Calle Larios

La ciudad como 'fast food'

  • No se trata sólo de una iluminación navideña, que a cada cual podrá gustar más o menos, sino del reconocimiento del Centro de Málaga como un entorno urbano o como cualquier otra cosa

Seguro que al fondo hay mesas libres.

Seguro que al fondo hay mesas libres. / Marilú Báez (Málaga)

En virtud de mis nuevos quehaceres, desde hace unos meses no suelo bajar tanto al Centro como lo hacía antes. Procuro no perder demasiado la conexión, en parte porque me pilla cerca y en parte porque, bueno, aunque sea por una costumbre inconsciente que tal vez ya no haga demasiado honor a la verdad, siempre parece que lo importante se cuece ahí. Entiende uno ahora mejor a quienes afirman que se les van meses enteros sin pasar por la calle Larios: ciertamente, muy a pesar de esa brújula irracional afirmada todavía en la identidad malagueña, y de que la actualidad informativa preserve aquí su particular becerro de oro, no hay muchos motivos para darse un garbeo a esta orilla del Mississipi más allá del mero capricho de hacerlo. Al mismo tiempo, el Centro es un lugar fascinante, donde se da cita un paisaje humano amplio, paradójico y de contraste enriquecedor, donde quedan algunos personajes entrañables y rincones que la memoria preserva de maneras a menudo insospechadas. Sucede, a veces, que la memoria se lleva sus malos ratos: hace unos días cerró en la calle Andrés Pérez la tetería El Harén, que durante más de dos décadas ha sido para no pocos malagueños, entre los que me cuento, un motivo de peso para ir al Centro, al abrigo de buenas canciones, cálidas conversaciones y amigos duraderos. Ahora acaba de anunciar su cierre el Café Central, en el que la memoria se agranda hasta la infancia y donde según las crónicas se inventó un modo único de pedir y servir el café. Como escribió Julio Numhauser, así como todo cambia, que yo cambie no es extraño: pronto llegarán las franquicias sustitutas, en consonancia con el resto del Centro, y todo seguirá su curso, con la lenta pero inexorable consolidación del modelo. Ahora, con la inauguración del alumbrado navideño, todos los debates al respecto se intensifican y vuelven las pasiones, a favor y en contra de un dispositivo capaz de suscitar las reacciones más encontradas. No faltan quienes alertan de un despliegue que no tiene tanto que ver con una ambientación navideña como con una explotación comercial abusiva de las calles del Centro como espectáculo, y su razón tienen; al mismo tiempo, sin embargo, esta iluminación navideña gusta a mucha, muchísima gente, que no sólo la disfruta sino que pide más de lo mismo cada año. Gente que se pirra por el incomprensible mapping proyectado ahora cada noche en la torre inacabada de la Catedral (alguien que esté al mando debería dar explicaciones de por qué se ha hecho esto y qué sentido tiene: podría ser divertido), que canturrea los villancicos del hilo musical de la calle San Juan como si fuera el himno de la Legión y que espera, pacientemente, a que empiece el show de luz y sonido de calle Larios para estallar en alborozo como si cada vez naciese el Niño Dios, ya saben, esa gente, que es tanta, que es mayoría, a la que seguramente se acoge usted, lector, o yo mismo con la euforia a cierto grado. ¿Y qué hacemos, a ver, con toda esta gente? ¿Quitarle sus razones, chafarle la fiesta? ¿Imponer el rigor calvinista en su lugar?

Si hubiera un Burger King del tamaño del Centro de Málaga, la iluminación sería idéntica

Luego, claro, la verdadera paradoja corresponde a un alcalde que llama a la precaución cada santo día contra el Covid y, al mismo tiempo, convoca a todo el personal a la inauguración del espectáculo, con famosos, conciertos y hasta el mínimo detalle, con lo que la muchedumbre, como el año pasado, volvía a estar cantada. Pero todo esto, insisto, es lo de menos. Será porque el Centro ya no me pilla tan a mano como antes, pero ya no vale la pena rasgarse las vestiduras porque el alumbrado navideño es de esta manera o de tal otra. La iluminación que tenemos en el Centro de Málaga es la que corresponde a un gran centro comercial, no a un entorno urbano, pero ésta es una decisión consecuente con la definición y reconocimiento que se ha asignado al enclave desde el mismo día de su peatonalización. Si hubiera, un poner, un Burger King de la extensión del Centro de Málaga (en Dubai son capaces de tener uno), la iluminación navideña vendría a ser exactamente la misma. No es una invitación a la celebración, ni una excusa para la alegría de vecinos y visitantes, ni una medida para embellecer las calles en un momento señalado: es un reclamo para impulsar el consumo, exactamente igual que todas y cada una de las medidas que se han tomado en Málaga en los últimos años en relación con infraestructuras, urbanismo, tecnología, comunicaciones, movilidad y cultura. El consumo manda, principalmente el que demanda la hostelería; y si a Francisco de la Torre no le queda más remedio que quedarse callado después de pedir a la población precaución contra el coronavirus, pues se queda callado y no pasa nada (la decisión por parte del Ayuntamiento de no revelar los horarios de los asaltos de luz y sonido de la calle Larios son este año, de nuevo, completamente inútiles). No hay nada que hacer, así que mejor será invertir las ganas en otra cosa: por ejemplo, en lo mal iluminados que están no pocos barrios en vergonzoso contraste con esta parafernalia del Centro. Pero una de las premisas de la ciudad entendida como fast food es que aquí se lleva el premio quien llega primero. Si no te gusta, haber nacido de pie.

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