Investigadora sénior asociada del CIDOB

Carmen Claudín: “Lo que pasa en Rusia y la racionalidad no siempre van juntos”

Carmen Claudín en el CIDOB.

Carmen Claudín en el CIDOB. / CIDOB

Carmen Claudín nació en Atlatlahucan, México, en 1949, aunque se apresura a apuntar que, "en realidad", nació en Moscú. Esta historiadora pasó gran parte de su infancia en la capital rusa, donde sus padres estuvieron exiliados por la Guerra Civil, lo que la llevó a convertirse en experta en Rusia y el espacio postsoviético. Ha sido directora de investigación y directora adjunta de CIDOB, (Barcelona Centre for International Affairs) durante varios años y, aunque está retirada oficialmente, ahora lleva una "jubilación activa" pues sigue explicando los interrogantes de Rusia y su región.

–Ha sido un verano movidito en Rusia.

–Para la lucha por el poder no hay vacaciones.

–¿Qué significa para Rusia la muerte de Yevgueni Prigozhin, el líder de los Wagner?

–Es un asesinato. Lo que hizo en junio, esta columna armada avanzando hacia Moscú, no podía pasar sin castigo. El castigo le iba a llegar tarde o temprano y solo podía ser la muerte. Si en el momento en el que se produjo esta acción de soberbia, no lo mataron o no lo apresaron de forma inmediata, solo le quedaba esperar a la muerte.

–Él mismo había anunciado que lo iban a matar.

–Cualquiera que conoce el régimen sabe como funciona. Era de esperar. Lo interesante de este “accidente”, aunque declinan toda responsabilidad, es que se han cargado a toda la cúpula del grupo. El hecho de que hayan conseguido eliminarlos a todos es un tanto para el Kremlin porque así anula la posibilidad de que algún heredero de Prigozhin quisiera convertirse en el líder.

–¿Qué pasa con sus tropas? ¿Los podrán controlar?

–Wagner está acabado, aunque lo mantengan en vida con otro nombre. Rusia controla una sociedad de 140 millones de personas, los Wagners en África a lo mejor son más difíciles de controlar, pero se han quedado huérfanos de liderazgo y sin paga. Necesitan a otro líder y el único que tienen a mano es el Kremlin. Su futuro jefe será alguien supeditado a la cúpula rusa, es la única manera que tienen de cobrar.

–Prigozhin era un héroe, ¿qué piensa la sociedad?

–Hay una parte que lo consideraba un héroe, sobre todo tras intervenir en Ucrania, Wagner contrarrestó la inutilidad de las tropas rusas, sobre todo al principio. Ha habido manifestaciones espontáneas y pequeños altares, sobre todo en San Petersburgo y Moscú. Lo que llama la atención es que no son detenidos, ¡en un régimen en el que salir a la calle y levantar un trozo de papel en blanco es objeto de detención inmediata! No se atreven, por la popularidad de Prigozhin, a impedir estas manifestaciones.

–¿Su muerte es una buena noticia para Ucrania?

–Es una gran noticia, aunque no cambie las cosas en el terreno. Políticamente es un punto para Kiev porque todo aquello que muestre debilidad en el poder ruso es una buena noticia. Lo de Prigozhin es el fenómeno político-social que revela mayor debilidad del poder ruso. La oposición liberal ha acabado en el exilio o en prisión por lo que no son un peligro, en cambio, una situación de insubordinación de alguien del poder sí que es una señal de debilidad.

–La primera fractura.

–Durante días, la Columna de la Justicia de Wagner –no querían dar un golpe de Estado– pudo avanzar mucho, la gente los vitoreaba. El régimen tuvo que usar armas y aviones para intentar detenerlos, eso demuestra que es posible hacerlo. Que sea posible ya es increíble. La maquinaria del poder no está funcionando.

–Sin Prigozhin, el ministro de defensa, Serguéi Shoigú, muy mal valorado, ha asegurado su puesto.

–Aparentemente es una victoria para Shoigú. Lo que ha ocurrido puede interpretarse como un reforzamiento de su posición, pero si yo fuera él, iría preparándome una jubilación porque no es tan popular. El sector que aún puede expresarse y tiene influencia, el nacionalista radical, comparte la visión de Prigozhin, Shoigú y Gerasimov (jefe del Estado Mayor) eran casi traidores por no haber usado toda la fuerza rusa. De momento no se les puede tocar, pero dentro de un tiempo… Esto es racionalidad, pero lo que pasa en Rusia y la racionalidad no siempre van juntos.

–La guerra empezó hace un año y medio, ¿ve un final?

–Con los datos que tenemos ahora, cerca no está. A lo mejor en 2024. Yo tenía esperanza en que a finales de 2023 pudiera ocurrir algo. Hay dos ejes de factores que determinarán este final. El principal es lo que ocurra en el terreno, ahí es evidente que solo se podrá llegar a un inicio de negociación si al menos uno de los dos ve que ya no puede dar más, no forzosamente que esté perdiendo, pero que no puede dar más de sí. De momento esto no se está produciendo.

–¿Y el segundo?

–El segundo eje es qué puede pasar en Rusia, en Moscú, en el poder. Todo es especulativo. Sabemos quiénes son críticos, son gente que apoya la guerra, pero que quieren que la invasión sea más dura. Hay una primera fisura, las otras fisuras son más difíciles de ver, es muy difícil cuantificarlo. Lo que ocurra en Rusia será muy importante.

–En la UE se está hablando de ampliar el número de miembros y Ucrania es una de las que espera entrar.

–Esto no es oficial. Charles Michel lo ha dicho, si lo han hablado entre ellos y hay consenso, es una muy buena noticia. Kiev lleva años haciendo los deberes, ha avanzado mucho y la sociedad ucraniana no está menos preparada de lo que podía estar Bulgaria en su momento. La UE les aseguraría la supervivencia. Es una pena que no pueda entrar en la OTAN formalmente, esa sería la gran garantía.

–También ha sido un verano movido en África. En el golpe de Estado de Níger pudimos ver banderas rusas.

–Esas banderas están bien para que Rusia venda que son la potencia que pone en jaque en África a las potencias colonialistas, ellos, que son el último imperio en este planeta. ¡Hay que tener mucha cara! Estas banderas las deben distribuir, seguro, con ayuda de la Embajada rusa. La presencia de la bandera es una astuta maniobra de relaciones públicas.

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