Entrevistas

Pedro Bravo: “Parar un poco no es la solución pero sí el camino”

El periodista y escritor Pedro Bravo.

El periodista y escritor Pedro Bravo. / Juan Ismael Rubio

Cuando Pedro Bravo (Madrid, 1972) habla de ruido no se refiere sólo a los sonidos de alto volumen o al estruendo, aunque también. A lo que realmente se refiere Bravo en esta entrevista y en el reciente libro ¡Silencio!, editado por Debate, es a las habituales interferencias que impiden la calma, la quietud, la contemplación y la reflexión, usanzas que el escritor y periodista madrileño considera más adecuadas a la naturaleza humana. En el “manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa”, subtítulo del ensayo, Bravo alude a las rutinas perniciosas a las que el modelo económico ha conducido a la sociedad, incluido a él: la rapidez, la instantaneidad, la inmediatez... La inmediotez, término acuñado en la calle y que seguramente suscribiría el autor.

–El título del libro, un silencio entre signos de admiración, ¿es una petición, una imposición o es la expresión de un hartazgo?

–Es una llamada a recuperar la atención, a cómo en un mundo lleno de ruido y de prisa, a través del silencio, la escucha, la observación y la calma podemos empezar a darnos cuenta de lo que nos hace bien y de lo que nos hace mal.

–Hay quienes encuentran incómodo el silencio. ¿Puede ser ruidoso el silencio?

–Lo puede ser porque puede generar inquietud, la cabeza genera muchos pensamientos y eso crea inquietud. El silencio, aunque sea paradójico, también puede ser amable. El silencio es sano cuando nos aleja del ruido impuesto e insano cuando es una imposición.

–Ruido viene etimológicamente de rugido. ¿Nos incomodan los rugidos de la naturaleza, los ruidos naturales?

–Los ruidos de la naturaleza nos sanan porque somos animales, somos naturaleza. Da calma el entorno en el que nuestro cuerpo está diseñado para reconocer los sonidos que son un peligro y los que no lo son. El ruido constante de los coches, de las máquinas, etcétera, nos aleja de nuestro propio ser.

–Habla en el libro de un estudio que demuestra que el ruido provoca en el organismo la liberación de sustancias químicas, hormonas, transmisores, etcétera, que facilitan una respuesta al peligro. ¿El silencio absoluto no provoca también esa alarma?

–Sí. Hay estudios que señalan que en la naturaleza estamos más cómodos con los sonidos que con el silencio, que es el síntoma de que algo raro está pasando. Pero el ruido constante de máquinas y coches genera sin embargo esas sustancias de alerta que, al no existir el peligro real, tienen que ir a un lado y causan fallos en el sistema inmune.

–¿No se asocia el silencio a la muerte y el ruido a la vida? Está el dicho del silencio sepulcral...

–El silencio absoluto no existe porque hay vida. Distinto es el ruido. Podríamos recuperar la virtud aristotélica del punto medio y encontrar ese lugar donde estemos más cómodos... Cómodos de verdad, no cómodos como nos quiere el modelo económico que nos pretende distraer con los ruidos.

–¿Es injusto afirmar que quien calla otorga?

–El que calla no tiene por qué estar otorgando. Puede estar tomándose su tiempo para ver las cosas y hacerlas de otro modo. Ahora mismo hay que estar todo el rato hablando de todo y tener todo el rato una opinión de todo. Sospecho que eso nos quita tiempo de reflexión, de darnos cuenta de lo que es realmente importante.

–¿Lo han tachado alguna vez de ludita?

–Alguna vez. El asunto es que los luditas empezaron a protestar no tanto contras las máquinas sino contra la forma en que las máquinas estaban cambiando las vidas a peor. Creo que ahora se puede hacer lo mismo, protestar contra una tecnología y una ciencia al servicio de unos poderes económicos que buscan el beneficio de las empresas que las controlan y que no persiguen un bien común. ¿Somos neoluditas quienes protestamos contra un modelo económico que nos hace ir a toda prisa y que genera un montón de ruido e inquietud? Pues no sé si...

–¿Lo han animado a huir de este mundanal ruido al campo, ahora que está cada vez más despoblado?

–Los pueblos están cada vez más vacíos porque trabajan con unos sistemas económicos impuestos desde las grandes ciudades, los sistemas del turbocapitalismo. Las zonas rurales trabajan para alimentar a las ciudades. A mí me encantaría vivir en un pueblo pero tengo que ganarme la vida y estoy metido, como cualquier otro, en este sistema ruidoso y veloz. Si alguien me da una casa en un pueblo, igual le hago caso.

–Las redes sociales atrapan. ¿Estamos demasiado distraídos?

–Sin duda. Lo que hace la economía de la atención, que son las redes sociales pero también lo es la industria del entretenimiento e incluso los medios de comunicación, es distraernos de nosotros mismos y del entorno. Provocan que no estemos atentos a lo importante, a nosotros como individuos y a nosotros como sociedad y naturaleza. Nos estamos perdiendo la vida, lo importante de la vida.

–Si las ciudades, las regiones y los países son marcas, ¿son los gobernantes meros vendedores?

–Los territorios están metidos en un proceso extraño que se están convirtiendo en una especie de híbrido de empresas y agencias de márquetin, sólo que con una balanza de resultados trucadas, pues están jugando con dinero público. Estamos en efecto en un proceso en que las ciudades y los territorios son marcas y nosotros, los ciudadanos, somos parte de un decorado para los visitantes y para nosotros mismos. Esto, aparte de generar problemas de desapego, es muy aburrido.

–¿No estamos contribuyendo a añadir ruido con esta entrevista?

–Pues sí. Estamos inmersos en este modelo puesto, por no decir impuesto, y en una paradoja constante. Y no sé cuál es la solución pero creo que hay un camino: parar un poco. Callarse, observar y recuperar la atención como una forma de encontrarse y de encontrar a los demás.

–Habría sido bueno quizá parar un poco, que se hubiera parado la grabadora a la mitad de la charla y dejar esta página en blanco...

–Sería como John Cage pero en un periódico. “Esto es una entrevista sobre el silencio”... Y sin preguntas ni respuestas.

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