A Francisco de la Torre el Astoria se le empieza a atragantar y mucho. La deriva de los acontecimientos que se ciernen sobre este privilegiado espacio del Centro histórico de la capital de la Costa del Sol alimentan casi la idea de que el solar sobre el que se levantó el antiguo cine, junto al Victoria, está maldito. Al menos para los intereses del Ayuntamiento de Málaga.
Desde que el alcalde tomó la determinación de comprar la parcela pasan casi diez años sin que hoy por hoy pueda vislumbrarse un horizonte claro para ponerla en carga. De hecho, la riqueza arqueológica que las excavaciones realizadas en los últimos meses ha sacado a la luz, lejos de alumbrar un punto final a la larga espera para recuperar el uso de este suelo, la alimenta, generando nuevos y relevantes interrogantes.
Pero lo ocurrido con la apertura de las zanjas es un episodio aún inconcluso de una larga secuencia de reveses con los que se vienen topando el regidor, quien en el origen de esta particular odisea lo que imaginaba era un Museo de Museos con el que seguir potenciando la oferta cultural.
Ése fue el objetivo con el que emprendió una aventura costosa para las arcas municipales, que le llevó a desembolsar unos 21 millones de euros por un escenario en manos de una empresa privada, Grupo Baensa, que años antes la había adquirido para construir viviendas de lujo en plena Plaza de la Merced. Una operación controvertida por la envergadura del desembolso (de la suma algo más de 9 millones en metálico y el resto en suelos) y por el hecho de que la misma se afrontaba cuando la crisis económica empezaba a dejarse notar.
Los años transcurrieron sin que el Ayuntamiento tuviese capacidad alguna para afrontar el reto de demoler la manzana y de levantar sobre sus raíces un nuevo inmueble de uso cultural. La realidad económica de la ciudad hizo zozobrar las esperanzas de De la Torre de hacer realidad su viejo anhelo. Las arcas no daban para enfrentar un equipamiento que como poco iba a requerir de algunas decenas de millones de euros.
Conforme avanzaba el tiempo, la búsqueda de un socio privado que asumiese la operación se abría de par en par. Al punto de que fue justamente ésta la fórmula finalmente activada. Primero se convocó un concurso de ideas al que concurrieron 72 propuestas. La esperanza municipal era que la de que junto a los equipos arquitectónicos participantes les acompañasen grupos de inversión y promotores dispuestos a hacer realidad lo proyectado.
El éxito de la iniciativa fue elevada, al punto de que la propuesta mejor valorada por el jurado, la postulada por el arquitecto José Seguí, incorporaba entre los socios al actor Antonio Banderas, dispuesto a ir adelante con la materialización de un gran equipamiento en el que al protagonismo cultural se le añadiese el uso hostelero necesario para que la apuesta fuese viable económicamente. Pero tampoco en esto tuvo suerte el alcalde.
Tras varias semanas de crítica sobre el procedimiento elegido por el Ayuntamiento y tras denunciarse un traje a medida para que fuese Banderas quien se hiciese con la concesión demanial de la parcela, el reputado actor malagueño dio un paso atrás. Y ello supuso que la apuesta municipal por recuperar la parcela quedaba de nuevo en el aire. La marcha de Banderas obligó a la Gerencia de Urbanismo a realizar una criba importante entre los otros proyectos arquitectónicos del concurso, incidiendo en aquellos que garantizaban la existencia de músculo empresarial suficiente para desarrollar la actuación.
Casi un año después, los promotores del proyecto Zoco Cultural, liderados por una empresa cordobesa, daban el paso adelante, solicitando formalmente a la Gerencia de Urbanismo la concesión del suelo del Astoria para llevar adelante su propuesta. La misma, aún vigente, tiene como protagonista principal una gran sala de conciertos subterránea, con dos plantas soterradas. Una particularidad que eleva la complejidad de la operación, al estar condicionado su desarrollo a la existencia o no de restos arqueológicos de entidad suficiente para alterar e incluso impedir su desarrollo.
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