Feria de Málaga

Feria de Málaga: Viernes de abanicos en el Real

Tres jóvenes con abanicos para mitigar el calor en el Real.

Tres jóvenes con abanicos para mitigar el calor en el Real. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Que nadie se lleve a equívoco: la tarde no se presentó en absoluto fácil en el Real. Porque, esta vez sí que sí, el recinto ferial sufrió el azote de las más vastas inclemencias del verano (nunca nadie pensó que estar de fiesta iba a suponer dar tantos abanicazos), y eso que el calor lleva tiempo haciendo bien la puñeta a todo Cristo, por lo que deberíamos estar más que acostumbrados a estas alturas de agosto. Pero se da la particularidad de que, hasta la fecha, la flama no nos habían pillado enferiados

Con estos mimbres, la desbandada hacia las casetas fue extraordinaria, permaneciendo en el exterior sólo dos grupos: los caballistas, que no tenían lugar donde cobijarse más que bajo la sombra de los árboles; y los pedestres más apretaos, que ya que se habían desplazado hasta allí enfundados en traje de corto y de gitana (algunos sudando la gota gorda), caminaban prestos a lucirlos aunque eso entrañara el riesgo de darse un paseo en la atracción más barata de todas: la barca de Caronte. 

Tampoco faltó a la cita el exagerao de turno que, cerveza en mano (últimamente cada exagerao lleva una), calificó Málaga como el “lugar más caliente del mundo”. En todo caso, si este achispado lugareño hubiera dicho calenturiento tendría que haberle dado la razón, al menos por lo que uno, todo el santo día parriba y pabajo por la Feria sin más oficio que ir pendiente a lo que haya, puede llegar a grabar en sus retinas (dicho lo cual: les recomiendo encarecidamente que no merodeen por la zona de aparcamientos). Sin embargo, como el adjetivo expresado por el tipo fue “caliente”, habrá que rebatir el asunto con algún dato, que para eso existimos los periodistas. También durante las fiestas. 

Un grupo de caballistas en el recinto ferial. Un grupo de caballistas en el recinto ferial.

Un grupo de caballistas en el recinto ferial. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Así pues, tras un poco de googleo, los señores de la NASA (y digo sólo señores porque aparte de la astronauta de León que salió en los medios hace unos meses no sé de ninguna más) afirman que la localización más cálida de la tierra es el desierto de Lut, en Irán, lugar en que, según parece, el mercurio asciende a la velocidad a la que se persigna un cura loco, pudiendo alcanzar nada menos que los 70 grados. 

Bien es cierto que lo dicen los mismos que llevan décadas sorteando asteroides, meteoros, agujeros de gusano y demás en busca de los primos de E.T., Alf y otros bichejos. Por tanto, tomémoslo con cautela, porque, pese a que ninguno de nosotros se va a colgar el macuto para ir al país de los ayatolás a comprobarlo, podemos tener por seguro que frío no hace, y disfrutemos de nuestro Real con un refrigerio regado al gusto, que siempre hay quien está peor. 

Se tomaron a pecho la recomendación los valientes que todavía estaban en disposición de salir a la calle (más allá de arrastrarse a comprar el pan con una resaca del quince, quiero decir) después de tantos días de matraca. Aunque eran muchos menos que al comienzo. Ante tal tesitura, los relaciones públicas redoblaron su instinto depredador, dando la tabarra al estilo socrático a aquellos que no tenían más remedio que pasar cerca de ellos, recabando algún que otro desplante. 

Una mujer con un bebé en brazos. Una mujer con un bebé en brazos.

Una mujer con un bebé en brazos. / ANA JIMÉNEZ (Málaga)

Aprovecharon la calma algunas familias, nutridas de abuelos y niños, que destinaron la tarde a disfrutar en casetas menos concurridas, y también no pocos jóvenes que cambiaron los destilados por agua mineral con el prístino objetivo de llegar de una pieza a la noche. No se integraron en este colectivo un par de resilientes, duros como legionarios, que terminaban un par de litronas de Alhambra. Señal velada de que la Feria continúa, pero el dinero se esfuma. 

Pertenecían asimismo a este grupo de extenuados financieros multitud de chicas jóvenes que acudieron para surtir bien su Instagram de fotos, que septiembre está a la vuelta y se hace largo; los que simple y llanamente asistieron por inercia o costumbre, trazando una órbita deambulatoria de perro perdido ajena a la lógica; o los que se personaron en compañía de su bocadillo envuelto en papel de aluminio por si las moscas. Haciendo patente que hay alternativas. Incluso un repartidor de bebidas, con gorra hacia atrás y cara de velocidad, se divertía dándose un paseo a lomos de una transpaleta eléctrica ante la mirada estupefacta de los presentes (y de los especialistas en riesgos laborales). 

Porque ni el calor abrasador, ni el cansancio acumulado, ni lo reducido de los presupuestos pudo hacer que un penúltimo reducto de valientes se lanzase al Real. 

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