calle larios

Leer un libro

  • lResulta sorprendente el modo en que determinadas conductas hablan de nosotros en público lA veces, las costumbres propiamente humanas se convierten en espectáculo para curiosos

Pues sí, todavía hay quien se lleva un libro a la playa en Málaga. Pinta bien.

Pues sí, todavía hay quien se lleva un libro a la playa en Málaga. Pinta bien. / m. h.

En éstas que mi amigo Pablo Accino, conocedor de las cosas que me gustan, me envía una noticia de la agencia Efe con este titular: "El Sevilla apostó por el fichaje de Vaclik tras verle leyendo un libro". Resulta que la razón por la que el club se decantó definitivamente por el portero checo Tomas Vaclik no fueron sus éxitos deportivos ni su rendimiento físico, sino una foto que empezó a circular en plan top secret en la que aparecía, chúpate ésa, leyendo un libro. Los adjuntos de la dirección de fútbol del equipo hispalense, Carlos Marchena y Paco Gallardo, explicaron que el primero llamó al segundo a las dos de la mañana, la hora bruja en la que únicamente se importuna al prójimo para informarle de sucesos terribles, y le pasó la foto de marras que acababa de recibir en su móvil. Los dos coincidieron en que la lectura de un libro delata que el sujeto en cuestión "tiene algo" y "pinta bien". Y lo ficharon. Lo tremendo es que no sabemos el libro que leía Vaclick cuando le pillaron in fraganti, pero este matiz parece resultar indiferente a los directivos del Sevilla. Daba igual que leyera a Belén Esteban, a Tolstoi, a José María Aznar, a Shakespeare, a Marwan, a Stanislaw Lem, a María Teresa Campos o un manual de pesca del calamar. Lo que fascinó a los responsables del fichaje era el objeto, el fetiche, algo tan extraño presumiblemente en manos de un futbolista como un libro. Si hubiera salido en la foto leyendo El ser y el tiempo en su móvil, no habría sido lo mismo. Hay que reconocer que entre tanto delantero centro defraudador de hacienda, abusador de doncellas y mafioso aficionado, que salga un portero lector constituye una novedad notable. Y sí, ya sabemos que Albert Camus iba para futbolista hasta que la enfermedad truncó (felizmente) sus aspiraciones peloteras ("Todo lo que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres lo aprendí jugando al fútbol", dijo una vez) y que queda por ahí más de un Premio Cervantes con el carnet de abonado en la cartera. Y supongo que el índice de población lectora en el fútbol no es muy diferente del de otros gremios, o al menos hasta cierto punto; pero que los dos mandamases del equipo se pasasen a las dos de la mañana la foto de un menda leyendo, como si fuese una Virgen aparecida en el cerro o un extraterrestre pidiendo una caña en el Vizcaíno, delata hasta qué punto asomarse a las páginas de un volumen constituye aquí una excepción. Cuando leí la historia pensé en el modo en que las conductas hablan de nosotros, sobre todo cuando las conductas en cuestión se escapan de lo establecido, de lo previsible, de la acogedora convención de los prejuicios. Quienes se salen de los moldes en cuanto a adscripciones políticas, deportivas o religiosas son merecedores de la más implacable sospecha: si el partido al que votamos, el dios al que rezamos y el juego al que jugamos no casa con nuestras pintas es que algo no funciona o, peor, que vamos de listos. En lo referente a la lectura (de libros), por mucho que hable bien de nosotros, su categoría extravagante nos sitúa de pronto a millones de kilómetros de ciertas latitudes. Como si pudiera uno leer mucho y ser un cenutrio. Sí: se puede.

Todo esto reviste connotaciones especiales en una ciudad como Málaga, donde, como hemos visto esta semana, si reproduces en un muro un verso de Vicente Aleixandre lo más probable es que te lo corrijan (salvo que seas el Ayuntamiento y te dé por plantar en una placa el dichoso poema de la Ciudad del Paraíso; por cierto, cuentan que cuando Octavio Paz visitó Málaga preguntó si era verdad que Aleixandre había escrito eso y llegó a una conclusión demoledora: "Debía haber tomado"). Si a Málaga los museos se le dan de lujo es porque los malagueños no acuden a ellos, o lo hacen en proporción ínfima. Tenemos en este menester, afortunadamente, a millones de turistas cultísimos dispuestos a sacarnos las castañas del fuego. A pesar de que su Feria del Libro sea la que es y no haya forma de cambiarla, la ciudad acoge todos los días una cantidad ingente de presentaciones, ciclos, clubes de lectura y hasta festivales para gafapastas; pero organizar todo esto con voluntad política y definir Málaga como Ciudad del libro implicaría contar con la colaboración del público nativo, y a lo mejor nos sale un Tomas Vaclik, pero me temo que aquí la vida se parece al fútbol. Al cabo, los bichos raros están bien donde están. Bajo los palos.

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