Retazos de una noche inolvidable
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Más de 300 aficionados jalean y reciben como héroes a la expedición casi a las seis de la mañana Hubo lágrimas e imágenes dantescas en el regreso
La historia que discurre desde las 20:45 hasta las 05:45 es la de nueve horas inolvidables. Para los que estuvieron en el Signal Iduna Park y para los que recibieron como se merecían en el aeropuerto de Málaga a sus héroes. Nunca un partido blanquiazul trazó una horquilla de sentimientos tan intensa. La montaña rusa dejó imágenes que amplificaron la televisión, también otras que se fueron regurgitando a medida que el reloj devolvía como una pesadilla todos los recuerdos acumulados.
La locura del pitido final
El final es épico, un viraje impredecible. Pita el inefable Thomson y nadie recuerda el protocolo. No se estrechan manos; los amarillos se abrazan y se vuelven locos, los blanquiazules miran al limbo, golpean el suelo, ladean la cabeza. Marcelino Torrontegui va uno a uno a consolarlos. Sergio Sánchez y Eliseu no se dejan, Camacho también flaquea. Toulalan hace el esfuerzo de seguir en pie, pero acaba sentándose abatido y con el tobillo ardiendo. Isco es el primero en aplaudir a los 2.500 aficionados, acto seguido se refugia en la banda y se queda hipnotizado mirando el ruido amarillo de la Südtribüne. El peor parado es Caballero. No contento con la derrota, Gündogan va festejando en carrera y le da un empujón. No le da tiempo ni a reaccionar, está bloqueado. Demichelis ejerce de capitán y no para de recriminar al colegiado. Eliseu, con la bola en la mano, no se lo cree.
Lo que no se vio
Las entrañas del Signal Iduna Park guardarán algunos secretos, no todos. Como el enfrentamiento entre jugadores. Demichelis, muy ducho hablando alemán, recrimina a algunos jugadores del Borussia su actitud chulesca al coincidir por zona mixta. Hay tensión, pero no llega a mayores. Otros miembros de la plantilla se apostan en los televisores a la salida de la caseta la repetición de la jugada final. De manera ostensible se quejan. "Robo, robo", gritan. Entonces un operario apaga los monitores para dispersarlos. En el autobús ya hay miembros sentados, escondidos para llorar. Como Moayad Shatat, que abandona el estadio con la corbata desabrochada y los ojos bañados en lágrimas. Los utilleros, el espíritu del Málaga de siempre, son como aficionados con traje oficial. Juan Carlos Salcedo se esconde en una columna, habla con su familia. Miguel Zambrana ha perdido la consciencia, está en medio de todos dando vueltas en círculos. Salen Pellegrini y Cousillas, su segundo no puede ocultar las lágrimas. El gerente, José Luis Ruiz, no puede evitar mirar en su ipad las imágenes del fuera de juego. Francisco Martín Aguilar habla solo, farfulla maldiciones por lo bajini. Sale el autobús hacia Münster, unos 15 aficionados los aplauden y jalean.
El aeropuerto del silencio
Son casi las dos de la mañana, el lejano aeropuerto de Münster está vacío y silencioso, parece un cementerio. Los operarios parecen no atreverse a hablar. Grupos de jugadores del Málaga diseminados por la zona de embarque, apenas alguna charla. Y llega la imagen más impactante de la noche: Joaquín está vencido por la derrota. Sentado en el suelo junto a una pequeña de bar, refresco en mano, maleta abandonada a dos metros y una mirada en la que se puede intuir que sólo ve su 0-1, la remontada posterior. Está deshecho, recibe palmadas de ánimo pero parece no notarlas. Vicente Casado, con más de una docena de periodistas rodeándole, retrasa unos minutos su rueda de prensa y se va a consolar al gaditano. Se abrazan, el extremo sonríe. Es la sonrisa de siempre, pero rebosa amargura. Periodistas y jugadores se mezclan, éstos buscan un poco de conversación, alguna palabra que pueda ofrecer un consuelo que no llega. Las frases son casi monosilábicas. Se produce un cacheo exhaustivo en el control de metales y al fin para el avión. Alguno pregunta si le dejan alguna película en DVD para desconectar. "De lo que sea", apostilla. Cascos en las orejas y a desconectar, pero muchos no levantan la cabeza en el asiento, pocos hablan. El bajón hace efecto, pero hay demasiada tensión como para conciliar el sueño.
Llegada a lo campeón
Alguno que otro enciende el móvil antes de que se abran las puertas del avión, trasciende que hay más de 300 malaguistas esperando a sus héroes. Flota el recuerdo de Atenas, aquella recepción a una hora parecida tras conquistar el infierno del AEK, Manu subido a hombros de un aficionado. Pancartas de "UEFA Mafia", "Sí pudimos, no quisieron". Los cánticos de siempre. Tras el paso previo para recoger el equipaje, muchos de ellos consolados por los familiares que iban con ellos en el chárter, llega el ruido de fuera. Salen por grupos y a cuentagotas. Joaquín es abrazado por todos, le cuesta la misma vida mantener la compostura y no romper a llorar. Manuel Pellegrini se para, sonríe, saluda a los presentes. Se oye su cántico de rigor. Alguno está sobrepasado, no lo espera. Cousillas sigue humedeciendo su rostro imperturbable. A Husillos, que lo ha vivido todo en el Málaga, se le cae toda la pose que había aguantado hasta el momento. Llora sin consuelo. A otros dirigentes no hay quien les quite el enfado, Francisco Martín Aguilar se abraza con algunos aficionados y les da las gracias. Fotos, ánimos, vítores; la afición blanquiazul da una lección de saber perder, premia la trayectoria y el legendario paso por la Liga de Campeones. Santa Cruz, el rezagado, es el último en atravesar la riada de brazos. En pocos minutos se dispersa la expedición y los seguidores. Algunos se van a dormir, otros enlazan con la entrada al trabajo. El último recuerdo de una madrugada inolvidable endulza de algún modo el cruel final. Es el adiós que se merece un equipo épico.
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