Érase una vez el comercio en Málaga
Calle Larios
Comprar algo distinto, singular y especial es cada vez más una misión imposible en la gran fiesta hegemónica de las grandes franquicias, con un pastel demasiado grande repartido en pocas manos
Don Quijote de Málaga
Málaga/De visita hace unos días en Lisboa terminamos en LX Factory, un gran mercadillo instalado en las dependencias de una antigua fábrica no muy lejos de Cais do Sodré. En realidad, el término mercadillo resulta aquí de aplicación dudosa: convendría hablar más bien de un centro comercial con tiendas y restaurantes en el que cada local es único, sin franquicias y con una orientación clara a la producción artesanal. Los comercios están dedicados sobre todo al diseño, la moda, el arte, la literatura y la gastronomía, mientras que la oferta hostelera es diversa y ambiciosa (uno de los locales anuncia en su fachada la mejor tarta de chocolate del mundo: ahí lo llevan). El invento echó a andar recientemente y tuvo que hacer frente a la pandemia en sus primeros envites, pero su definición de barrio exótico con un ambiente hippie y libertario han hecho del recinto un atractivo ampliamente demandado a nivel turístico en tan poco tiempo. Y sí que se entretiene uno husmeando entre los locales en los que artistas, fotógrafos, diseñadores de moda, joyeros, tatuadores y cocineros trabajan en sus creaciones, expuestas en los escaparates para su venta nada más recibir el visto bueno. Paseaban por allí gentes de todo origen, edad y condición, y lo cierto es que costaba no ceder a la tentación y dejarse allí parte del presupuesto, dado el convencimiento de que lo que veías allí no ibas a verlo en otra parte. Ya saben, esa querencia natural por la originalidad, por la pieza única, que las leyes del mercado y los grandes apóstoles del arte contemporáneo pervirtieron al favorecer la confusión entre valor y precio. De paso, bueno, las instalaciones de la antigua factoría textil, distribuidas en 23.000 metros cuadrados, encontraban una solución distinta de la especulación y beneficiosa en términos contantes y sonantes. Mientras discurría por allí a mis anchas me acordé de las Galerías Maldà de Barcelona, las más antiguas de la ciudad, que la crisis de 2008 se llevó por delante y que reabrieron en 2017 como centro comercial consagrado al negocio friki, ya saben, con tiendas temáticas dedicadas a Harry Potter, Star Wars y toda la marimorena. En poco más de un año abrieron diez locales y la jugada ha seguido creciendo desde entonces con más incorporaciones, con los consiguientes beneficios relativos al turismo y la regeneración urbana en un lugar tan delicado, en pleno centro. A menudo se olvida con excesiva facilidad la importancia histórica que, desde el Renacimiento, conserva la actividad comercial para la prosperidad de las ciudades, su identidad misma, su proyección hacia el futuro y la protección de cierta memoria, ya que si algo define al capitalismo también desde finales del siglo XV es que lo que recordamos, ya sea como ciudadanos o como meros clientes, tiene mucho que ver con lo que compramos.
En Málaga, mientras tanto, sucede lo que ya sabemos: las tiendas y negocios que más recordamos los que contamos más de cuarenta tacos ya no existen. La especulación inmobiliaria, la extinción de los alquileres de renta antigua y las exigencias devoradoras de la hostelería han creado el paisaje perfecto para las grandes franquicias, de manera que, entre la calle Larios y la Alameda, puedes comprar más o menos lo mismo que en cualquier aeropuerto. Tenemos, al igual que en otros sectores como la vivienda, un pastel demasiado grande repartido en muy pocas manos. Todavía en algunas ciudades de España encuentras negocios familiares y firmas de moda internacionales en la misma acera, pero eso aquí ya pasó a la historia. Cada vez que paso por la calle Calderería me entra un nudo en el estómago al pensar en lo que se podría hacer a nivel comercial con las Galerías Goya, abandonadas a su suerte en una de las estampas más desoladoras del centro de Málaga. Ahora casi se consuela uno cuando comprueba que el puesto de pornogofres que abrieron aquí cerró también, aunque a un tiro de piedra hay dispensadores de porciones de pizza que te escupen la mercancía como si fuera una lata, sin mediación humana. Buscar un regalo distinto, singular y especial en Málaga, más allá de las claves habituales, es una tarea a menudo imposible. Las librerías, contra viento y marea, constituyen una excepción higiénica y esperanzadora. Cabría subrayar la unión comercial del Entorno Thyssen, entre Compañía y Andrés Pérez, como una iniciativa merecedora de más apoyos públicos y privados para su consolidación y ampliación. Bastaría un poco de imaginación para entender que podría haber aquí un atractivo turístico notable, dirigido a un público distinto del que viene a celebrar sus despedidas de soltero. Muy cerquita, la iniciativa municipal de La Brecha resulta loable, pero mínima hasta casi lo anecdótico y, me temo, sin muchos estímulos. El Ayuntamiento no puede darse por satisfecho con esta medida si de verdad considera que una estrategia comercial encantadora puede resultar beneficiosa a la ciudad en términos muy amplios. Hace algunos años se barajó la creación de un distrito artesano en la Goleta, una propuesta muy interesante que cayó en el olvido. Con la peatonalización de Carretería ya casi a punto, lo que queda claro es que serán de nuevo las franquicias las que se lleven el gato al agua.
Después, en fin, si a día de hoy decides crear un proyecto para fabricar un producto y venderlo después al público, lo mejor que puedes hacer es irte a otra parte. O dejarlo y ponerte a tirar cervezas. En el centro puedes encontrar tiendas de productos gastronómicos tradicionales de diversas provincias y comunidades españolas, todas ellas dirigidas al turismo, con ambientes y decorados al uso, pero ninguna de Málaga, lo que dice bastante al respecto. Y en cuanto a lo que hay más allá del centro, en los barrios la situación no es precisamente prometedora, ya saben, con locales cerrados y liquidaciones acumuladas. Mientras sean Amazon y Mayoral las que se repartan Intelhorce, bien está.
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