Cultura

Lejos de las nubes

  • 'Ética sin ontología'. Hilary Putnam. Alpha Decay. Barcelona, 2013. 209 páginas. 20,90 euros.

Ética sin ontología recoge seis conferencias del prestigioso filósofo estadounidense Hilary Putnam, aquí argumentando, con precisión, rigor y minuciosidad, a favor de una ética que, olvidados los proyectos sistémicos y el deseo de establecer principios universales, contribuya a la solución de problemas prácticos. Las decisiones y afirmaciones éticas -un caso particular de las decisiones prácticas (y por lo tanto generadoras de controversia)- no escapan, desde este punto de vista, a las de cualquier otra actividad cognitiva, y por lo tanto están regidas por normas de verdad y validez. Ahuyentado el fundamento metafísico y determinada la escasa ayuda que la ontología -de la que Putnam escribe su obituario- le supone a una ética que se refleja aquí en el espejo de la filosofía de la matemática, la lógica o la teoría del método científico, el filósofo propone la defensa, siguiendo a Wittgenstein y, especialmente, a John Dewey, de un "pluralismo pragmático" que supere la ceguera filosófica según la cual cualquier cuestión ética puede expresarse con un raquítico vocabulario (bueno, malo, correcto, incorrecto...), y apueste por aplicar la inteligencia sobre los diferentes discursos que formulan el lenguaje cotidiano, discursos sujetos a distintos juegos de lenguaje.

Tras la disección del fantasma ontológico que pervierte la reflexión ética, Putnam le busca un contexto histórico a la disciplina a partir de un relato de progreso que interrelaciona, en fases que se van superando, tres Ilustraciones: la platónica, la propia de los philosophes de los siglos XVII y XVIII, y, por último, la pragmatista, representada por el pensamiento del filósofo y pedagogo Dewey. La teleología propuesta por Putnam es una donde se va afinando paulatinamente la sinfonía de la "trascendencia reflexiva", una mayoría de edad mental que enseña a mantenerse a distancia tanto de las creencias convencionales como de las opiniones y prácticas que heredamos, es decir, a una constante reconsideración de nuestros modos de pensar. En su defensa de la posibilidad de procesos de aprendizaje en ética, este optimista casi nonagenario carga respetuosamente contra postestructualistas y deconstruccionistas (menos contra Foucault o Derrida que contra sus seguidores), a los que insta a argumentar y a dejar con ello la cómoda tiniebla posmoderna.

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