Feria de Málaga

La calle vibra sin rendición

  • La euforia se desató en la calle para dar la bienvenida al primer día de Feria. Los rituales volvieron a llenar el centro

DÍA 1. Sin contemplaciones, sin tiempos muertos, sin esperar a mañana. La euforia se desató en la calle como si fuese la última oportunidad para ser feliz. Aunque el calor a media tarde era casi insoportable y la concentración de gente en ciertas zonas impedía hasta que corriese el aire, malagueños y visitantes se entregaron a la fiesta sin posibilidad de rendición. Y miles de cuerpos moviéndose al unísono, bailando con las charangas o deambulando por el centro en lo que llamamos desde hace años la Feria de día hicieron vibrar los cimientos de una ciudad secuestrada por su propia ansia de celebrar. Ayer, nada parecía tener más sentido que corear todos a una el bamboleo o I will survive. Y eso que tan sólo era el comienzo, un principio que para los madrugadores se inició con la Romería pero que realmente se hizo fuerte a primeras horas de la tarde.

Aparcar en el Muelle de Heredia a las 15:15 se podía considerar el éxito del día. Los menos afortunados hacían cola para entrar en el parking de La Marina o seguían dando vueltas en círculos muertos por un Soho que este año ha estrenado calles peatonales convertidas ya en nuevos puntos de encuentro. En la esquina de Stella Maris un grupo esperaba a los menos puntuales con vasitos de Cartojal bien frío en las manos. Mientras, una oleada de gente, jóvenes en su mayoría, transitaba por la Alameda hacia la calle Larios. Las chicas vestidas con pantalón corto, camisetas de tirantes, vestidos o minifaldas. Sandalias planas en los pies para evitar que un dolor molesto y de lo más inoportuno frene el ritmo. Ellos, con bermudas y ropa cómoda. Pocos trajes de faralaes se veían entre la masa que empezaba a abarrotar la entrada de la calle Larios.

Bajo las biznagas de la portada, las parejas se hacían fotos al tiempo que esperaban a nuevos amigos para iniciar el recorrido. Pocos metros después, una charanga cortaba el paso con su música pegadiza porque nadie quería apartarse, todos se quedaban embelesados con la alegría de la propuesta, que invitaba a convertir la vía en una gran pista de baile. Éstas bandas se han popularizado tanto en los últimos tiempos, que muchos son los que las buscan como reclamo indiscutible para que sean ellos los que pongan la banda sonora de su paso por la Feria. Canción tras canción la siguen, le ponen la letra y la bailan mirando a los músicos como si de un concierto de una gran estrella se tratara.

Pero los que habían quedado en otro punto o querían seguir calle arriba, un rodeo por la calle Sancha de Lara hasta La Bolsa, permitía volver a Larios sin muchos problemas. En ese entorno, asombrado y con el poco fresquito que se podía encontrar en el centro a esas horas, el olor a pescaíto, a vino y a café alimentaba los sentidos.

Los verdiales sonaban en la calle Strachan, pero en el escenario destinado a las pandas los que actuaban eran un grupo ataviado con camisetas con leyenda. Con más descaro que vergüenza, estos improvisados artistas hacían reír a los de abajo, también distraídos por los que confunden Feria con Carnaval y consideran que es el momento apropiado para disfrazarse. Unos amigos vestidos de cavernícolas iban dando la nota. Pieles de animal con el sol cayendo a chorros.

"Necesito beber", decía una muchacha. Y es que el calor llama a la Feria o viceversa, pero lo cierto es que una semana antes o después en el calendario, la sensación de que se transita por las mismas puertas del infierno se repite año tras año. Por eso no era de extrañar ver a la mayoría de la gente con vasos en la mano. Vino, una lata de cerveza, un mojito, agua o una Coca-cola. Sea cual fuese el líquido, era necesario para ganar la batalla a la deshidratación.

Muchos bebían en movimiento, otros optaron por hacer la primera parada, la segunda o tercera en la plaza de la Constitución, con sus aspersores a pleno rendimiento algo de calor mitigaban. El Café Central convertido en caseta, estrechaba el paso para crear un embudo hacia la calle Granada. La gente, de buen humor, aguantaba el tráfico lento y bailaba al ritmo de la música para ir sorteando al personal entre caderazos.

La calle Granada tenía el mismo aspecto y se quedaba pequeña ante tanta afluencia. El aire acondicionado de algunas tiendas abiertas invitaba a entrar, a descansar aunque fuese un momento del intenso calor, pero los guerreros no se daban la más mínima posibilidad de tregua. La masa seguía fluyendo hasta la plaza Uncibay. Algunos se encontraban por el camino con conocidos a los que invitaban a un brindis. Otros, continuaban su peregrinación buscando el epicentro de la fiesta, intentando llegar a aquel punto en el que no cabía un alma más.

Pero no todo era bullicio y apretones. Pasadas las 16:00, la calle Duque de la Victoria ofrecía un pequeño oasis para los que no querían tener tanto contacto físico con la marabunta. Algunos grupos tomaban algo en la puerta de los bares, apoyados en barriles o en mesas sacadas al exterior, en la buena sombra. La misma que también buscaban en frente a la Alcazaba, donde algunos turistas con su cámara en mano sonreían al ver cómo la gente se divierte en esta ciudad del paraíso.

Unos metros más arriba, unos niños jugaban en el césped del Museo Picasso y el Pimpi Marinero dejaba ver tras sus grandes ventanales una agradable fiesta flamenca. En Mundo Nuevo una batucada proponía seguir el movimiento a golpe de tambor. Ya era hora de ir buscando el sitio en el que parar y una buena opción para descansar los pies parecían las terrazas de Alcazabilla.

Cuando ya parecía que estaban todos, llegó más gente para completar el aforo de algunas vías tremendamente abarrotadas. Unas horas después, cuando ya muchos estaban bajo techo, el cielo se nubló como una señal inequívoca de que era hora de ir despidiendo la jornada. Pero no había ninguna gana de marcharse. Las heladerías estaban llenas y en casa Mira se despachaban con frenética rapidez cucuruchos, tarrinas y blancos y negros. Minutos antes de las siete de la tarde, en la calle Martínez esperaban amenazantes los camiones de la limpieza para entrar a adecentar unos suelos pringosos desde hacía varias horas. Baldeos para poner el punto y final al primer día de marcha en el centro. ¿O aún era demasiado pronto para rendirse?

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios