Desescalada en Málaga

La normalidad contada en la barra del bar

La barra en el Café Madrid: la normalidad era esto.

La barra en el Café Madrid: la normalidad era esto. / Javier Albiñana (Málaga)

Tres parroquianos de pura cepa conversan sentados en la barra del Café Madrid. Es la hora del desayuno pero los tres hombres, barbado uno, convenientemente afeitados los otros dos, que en total sumarán no menos de ciento cincuenta tacos, se conforman con unos cafés templados. En la terraza no quedan apenas mesas libres y en el interior del bar se aventuran algunos clientes sentados con mayor comodidad, pero la barra ha vuelto a ser lo que era este lunes después de tres meses de clausura por obra y gracia de la Fase 3. Y nuestros tres nativos lo celebran como si no hubiera pasado más de un día desde la última vez: los mismos aires, la misma conversación y los mismos gestos de siempre, la reconquista de un territorio a base del más puro hábito. Es curioso, pero el tono que con más frecuencia comparte el trío es el silencio: mientras hablan despachan de todo un poco, lo mismo al jeque que a Pablo Iglesias, lo mismo a la Liga que a Donald Trump, pero su charla es esporádica, salteada, trenzada a base de paréntesis y el paso de ángeles tras los que queda un titilar de cucharillas, un sorbo al café ya frío, una mirada al suelo, el manoseo de la servilleta antes de arrojarla a los pies. La barra es el ecosistema más cómplice y a la vez el más ajeno: es fácil sentirse aquí el centro de la fiesta y, en un instante, como un extranjero indeseable. Poco después se arrima a la barra un cuarto visitante que, ante la ausencia de taburetes disponibles, opta por quedarse en pie. Pide un carajillo y el aroma a anís invade la estancia, como un trance en plena sierra bien temprano antes de la faena, cuando todavía es de noche. El hombre viste una guayabera convenientemente arrugada y tampoco tiene pinta de poder cumplir los sesenta. Se mete en la conversación de igual manera, picoteando de aquí y de allá, que si menudo es Pedro Sánchez, que si Rajoy esto y aquello, que si el jeque se creerá que aquí lo espera alguien. Servido su café, aparta su mascarilla y da el primer sorbo, electrizante, magnético, con el consecuente temblor del gaznate. En éstas, entra una familia, matrimonio cincuentón con hija adolescente. Los tres arrastran sus trolleys, y el hombre reclama la atención del camarero con un notorio acento francés; sin embargo, una mesa de la terraza se queda libre y la mujer se lanza como un leopardo para hacerse con ella, con lo que ya está toda la operación hecha. Los usuarios de la barra se quedan mirando la escena y la conversación toma la dirección inevitable: "Pero, ¿de dónde salen? ¿No estaban cerradas las fronteras? Tendrán algún permiso, digo yo". Acto seguido, los que entran son dos agentes de la Policía Local. Echan un vistazo rápido al establecimiento y la tensión se puede cortar con un cuchillo. Se supone que tiene que haber dos metros de separación entre cada hijo de vecino, ¿la hay?, ¿no la hay? Debe haberla: los agentes se apartan también sus mascarillas, se acomodan en el otro ala de la barra y piden su café. La conversación de los cuatro primeros inquilinos se hace mucho más vaporosa: entran a colación mujeres, alguna serie de televisión y cierto fichaje pendiente. Mejor no nos metamos en política con la autoridad mirando. Nadie diría que esta ciudad se encuentra en la fase final de una epidemia que ha puesto en jaque su orden habitual.

Para brindar sin romper la distancia de seguridad hay que estirar bien el brazo. Para brindar sin romper la distancia de seguridad hay que estirar bien el brazo.

