Málaga

Adiós a todo eso

  • Se acabó l Las profecías más diversas anuncian el fin del mundo para hoy, 11 del 11 del 11, y parece que algún meteorito del tamaño de un portaaviones hay por ahí rondando l Ya que ni siquiera iremos a votar, ¿qué se puede echar de menos de Málaga? l ¿Y si tuviéramos la opción de empezar de nuevo?

ESTO llega a su fin, y ya no va a haber más aplazamientos. Todo tiene su punto final aquí. La fatídica fecha del 11 del 11 del 11 no sólo va a quedarse sin la prometida inauguración del Metro (claro, la Junta esto ya se lo olía), es que el mundo se acaba hoy. Las profecías más diversas, respetables, antiguas y mejor informadas coinciden en su dictamen implacable. Hasta han producido en Hollywood una película sobre el asunto que se estrena también hoy (hay que tener mal gusto o ser demasiado cínico). Por ahí fuera anda rondando un meteorito del tamaño de un portaaviones cuya colisión con la Tierra puede resultar más que suficiente para que se repita el episodio de la extinción de los dinosaurios, sólo que ahora llega el turno de la especie humana. No hemos llegado a tiempo para construir bases espaciales, en la Luna o Marte. De nada sirve que la ONCE celebre hoy su sorteo especial (11 premios de un millón de euros y un premio de 11 millones; como para volverse loco), que los candidatos apuren sus cartuchos con vistas a las elecciones convocadas (inútilmente) para el día 20, que el Málaga gane el próximo partido ni que en las ventas de los Montes puedan disfrutarse ya las migas al calor de una chimenea. Mañana sábado, el sol saldrá y no quedará nadie para verlo. Quizá unos cuantos elegidos puedan encontrar refugio en alcantarillas, gasoductos y otros equipamientos subterráneos. Y quizá estos afortunados, o sus descendientes, puedan regresar a la superficie dentro de uno o dos siglos para sentar desde el principio las bases de una nueva civilización. De modo que hoy, mientras se espera a que el cataclismo ocurra con la placidez del mamífero que aguarda el tajo en el matadero, lo más convenientemente es decir como Robert Graves Adiós a todo eso y apuntar todo lo que se echará de menos de Málaga, la ciudad desde la que quien firma este artículo se dispone a ir al otro barrio. Se me ocurren unas cuantas: el taller del afilador del Pasaje de Chinitas, el olor a ajos del Paseo del Parque y los patos que una vez lo habitaron, los cruceristas alemanes e italianos y su proverbial despiste cuando llegan a la calle Alcazabilla, los molletes con jamón de las cafeterías del centro, los vendedores de almendras, la muralla del Puerto y todas las promesas que se formularon respecto a su desaparición, las biznagas, las palomas de la Plaza de la Merced, los cartuchos de pescaíto frito en el Compás de la Victoria, los puestos de castañas que anuncian el otoño, los atascos a prueba de hiperrondas, Pat Discos, la ruina acusadora del centro histórico, el aroma de los asadores de pollos, las conversaciones de los pensionistas en cualquier banco que se precie, el té frío que se sirve en cierto bar de La Paz, la orgía pagana y la devoción beata que conviven en la Semana Santa, la nata planctoniana que flota en las playas, las aceras en las que las suelas de los zapatos se adhieren inexorablemente al suelo, la Casa del Guardia, los botellones de la Feria, los paseos por El Palo en los atardeceres de verano, las asambleas adolescentes en la calle Larios cada viernes y sábado, el infierno categórico de los polígonos. ¿Quién no echa de menos, acaso, los lugares que pisó en su infancia? Nada como un apocalipsis para que confluyan la memoria y la posibilidad.

Pero ¿qué hacer en el caso de que unos cuantos sobrevivan y asuman la tarea dentro de unos años de empezar de nuevo? ¿Cómo se construiría Málaga desde la nada? ¿Convendría poner un Auditorio? ¿Dejar la Subdelegación del Gobierno en La Aduana? ¿Seguir las instrucciones de Teresa Porras en cuanto al mobiliario urbano? ¿Crear un centro cultural sevillano para limar asperezas? ¿Plantarle al Teatro Romano una Casa de la Cultura encima y solucionar así el problema de una vez por todas (me da en la nariz que Paulino Plata ha pensado lo mismo alguna vez)? ¿Qué hacer con la muralla de Carretería, o lo que quiera que sea? ¿Un graffiti? ¿Valdría la pena abrir ludotecas, o que los niños se busquen la vida entre los escombros? ¿Qué tal un Parque de los Cuentos? Ya lo dijo Maquiavelo: cambiadlo todo y todo seguirá igual. Amén.

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