Crítica 'Black Coal'

Sobre la desolación y otros crímenes

Black Coal. Thriller, China, 2014, 106 min. Dirección y guión: Diao Yinan. Intérpretes: Liao Fan, Gwei Lun-Mei, Wang Jingchun y Wang Yu Ailei. Música: Wen Zi.

Al hacer la crítica de La entrega, película americana dirigida por un belga, coincidente en cartelera con la española La isla mínima, recordaba la asombrosa capacidad de adaptación del cine negro desde los años 30 hasta hoy y a todos los climas y culturas. Black Coal nos lleva, con un alto grado de similitud en la utilización del género como pretexto para establecer discursos pesimistas sobre la sociedad y la naturaleza humana, de Brooklyn o las marismas del Guadalquivir a Manchuria.

Esta excelente película refleja, a través de una Manchuria desolada y desoladora, la China en transición del comunismo al capitalismo sin abandonar la dictadura. No hay brillo de rascacielos de Shangai, solo amargura, vulgaridad, cansancio, suciedad y desaliento. Estamos en el lado más oscuro de los muchos que tiene el milagro chino. Un escenario idóneo, según el realizador, para el cine negro: "En momentos determinados la sociedad genera una atmósfera que se expresa muy bien a través del cine negro… En la China actual hay una situación de crisis social que se ha dado también en la Europa de los años 40 y 50, y que se muestra bien en ese cine policíaco".

En el barro, las fábricas viejas, la nieve sucia, los interiores cutres y los tipos aún más cutres que parecen ruinas de decorados y de personajes del primer Almodóvar (la modernidad lumpen llegando a Manchuria) y las ciudades a las que la peor arquitectura funcional comunista ha dejado sin rostro ni memoria, se desarrolla la retorcida trama que arranca con el hallazgo de un cadáver troceado cuyos restos aparecen en diferentes puntos de la región. El detective que investiga el caso es herido y expulsado del cuerpo. Años más tarde el asesino vuelve a actuar. Y él vuelve a perseguirlo.

El ex policía amargado en busca de su redención y la mujer fatalidad -más que fatal- rodeada de un aura letal, excepcionalmente interpretados por Liao Fan y Gwei Lun-Mei, son dos tópicos tan fundamentales del género que el juego de Yinan con él se evidencia desde el principio. La densidad cutre de las atmósferas, que alcanzan cimas de estetización de la desolación, también marca los límites del género que el realizador se ha autoimpuesto. Tan rígidamente que no le importa utilizar como banda sonora la muy reconocible música de El tercer hombre. O de evocar la noria del Prater. Eso sí, juega con tanta habilidad y tan buen estilo sus cartas marcadas que alcanza su total libertad creativa a partir de este sometimiento a las reglas y atmósferas del género.

Se agradecen el estilo frío, distante y sereno, el estatismo de la cámara y la estabilidad del plano incluso en las escenas de acción y violencia que se filman con una desoladora sensación de cansancio, como si matar fuera una rutina fastidiosa. Que los personajes se maten unos a otros sin que Yinan corte el plano con ese montaje histérico que nos aflige, o que ni tan siquiera mueva la cámara aunque la acción quede fuera de campo y lo que se ve sea un bressoniano plano vacío, convierte esta película en una excepción y una lección. Un raro sentido del humor -esperpéntico, grotesco- atraviesa a veces esta historia, más triste que trágica, dotada de una apabullante belleza fea y narrada con una serenidad rara de verse en el actual cine occidental.

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