El parqué
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El Real Cortijo de Torres ha abierto sus puertas con el sol en lo más alto y el termómetro marcando territorio de valientes. A las dos de la tarde, el asfalto del recinto brilla, aún con charcos de agua -y lo que no es agua-, pero con menos público que el que se espera para la mediatarde: las casetas estaban listas, las barras preparadas, los farolillos en orden… solo falta la gente. Algún que otro grupo de tempraneros se ha atrevido a pasear bajo las lonas, buscando sombra y, sobre todo, algún refrigerio para el domingo de la Feria de Málaga.
Las auténticas protagonistas a esa hora son, sin duda, las paellas. Muchas casetas han optado por sacar sus paelleras gigantes y convertir el domingo en una jornada de festín popular. La escena se ha repetido en varios espacios. Los relaciones públicas se han convetido en captadores usando los platos gratis como elemento irresistible para atraer a los primeros feriantes. "Animaos, que aquí hay arroz gratis", ha exclamado una de las trabajadoras. Dentro, cucharón en mano, el cocinero sirve raciones humeantes que los engatusados miran con buenos ojos.
El ambiente ha ido cogiendo ritmo poco a poco. Los altavoces de algunas casetas ya retumban desde la primera hora de la tarde, sobre todo, con música flamenca. Algunas peñas animan con palmas y, entre un brindis y otro, la Feria empieza a despertarse. Las familias se han sentado en mesas largas para compartir un buen momento con la paella. En otras mesas de jóvenes -y no tan jóvenes- han buscado refrescarse con vino en mano para resistir el calor sin perderse nada.
Puede que no hubiera multitudes todavía, pero sí había lo esencial: ganas de fiesta, de pasarlo bien, el olor a arroz recién hecho y esas palmas espontáneas al compás de la música. Entre sorbo y sorbo, el Real ha empezado a llenarse de canciones más tradicionales, pero alguna se ha atrevido con otras más urbanas.
El ambiente, aunque todavía sin el gentío de la noche, ya ha reunido a personas de todas las edades: familias con niños correteando, grupos de amigos buscando su siguiente parada y veteranos de feria que saben que a esas horas lo que toca es sentarse, comer y brindar. Y, por supuesto, ellas: muchas mujeres vestidas con trajes de flamenca, llenando de color y volantes las calles del Real, como un anticipo de lo que se avecina en la semana más festiva del año.
El domingo en el Real ha arrancado despacito, como quien se estira después de la siesta. El sol aprieta con ganas y el calor invita más a buscar la sombra y el refrigerio que a lanzarse a bailar y a pasearse. Entre los visitantes no faltan los turistas, que miran el Real con sorpresa por sumergirse a lo tradicional. Algunos se hacen fotos con los caballos como si fueran estrellas de cine, y muchos han agradecido recibir un abanico lleno de publicidad.
Los caballistas desfilan con elegancia bajo el sol y la sombra bajo el abrazo de las lomas, con trajes impolutos y caballos que caminan con elegancia. La estampa en el Real ha sido muy dominguera: familias enteras, grupos de amigos, jóvenes y mayores disfrutando de la feria, muchos conocedores de las ventajas que presta el mediodía. Eso sí: se mantienen los volantes y los lunares que ponen el color a una tarde que solo acaba de empezar, como un aperitivo del bullicio que estallará al caer la noche.
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