Calle Larios

Las cotorras que no son de aquí

  • No falla: si en Madrid deciden que hay eliminar a los pajarracos invasores, seguro que alguien en Málaga vuelve a poner la cuestión encima de la mesa

  • ¿Y si liquidamos otra cosa?

Lección de ornitología: si las cotorras vinieran de Catar, otro gallo cantaría.

Lección de ornitología: si las cotorras vinieran de Catar, otro gallo cantaría. / Málaga Hoy

Durante algún tiempo, hasta al menos el año pasado, asistimos a una cierta genealogía del crimen que al final quedó en nada, aunque nunca se sabe: al menos, las intenciones quedaron bien explícitas. La Junta de Andalucía levantó la veda, dijo al Ayuntamiento allá os las apañéis con las cotorras, como si queréis disecarlas, y al punto empezó a recibir el alcalde propuestas para acabar con los plumíferos. Algunos hablaron de esterilización, otros de cubrir con redes los árboles en los que suelen posarse. Hubo quien planteó soluciones rudimentarias, como la simple desprovisión de nidos en las ramas. Y tampoco faltaron soluciones comedidas, como la aniquilación de toda la flota de cotorras argentinas mediante disparo de balines, lo que, de paso, podría emplearse como atracción turística, en plan safari por Lagunillas y San Andrés a matar pájaros, que seguro que a ciertos cruceristas les encanta. Cuando el alcalde barajó realmente la opción de acabar con el problema a tiros, a lo Chuck Norris, recordé a aquel asesor estadounidense, que al parecer había contribuido al ascenso a la Casa Blanca de varios presidentes, y cuyo fichaje por cuenta de Francisco de la Torre salió por supuesto carísimo, que puso sobre la mesa la idea de incendiar las palmeras para acabar con los picudos rojos. Resulta curioso cómo el reconocimiento de una determinada plaga, invasión o propagación de especies parece bastar para que ciertos responsables públicos saquen a relucir su inclinación más bélica: los CDR incendian coches en Barcelona, pero aquí, como nos pongamos, reventamos las cotorras con el fusil apropiado. Ahora, en Madrid se llevan las manos a la cabeza porque hay demasiadas cotorras argentinas. Han llegado del otro lado del Atlántico, les ha gustado esto, han decidido quedarse y ahí están, multiplicándose tan a gusto. El Consistorio madrileño ha optado por emprender la cacería perfecta para acabar con las cotorras, porque sí, porque molestan, acaban con especies autóctonas, se comen el trigo, campan a sus anchas en árboles que no son suyos, no escolarizan a sus hijos, observan religiones extrañas y nunca invitan cuando coincidimos con ellas en los bares. Merecen la muerte por estar, aseguran en Madrid. En Málaga sabemos de esto un rato, y seguro que alguien recuperará el asunto cuanto antes a tenor del envite capitalino, porque aquello, claro, se quedó sin resolver. Resultó que liquidar a las cotorras, las argentinas, las que no son de aquí, maldita sea, a base de balines, venenos, hormonas esterilizantes y vareos para la caída de los nidos era, además de ridículo, muy costoso, tratándose además de miles de ejemplares. A ver cómo lo hacen en Madrid y después, si acaso, imitamos el modelo. Que eso sí que se nos da de lujo.

En Málaga resultó que las soluciones propuestas para acabar con las cotorras eran, además de ridículas, muy costosas

Siempre que me encuentro con las cotorras me acuerdo del Doctor Harpo de Rafael Pérez Estrada y su invasión de pájaros exóticos a través del Peñón del Cuervo. Esta semana ha sido otra escritora, mi admirada Chantal Maillard, la que ha divulgado un poema escrito como rabieta poética contra la decisión del Ayuntamiento de Madrid: “Mi animal ha decidido / exterminar a los humanos. / Dice que espantan a los otros animales. / Que alborotan de día y de noche no descansan. / Que talan e incendian los bosques del planeta. / Que proliferan y destrozan / arrasan y saquean la tierra que no les pertenece”. Y continúa: “Dice que ha decidido exterminar / a los humanos incapaces / de convivir con jabalíes en sus parques / y que al hacerlo cumplirá / las leyes naturales”. Afirma Chantal que, a falta de otras armas, acude a la poesía. Las armas, claro, las ponen los Ayuntamientos (“Dicen que alborotan y se queja el vecindario. / Dicen que desplazan a los gorriones. / Que estropean los árboles del parque. / Que proliferan demasiado. Dicen / Que el gas letal que van a utilizar / cumple con la ley de bienestar animal”), aunque ya sabemos que a las cotorras nos les quedará ni el recurso de la poesía si es que los exterminadores se salen con la suya. No sé ustedes, pero yo pienso como Chantal: se me ocurren un montón de cosas que liquidar antes que las cotorras, que, por poco que les guste a algunos, ya son tan malagueñas como las sardinas. Aunque mejor no daremos ideas a la alta cocina.

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