Prólogo con la noche iluminada

Feria

Los 800 kilos de pólvora que ardieron con los fuegos artificiales y el concierto de Andy & Lucas anunciaron que la fiesta ya está aquí. Hasta el día 24, lo mejor será rendirse a la evidencia.

Prólogo con la noche iluminada
Pablo Bujalance Málaga

16 de agosto 2014 - 01:00

Lejos quedan los tiempos, malagueño, en que los fuegos artificiales que señalan el inicio de la Feria quedaban adornados con la música de Beethoven, Shostakovich y Mike Oldfield. Ayer volvió a celebrarse el mismo aquelarre, con toda la ciudad volcada en el disfrute del espectáculo, desde El Palo hasta La Misericordia, y tras el pregón de Manolo Sarria fue la música de Malú, Enrique Iglesias, El Canto del Loco y otros adalides del pop (incluidos algunos internacionales sostenedores del spotify) la que brindó el compás preciso al espectáculo pirotécnico. En consecuencia, el ritmo impuesto fue bastante más frenético que antaño, pero éste es también el signo de los tiempos: uno no va ya a ver los fuegos a quedarse embelesado, sino a ir calentando la fibra para alimentar las doscientas horas de chunda chunda que habrán de acontecer después. No obstante, los 800 kilos de pólvora derramados desde el Patalán de Levante surtieron sus hipnóticos efectos, y las miles de almas congregadas entre La Malagueta y Huelin asistieron asombradas, sin perder punta, al estallido de colores y estruendos, a la tempestad resuelta en floripondios y lacitos, a las cascadas de luces y las figuras que los testigos creían ver evocadas en un cielo tan primorosamente iluminado. Al ritmo de The Triangles, los envites lanzados al orbe parecían tomar el relevo a la luna que en los últimos días ha gobernado gozosa las mareas. Durante casi veinte minutos el hechizo surtió sus efectos, y a más de uno le sorprendió el final con la boca abierta. En la misma arena de la playa, niños y mayores (salvo algún pequeñajo que no encajó bien tanto estruendo) compartieron el viaje a la infancia que regala un castillo de fuegos artificiales. Los aplausos, como suelen, dieron buena cuenta del júbilo con el que el pueblo daba por inauguradas las fiestas.

No obstante, la liturgia de los fuegos había empezado mucho antes. Ya a primera hora de la tarde Málaga era un desfile de familias que se arrimaban a la playa para ganar la mejor tribuna posible, arramblando con sus enseres, sillas, neveras, sombrillas, toallas, todo lo necesario para que no hubiera distinciones entre un rato de asueto y la magia de los fuegos. Cuando la noche ya era una realidad y los acérrimos consultaban con más frecuencia sus relojes, el ambiente era todavía familiar, doméstico, vecinal, cercano, tradicional si quieren, aunque mezclado con el insobornable ataque de los turistas, éstos en su mayoría jóvenes, ansiosos por no perderse lo que prometía ser un show morrocotudo. Toda Málaga parecía corresponder al beso de las olas, pero no crean: en los bares y restaurantes de la Malagueta, así como del centro, no cabía un alfiler. Muchos se habían encaramado ya a Gibralfaro, apostados en el balcón del Parador, y en los Jardines de Puerta Oscura era una legión la que ya pasadas las 23:00 aguardaba los clarines. Málaga, de cualquier forma, sigue viviendo sus tradiciones con la mayor ambición posible por la paradoja: mientras los usuarios del bañador y la chancla se amontonaban para ver lo más cerca posible los fuegos y a Manolo Sarriá, la burguesía malacitana disfrutaba cómodamente de la misma oferta, aderezada con una opípara cena, en las instalaciones del Club Mediterráneo. El fresquito que corría, eso sí, era igual para todo el mundo. Y, al cabo, la disposición a la ensoñación a través de los fuegos debía ser necesariamente la misma, fuese cual fuese la platea: las regiones más inclinadas a lo innombrable no entienden de tenedores.

El programa siguió el rito de costumbre: cuando el pregonero terminó de repartir sus bendiciones, tan lleno de gracia como el Papa en Corea, era ya una chiquillada adolescente la que esperaba el concierto de Andy & Lucas. O quizá no tanto: muchos de quienes cantaron los éxitos del dúo a voz en grito, fuesen en pandilla o en pareja (qué noche tan nefasta para ir solo a cualquier parte), ya no cumplían los cuarenta. Y allí se quedaron, desgañitándose, después de haberlo dejado todo perdido, hasta que la madrugada se hizo el día de hoy.

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