambiado también. No es que no sea la misma persona, pero han pasado treinta años desde que empecé. Incluso aunque yo hubiera querido hacer una película exactamente como en los primeros 80 no lo hubiese conseguido. No estoy en ese lugar y tampoco la sociedad española lo está", asegura.

Almodóvar, propulsor de una ruptura que daba la espalda a la dictadura, se pregunta con la evolución política y económica del país ¿qué ha hecho España para merecer esto? "Yo no creo que España tenga lo que se merezca. España merece algo mucho mejor de lo que tenemos", dice. "Afortunadamente, la gente está mucho más concienciada que nunca. Ésa será la gran arma para que las cosas puedan cambiar, aunque no es fácil. Yo como individuo y ciudadano puedo quejarme de la situación. Ahora, como tantísimos miles de españoles que salen a las calles, creo que hay muchísimos elementos que hay que cambiar. Elementos que tienen que ver con el sistema, elementos descomunalmente grandes", explica.

Así, entre esos amantes pasajeros no falta un aeropuerto sin utilizar por la especulación, un "ladrón de guante blanco" que se apellida Mas y que huye de un caso de corrupción, o una madame sadomasoquista y "chantajista profesional" con conexiones en el Opus Dei y la Casa Real. Almodóvar quería abstraerse de la actualidad, pero confiesa que "viendo ahora la película y contemplando lo que hay a nuestro alrededor, creo que hay una presencia de nuestra realidad mucho mayor de la que yo intuía o de la que yo deliberadamente puse. La misma película que rodamos hace ahora casi un año se ha enriquecido muchísimo con la realidad española".

Los amantes pasajeros iba a ser el ejercicio de abstracción de Almodóvar ante una realidad poco festiva. Quería subirse al avión y desconectar en su vuelta al humor. "Hay elementos para hacer sátira social, humor descarnado y negro sobre la sociedad española cada día. Hay temas enormes para ejercer el humor, pero no puede ser un humor ni blanco, ni amable, ni ligero. Si ahora mismo se mira a la sociedad española tiene que ser un humor muy negro porque la sociedad lo es", explica, aunque ésa no era, a priori, su opción.

Sin embargo, desde que escribió el guión hasta el estreno el próximo día 8, el cambio de la realidad en el país ha provocado el consiguiente giro en la mirada sobre su film. "No quiero decir que sea una película premonitoria. Pero cuando hay vuelcos sociales, y desde luego ahora estamos viviendo uno, el más fuerte que yo recuerde desde la democracia, las películas pueden quedarse viejas o, al contrario, de un modo inconsciente, adquirir una dimensión, un significado que no estaba en la cabeza de su director", asegura.

De igual manera que en el Festival de Cannes de 2009 reinterpretó Los abrazos rotos como una visión velada de la reconciliación de España con su memoria histórica, entiende ahora ese avión, no en vano de aerolíneas Península, como una muestra representativa de la España de hoy. A punto de estrellarse, con comandantes que ocultan información, una clase turista anestesiada para que no cunda el pánico y con una clase business que mantiene sus privilegios, en ese avión se reescribe su fábula desenfadada en una indirecta reflexión política. "Ahora mismo hay toda una clase a la que se ha inducido a la fuerza al sueño. Los han drogado para que no reaccionen. Y también existe esa relación con el poder, que en este caso serían los pilotos, que intenta de momento no hablar, huir", explica. "La consigna que le da el comandante al sobrecargo es invéntate cualquier cosa, cualquier detalle técnico. También se parece mucho a lo que hacen nuestros dirigentes", reflexiona.

El ganador de dos Oscar, al volver al espíritu desinhibido de los 80, también se ha reencontrado con lo irreverente, a pesar de que desde las polémicas de 2004, cuando estrenó La mala educación en pleno vuelco electoral socialista, se ha abonado a la prudencia. "Lo vivo fatal", reconoce. "De hecho hay algo que nunca hubiera esperado de mí mismo porque me siento incapacitado para ello. No es que sea un incontinente verbal, pero soy una persona comunicativa y que habla claro, sin eufemismos. Desde entonces, no me he puesto un bozal, pero he cuidado muy mucho lo que he dicho y ésa no es mi naturaleza", reconoce. "Es terrible que te arrebaten la espontaneidad. Saber que cada cosa que digas, por narices, se va a malinterpretar y mucho más cada cosa que digas con relación a los problemas sociales de tu país. Convertirte en un ciudadano enmudecido o con algo que te tapa la boca no va conmigo. Aunque no me he tapado la boca del todo", confiesa.

Así, incluso esa sexualidad lúdica recuperada tiene cierto cariz reivindicativo, pues ante la catástrofe, sus personajes se dejan en manos del placer casi como último recurso. "Es una celebración del deseo en sí mismo. Un deseo, además, que tiene que ver con los sentidos, no con los sentimientos. No hay ninguna ley que se lo prohíba ni que se lo permita", dice. "Es la catarsis natural expresada a través de uno de los elementos que más placer nos puede dar, que es el sexo. Algo que nuestra naturaleza nos ha regalado a cada ser humano y que no hay nadie, ninguna clase social que nos lo pueda arrebatar", asegura quien en los últimos años transitaba un erotismo truculento y atormentado.

Almodóvar, en Los amantes pasajeros, viaja sin facturar la pesada maleta del prestigio, que ha ido ganando al aflorar su parte más grave, y prefiere no competir en ningún festival. "No me preocupa tanto la sensación de que haya gente que está esperando que fracase como la presión de que tienes siempre que acertar. De que el camino siempre tiene que ser ascendente. En todos los caminos hay remansos, hay valles, hay que bajar un poco para subir", dice.

La última vez que se dejó en manos del delirio, en Kika, recibió las peores críticas de su carrera. Como reconoció recientemente, fue su experiencia más cercana al fracaso. "Los batacazos son relativos. Si eso significa que me encuentro con una película que no es la que quería hacer, eso es un fracaso íntimo que a lo mejor no llega a los demás si la película funciona", reconoce. "En todas mis películas hay cosas que me gustan y que no me gustan en distintos niveles. No se trata de que yo sólo pienso en las que me gustan. También pienso en las que no me gustan, pero trato de no comunicarlas. Ya están los demás para decir lo que hay de malo en mis películas", explica. "Como director tienes que tomar cien decisiones al día porque si no el equipo está paralizado. A veces con total convicción, otras por instinto otras por intuición y otras porque hay que tomarlas. Soy capaz de tomar las cien diarias o las que me echen, pero en mi vida no tengo tanta determinación. Probablemente uno de mis errores ha sido no resolver determinadas cosas en el momento en el que yo detecto que hay que resolverlas. Pero bueno, estoy a tiempo. No hay nada grave. Y no vivo con la sensación de que todo me sale bien. El modo en el que vivo es perenne lucha", asegura.

Esa lucha lo enfrenta, muchas veces, a sí mismo. A esa etiqueta de almodovariano que lo persigue y a esa evolución desde la vida coral festiva a casi atrincherarse para seguir creando en los escasos huecos que le quedan entre rodajes y promociones. "A pesar de que es un halago el hecho de convertirte en adjetivo, porque amplía enormemente tu propia existencia y tu nombre, me pesa eso. Yo quería hacer cine, no pretendía convertirme en algo que se pueda calificar con mi nombre. Para actuar con toda libertad no quiero tener compromisos con nada, ni conmigo mismo y desde luego con la realidad tampoco. Los retratos que he hecho, si he hecho alguno, están filtrados por un montón de elementos artificiales porque ese es el cine que me interesa hacer. Yo me represento a mí y a la gente afín que se siente reflejada. Hay muchas otras españas, y ahora lo estamos viendo, que no están en mis películas", sentencia.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios