Hijo de expatriados rusos y "exiliado político de nacimiento", como decía de sí mismo con precisión retrospectiva, Victor Serge se sirvió del francés como lengua literaria, pero su nacionalidad fue siempre un asunto difuso y su figura ha permanecido en un limbo anticipado por su itinerario errante -Bélgica, Francia, España, Alemania, Rusia, México- o su deriva final a una tierra de nadie. Estuvo en todas partes y combatió en todos los frentes, era sin duda un hombre de acción pero su lucha incesante no le impidió escribir miles de páginas. Había evolucionado del anarquismo inicial a una suerte de comunismo libertario que lo convirtió en enemigo del pueblo -enviado a prisión por Stalin, escapó por muy poco a las purgas del Gran Terror- y fue de los primeros militantes en calificar a la Unión Soviética de estado totalitario. Simpatizó con Trotski pero también se alejó del trotskismo hasta acabar, repudiado por unos y por otros, en el más completo aislamiento, sin dejar de proclamar su fe revolucionaria.

Publicada en 1939, tres años después de la salida del autor de la URSS y ocho antes de su muerte en México, donde malvivía en la indigencia, Medianoche en el siglo sitúa a Serge como un pionero entre los narradores de la decepción -Koestler, Orwell- que revelaron el verdadero rostro de la tiranía comunista, pero por su temprana denuncia del Gulag puede relacionarse asimismo con las obras -menos ambiciosas en lo formal, como señalara Susan Sontag, en tanto que centradas sobre todo en el testimonio- del también expresidiario Solzhenitsyn. Dedicada al desaparecido Andrés Nin y otros poumistas españoles "cuya propia muerte nos ha sido arrebatada", la novela muestra la arbitrariedad de los guardianes de la ortodoxia -el protagonista, un profesor de historia, cae en desgracia por un comentario sobre la Revolución francesa- y la crudeza de la vida en el despiadado sistema concentracionario, parte de una inmensa maquinaria represiva dirigida a aniquilar cualquier amago de disidencia.