Para brindar sin romper la distancia de seguridad hay que estirar bien el brazo. / Javier Albiñana (Málaga)

Y sin embargo, así es. No obstante, el Café Madrid, como el Café Central y alguno más, constituye una excepción notable en esta puesta de largo de la Fase 3. La estampa general, como siempre en cada nuevo peldaño de la desescalada, tiene que ver con la prudencia y la calma a la hora de disfrutar lo que puede ser disfrutado. En la mayoría de los bares que ofrecen ya su barra para los comensales, la oferta quedaba declinada este lunes a favor de las terrazas y el aire libre como opción con más garantías de seguridad e higiene. Por lo demás, buena parte de las cafeterías del centro, y de barrios como La Victoria y Pedregalejo, siguen cerradas. Seguramente no es el lunes por la mañana el mejor momento de la semana para encontrar cafeterías atestadas, pero lo cierto es que la afluencia masiva era norma antes del confinamiento cualquier día que se preciara. Con respecto a las ya abiertas, si a la hora de recuperar las terrazas se advirtieron intervenciones notables por parte de los propietarios, con mamparas, jardineras y hasta cordones para delimitar las distancias de seguridad, puede decirse que el empeño vertido en los recintos interiores ha sido considerablemente menor, en parte porque parece clara la predilección de los clientes por los espacios abiertos mientras lo que se abre de puertas adentro queda a merced de inconscientes, exploradores bravíos o practicantes de una marginalidad discreta. Buena parte de los hoteles siguen también cerrados; sin embargo, donde sí se percibe una reactivación más visible es en el ámbito de los apartamentos turísticos, con más trolleys subiendo y bajando en los más variopintos portales del centro. La mayor parte de esta insospechada y temprana afluencia forastera es, a simple vista, de origen nacional, aunque también se deja ver algún que otro europeo despistado. Se distinguen también los que han venido por cuestiones de negocios de los que presentan aspiraciones más ociosas, lo que invita a pensar que, efectivamente, en cuanto la veda quede levantada del todo no habrá muchas diferencias respecto a lo que fuimos: no hará falta una Feria para que no quepa un alfiler.

Muchos hoteles siguen cerrados, pero se advierte un movimiento creciente en el ámbito de los apartamentos turísticos con el subir y bajar de 'trolleys' en los portales más variopintos del centro

Así que se puede decir que ya está aquí el verano. El verano más extraño en Málaga desde el 23-F. Un verano de pasos medidos, de ganas de normalidad y de desconfianza hacia cualquiera que asome la nariz. Un verano en el que echaremos de menos a los turistas y en el que más de uno clamará al cielo cuando vuelvan a dejar Uncibay como un estropajo. Un verano con cinta métrica en la playa, mascarilla en la heladería y nostalgia de  piscina, en el que quedará olvidada la última vez que fueron los niños al colegio y en el que el teletrabajo continuará campando a sus anchas: más tarde o más temprano habrá que reconocer la calidad pionera de la concejal de Torrox que se presentó en un pleno virtual en bikini, porque todo apunta a que habrá sesiones de Zoom y Teams en la Malagueta y la Misericordia a cada paso, aunque seguramente sin tanta polémica. Será un verano con Festival de Cine pero sin mucha música, sin toros en la plaza pero con Antonio BanderasA Chorus Line, todo patas arriba, un mundo al revés que empieza a enseñar la patita en una Fase 3 que, a ciencia cierta, nadie sabe del todo en qué consiste. Lo que sí que nos deja claro esta primera jornada es que la lucha contra los rebrotes indeseados del Covid-19 tiene un aliado fundamental en la precaución de no pocos malagueños que prefieren, de momento, no entusiasmarse demasiado con barras ni cafés. Por más que haya otros que, ya se sabe, ardan en deseos de participar en alguna manifestación inoportuna. De cualquier forma, aunque aún no haya muchas disponibles, ya es posible sentarse en una barra, perder el tiempo de esta manera, disolverse en la contingencia, entablar conversación con algún camarero piadoso, hacer tiempo antes de ir a ninguna parte, distraer la soledad o abrazarla de nuevo, escribir un poema en una servilleta o hacer cuentas para ver hasta dónde llega el Erte con todas las facturas que quedan por pagar. Quien imaginaba una vuelta a la normalidad masiva, unitaria, con fuegos artificiales y papelillos de colores, cual liberación aliada del yugo nazi, erró el tiro. Nada hay menos triunfante, menos dichoso, que volver a ser lo que fuimos. Seguramente porque tampoco aquello valía tanto la pena.      

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios