Málaga

Celiacos de Málaga: “Una barra de pan con gluten cuesta 70 céntimos y para celíacos tres euros”

El Pastelero Real, un establecimiento de Málaga que vende solo productos sin gluten.

El Pastelero Real, un establecimiento de Málaga que vende solo productos sin gluten. / Javier Albiñana (Málaga)

El elevado precio de los productos, la poca variedad que hay y la contaminación cruzada en las cocinas de algunos establecimientos son los problemas a los que se enfrentan, tanto los celiacos, como los restaurantes, las pastelerías o las cafeterías que se dedican por completo a vender productos sin gluten o que están adaptando sus cocinas para eliminar la posibilidad de que exista una contaminación cruzada entre sus platos y así poder atender a personas celiacas. 

Aurora Becerra, celiaca desde hace 20 años, sostiene que hasta los siete años recuerda que “solo había un paquete de galletas o un paquete de pan en el supermercado" y añade que su vecina, panadera, le cocinaba pan sin gluten porque sino no lo comía. En cuanto a los precios, puntualiza que el de los dulces no ha cambiado con el paso del tiempo y siempre han sido los más caros porque "un bizcocho sin gluten puede costar cinco euros y con gluten solo vale un euro". Lo mismo sucede con el pan, el cual “una barra con gluten puede costar 70 céntimos y un paquete de pan para celíacos llega a los tres euros”, mantiene Marta Rodríguez que padece celiaquismo desde los 12 años. Por otro lado, Lucía Román, que es celiaca desde hace unos años, asegura que “cada vez hay más variedad de productos, pero hay dos marcas que son las que más se compran”. 

Aurora Becerra, Lucía Román y Marta Rodríguez, tres celiacas malagueñas. Aurora Becerra, Lucía Román y Marta Rodríguez, tres celiacas malagueñas.

Aurora Becerra, Lucía Román y Marta Rodríguez, tres celiacas malagueñas. / M. H. (Málaga)

En Málaga, se encuentra El Pastelero Real, un establecimiento que desde finales de 2016 se dedica a vender productos sin gluten. Su dueño ratifica que el precio de los artículos para celiacos es mucho más elevado que el de los que contienen gluten, “un kilo de harina normal puede rondar los 40 céntimos, un kilo de harina sin gluten cuesta cerca de cuatro euros y medio”. Esto provoca, que en la panadería no tengan mucho margen con el precio final del producto, pero confían en que “si al final se hacen las cosas bien, la gente volverá”.

Por otro lado, Nanci, dueña de Vida libre de gluten, donde prepara empanadas argentinas, pizzas, hamburguesas y postres, manifiesta que “a veces cuesta conseguir los ingredientes a un precio accesible”. Pero también garantiza que dentro de su carta, la diferencia de coste entre los productos con y sin gluten es mínima, ya que considera que los platos que ella prepara, en un establecimiento normal, suelen “costar un 10% menos, por eso hay alguna diferencia, pero no tanta”.

Nanci dueña del establecimiento Vida libre de gluten. Nanci dueña del establecimiento Vida libre de gluten.

Nanci dueña del establecimiento Vida libre de gluten. / Javier Albiñana (Málaga)

La contaminación cruzada es otro de los grandes problemas a los que se enfrentan los celiacos cuando quieren comer en algún restaurante. Las tres celiacas coinciden en que, a día de hoy, son muchos los restaurantes que están adaptando sus cocinas para eliminar la contaminación cruzada y así poder atender a las personas que padecen esta enfermedad, pero, según Marta, “aún quedan establecimientos a los que llegas y te dicen que no puedes comer allí”, porque no quieren preparar un plato de comida sin gluten. Aurora conoce "algunos establecimientos y restaurantes que ofrecen comidas sin gluten", pero hasta hace dos años no sabía de su existencia, por lo que cuando comía fuera siempre que comía en restaurantes le decían "bueno te hago un filete a la plancha con patatas en una sartén diferente". Lucía, por su parte, conoce algunos establecimientos en Teatinos en los cuales confía "porque están certificados y sé que no hay contaminación cruzada".

El Pastelero Real garantiza que todos los productos que se elaboran en su establecimiento se hacen de forma artesanal y no hay nada que contenga gluten, para evitar, de este modo, la posibilidad de que haya algún tipo de contaminación o trazas. También considera que el colectivo de los celiacos "dentro del sector de la hostelería y la restauración están un poco abandonados", pero que son clientes fieles, ya que "todos los que prueban algo y les gusta, siempre repiten". Por otro lado, la dueña de Vida libre de gluten manifiesta que en su local todo lo prepara ella, que es celiaca, y que los ingredientes y la masa de todos sus productos son sin gluten

Magdalenas sin gluten que venden en El Pastelero Real. Magdalenas sin gluten que venden en El Pastelero Real.

Magdalenas sin gluten que venden en El Pastelero Real. / Javier Albiñana (Málaga)

La forma de diagnosticar esta enfermedad depende de cada caso y no está ligada a una edad específica, es decir, puede manifestarse en cualquier momento y en cualquier persona que padezca unos genes específicos llamados haplotipos (HLA, DQ2 o DQ8). La información que se conoce, actualmente, sobre qué es el celiaquismo y cuáles son sus síntomas, está más actualizada que hace veinte años. Aurora cuenta que al principio su madre la llevó a numerosos médicos y todos coincidían en que lo que tenía era una gastroenteritis. Este diagnóstico lo achaca a que “en el 99 no se sabía mucho sobre el celiaquismo”. Su familia supo lo que tenía cuando otro profesional barajó la posibilidad de que fuera celiaca y le realizó varias pruebas. Hasta los cinco años no le confirmaron de forma oficial que era celiaca, ya que en ese tiempo estuvo comiendo gluten porque le hacían exámenes y para que salieran bien, debía comerlo. A la hora de adaptarse al cambio de comida, Aurora recuerda que en su casa "no hubo ningún problema, acabamos comiendo sin gluten todos". 

A Marta Rodríguez le diagnosticaron celiaquismo hace diez años, cuando tenía 12 , pero, para ella, el proceso de adaptación “fue algo normal y no supuso ningún drama”. La malagueña, se realizó las pruebas porque su madre se las hizo y salió positivo la enfermedad. Por ello, toda su familia comenzó a hacerse exámenes para saber si también la padecía. Al final, los resultados salieron que tanto su madre, como su tía y ella son celiacas, pero que su abuela, tras las pruebas, “salió portadora, es decir, transmite el gen, pero no lo padece”.  

Lucía narra que para ella comenzó todo tras un análisis de sangre, el cual indicaba que tenía anemia y ningún tratamiento conseguía eliminarla. Su médico decidió realizarle otro análisis de sangre, que desembocó en una gastroscopia y gracias a ambas pruebas le diagnosticaron que padecía celiaquismo. A pesar de que el proceso de adaptación al principio fue duro, pero lo consiguió e insiste en que "lo complicado es comer en la calle".

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