Calle Larios

Kafka en Santo Domingo

  • Nadie supo cómo llegó, nadie sabe para qué sirve, nadie sabe cómo quitarla, hace falta alguien que firme el papel, pero ahí sigue

  • Y tal vez vendrán más cosas

Bien visto, la tirolina desde el hotel de Moneo puede ser una buena idea.

Bien visto, la tirolina desde el hotel de Moneo puede ser una buena idea. / Javier Albiñana (Málaga)

Al principio se dio por hecho que las cofradías habían tenido que ver. Pero las cofradías se desmarcaron. No parecía el complemento idóneo, desde luego, para la procesión de Mena. Cundió la indignación en las redes. El adefesio se alzaba impune junto a la iglesia de Santo Domingo, un monumento con protección BIC ahora intervenido de esta forma, cegado, alienado sin remedio, en uno de los entornos más sensibles de la ciudad. Estaba claro que se había emitido una orden municipal, pero nadie parecía tener claro de dónde había salido la idea, quién era el promotor de la actuación. La Junta de Andalucía miró para otro lado y el Ayuntamiento se dio por enterado, de acuerdo, la quitaremos. Lo que nadie ha explicado con claridad es para qué sirve. Se supone que es una pérgola, pero si la intención era dar sombra apañados íbamos. Pronto se sucedieron las hipótesis: podía servir para colgar jamones, o para un santuario de murciélagos, o para instalar una tirolina desde el hotel de Moneo, o de equipo gimnástico para pensionistas intrépidos, o como nuevo escenario para las pandas de verdiales, o como cadalso para autos de fe, tal vez para instalar un trampolín gigante desde el que arrojarse al río. Conviene no descartar su condición de señalización para el aterrizaje de cápsulas extraterrestres enviadas desde naves nodrizas. Podría tratarse de una intervención conceptual en protesta por la invasión de Ucrania a manos de Rusia, o de la puerta de entrada a un acelerador de partículas secreto y subterráneo, o de un observatorio astronómico a lo Stonehenge. Misterio. Lo único que ha dicho la municipalidad abiertamente, la única afirmación con la que contamos, es que la van a quitar. Sea lo que sea. No habrá tirolina. Vale vale, la quitamos. Pero ahora resulta que no es tan fácil. Que hay que firmar un papel y no hay nadie competente para estampar su rúbrica. La burocracia tiene estas cosas. Hace falta un funcionario, un cargo, un juramento, alguien en nómina, una bula papal, el grupo sanguíneo adecuado, a ver si se creen que esto lo puede firmar cualquiera, ningún notario en la sala para desmontar el tinglado antes de Semana Santa, entonces lo haremos después, ya no hay tanta prisa. Ahora advierte el concejal de Urbanismo de que hay que esperar, que esto tiene sus plazos, estas decisiones no se toman de la noche a la mañana. Kafka creó un mundo en el que cualquiera puede ser detenido y enviado a prisión, sin necesidad de cometer un delito. Los malagueños vivimos en una ciudad en la que una pérgola, o eso que dicen que es una pérgola, aparece así, de buenas a primeras, sin que la haya pedido nadie, pero luego hace falta el último pelo del último unicornio sobre un cojín de terciopelo para que la autoridad pueda retirarlo, la burocracia, es lo que hay. De manera que cualquier rincón es susceptible de amanecer cualquier día ocupado por una pérgola, o algo que parece una pérgola, y luego habrá que convocar un pleno para explicar por qué no se puede quitar de hoy para mañana: brotará una pérgola en la calle Larios, o en el estadio de La Rosaleda, o en la parcela del tercer hospital, o en el eje litoral, y entonces habrá que pararlo todo y poner en marcha el complejo procedimiento administrativo para su retirada. Semejante coyuntura encaja en una ciudad a la que viene el presidente de la Junta a inaugurar una estación de metro a la que todavía no llega el metro. Pero siempre se puede inaugurar una pérgola que no sirve para nada. O algo que parece una pérgola.

Cualquier día aparece una pérgola en la calle Larios, en el estadio de La Rosaleda, en la parcela del tercer hospital, y a ver cómo la quitamos

Y entonces, tal vez, dado este nuevo orden por el que no es preciso un sentido racional para acometer novedades urbanísticas, basta que pasen los acontecimientos y ya veremos cómo nos las apañamos luego si la gente se mosquea, un día aparece, un poner, una torre-hotel descomunal en el Puerto y, sorpresa, no habrá manera de retirarla, porque será muy difícil y habrá mucho dinero en juego. O a lo mejor encontramos una mañana otras torres igual de grandes en el suelo de Repsol, puestas ahí de buenas a primeras, pudo haberse tratado de un bosque urbano pero íbamos de dejar de ingresar una millonada y a ver quién lo paga luego, mejor así. Igual, quién sabe, vamos un día a los Montes de Málaga y nos lo encontramos todo urbanizado, de cabo a rabo, precioso, con enjambres, piscinas infinitas y chalets adosados por doquier, todo un paraíso al alcance de familias privilegiadas; y a lo mejor alguien pide explicaciones pero resulta que nadie sabe cómo llegó a pasar, y lo peor de todo es que no encontramos a nadie que nos firme el papel para quitarlo, dónde hay un ministro del Aire cuando se necesita. A lo mejor un peatón cualquiera repara una tarde en que ya no recuerda la última vez que quitaron el alumbrado de la calle Larios, fue tal año, fue tal otro, antes se veía el cielo pero ahora tenemos sesión continua, el espectáculo debe continuar. Las consecuencias serían aproximadamente las mismas que si los pregoneros fuesen avisando del advenimiento de todos estos prodigios con tiempo, mirad, vamos a hacer esto, si no os gusta podéis mirar para otro lado. Pero una pérgola no es gran cosa. Una pérgola se puede poner el martes que viene y luego silbar mirando al cielo con las manos en la espalda, yo no fui, entonces quién. Y habrá que firmar un papel para quitarla pero no habrá nadie disponible de nueve a tres. Tampoco la iglesia de Santo Domingo es algo tan estupendo, acabáramos. Si no te gusta la pérgola, se puede mirar la iglesia desde el otro flanco. Puede ser que Málaga despierte un día transformada en un horrible insecto, pero la principal preocupación será llegar con puntualidad al trabajo. Lo mejor es estar preparados para que pase cualquier cosa. Eso lo dijo una señora el otro día que se quedó mirando la pérgola desde la calle Cerrojo, metida bajo su paraguas aunque lucía el sol, sola ella con su conversación, mientras se interrogaba, como todo el mundo, por la naturaleza del artefacto, o así lo daba a entender el gesto de extrañeza en su rostro oscuro: cualquier día pasará cualquier cosa. Ya lo creo. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios