Calle Larios

Málaga, la ciudad de todos

  • Nunca está de más volver a los conceptos fundamentales, las ideas originales que explican por qué estamos aquí y qué nos corresponde hacer, más allá del ruido cotidiano

  • Por una política animal

Un bosque, un río y ninguna de las dos cosas.

Un bosque, un río y ninguna de las dos cosas. / Javier Albiñana (Málaga)

El comienzo del curso entraña en cualquier casa el regreso de la organización, los horarios y la distribución de los recursos. Y muy a menudo, ya se sabe, esta composición se traduce en un rompecabezas de muy difícil resolución cuando el horario de los padres, por ejemplo, coincide con el de los hijos. Es ahí donde entra en juego la solidaridad vecinal: sirva de ejemplo mi vecina Carmen (la solidaridad es aquí también, de manera predominante, una cuestión de mujeres), que lleva cada día a la escuela a la hija de otra vecina cuyos horarios empiezan demasiado temprano y que no puede, por tanto, acompañar a su pequeña. En todos los barrios hay vecinas como Carmen, con sus pequeños y grandes favores que, si los trenzáramos, conformarían una red de acción social más que considerable. Pensaba en Carmen y en estas vecinas el otro día cuando veía a los primeros niños llevados a la guardería apenas terminado agosto, en brazos de sus padres o de, tal vez, vecinas dispuestas a hacer el favor. Y pensaba en que justo así se articulan las ciudades, como cadenas de acción dirigidas al bien del otro. Cuando esos favores trascienden el contexto vecinal y abrazan la urbe en su totalidad aparece eso que llaman, todavía, lo público. Así, el esfuerzo común de los contribuyentes permite que haya lugares y servicios al alcance de todos, susceptibles de ser utilizados por cualquier persona. Poco a poco, además, una mayor sensibilidad permite afinar la amplitud social e incluir, por ejemplo, a ciudadanos con discapacidades que no hace mucho imposibilitaban su acceso a estos ámbitos. Dirá el lector que me he levantado hoy con ganas de escribir perogrulladas, y sí, se trata exactamente de eso. A veces conviene revisar los conceptos elementales para aclarar por qué estamos aquí y qué nos corresponde hacer, porque en medio del ruido cotidiano se dan demasiadas cosas por sentadas y, lo que es peor, nos acostumbramos a emplear términos y fórmulas demasiado intoxicadas. Al final, se trataría de responder a una pregunta puñetera donde las haya: ¿Qué es una ciudad?

Platón nos recuerda que las ciudades nacen porque nadie se basta a sí mismo: todos somos seres indigentes

La mejor opción para clarificar los conceptos la traen, siempre, los clásicos. Y nadie ha hecho más en los últimos años por presentar, actualizar y hacer resonar a los clásicos como el filósofo Emilio Lledó. En su último libro, Identidad y amistad. Palabras para un mundo posible, Lledó reproduce las palabras de Platón, quien escribió lo siguiente en La República: “Pues bien, la ciudad nace, en mi opinión, porque se da la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita, es indigente de muchas cosas. ¿O crees otra la razón por la cual se fundan las ciudades? (…) Así pues, cada uno va haciéndose de otros para satisfacer la necesidad de cada uno, y al necesitar todos de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda, en un espacio habitable, a multitud de personas en calidad de compañeros y ayudantes. A esta cohabitación le damos el nombre de ciudad”. Lledó hace un apunte interesante al respecto: si el vínculo que une a esos “compañeros y ayudantes” queda definido en virtud de la ética, “los diccionarios etimológicos de la lengua griega nos dicen que êthos tiene que ver con una raíz indoeuropea que significa carácter, inclinación, costumbre, y, además, lugar, cobijo, vivienda. En uno de los primeros textos de la cultura griega, aparece la palabra con el significado de cubil, guarida de animales. Pero también es el cobijo de las personas, el lugar familiar. La ciudad, como cohabitación, es la praxis de este lugar, el espacio donde la ética sucede. El ámbito donde unos se atienden a otros y nadie queda excluido. No se trata de una labor asistencial, es que esa atención prestada al otro, la ética, es lo que define a la ciudad. Sin ese cobijo, no habría una ciudad propiamente dicha.

Se prometió a la ciudadanía que el sacrificio de los espacios públicos redundaría en el bien común, pero la realidad ha resultado ser muy distinta

Luego, bueno, ya saben. Leemos que en Málaga los precios del alquiler de viviendas han batido récords este verano, en la cima del pódium nacional, con lo que la exclusión mantiene aquí su lógica particular. Así cuesta lo suyo referirse a Málaga como una ciudad en lugar de un negocio. Hace ya muchos años dimos por buena la promesa según la cual la entrega a la hostelería de buena parte de los espacios públicos que habían sido recuperados gracias a la peatonalización del centro redundaría en beneficio de todos. Había que tener un poco de paciencia y muy pronto los ingresos del turismo repercutirían en la ciudadanía, en su acepción más general. Se asumieron así sacrificios no pequeños, incomodidades e insomnios; se invirtieron cantidades desproporcionadas en museos que en alguna ocasión resultaron ser un fiasco, se dio por bueno un centro desprovisto de señas de identidad propias, se aceptó que los barrios quedaran desatendidos para mantener impoluto el escaparate, porque así podríamos garantizar el bienestar común. Pasado el tiempo, sólo podemos concluir que los beneficios del turismo han quedado en manos de especuladores que vienen a construir rascacielos más altos y a los que nadie pone cara, mientras la exclusión eleva su nivel a diario en una ciudad en la que cada vez cuesta más vivir y en la que un alcalde rechaza un bosque urbano porque cree que así hace un favor al medio ambiente. Era fácil: habría bastado con entender que toda aquella inversión no se iba a dar a cambio de nada. Que los promotores de la especulación turística e inmobiliaria estaban haciendo lo suyo: un negocio exclusivo con lo que era de todos. Ahora, si esto se parece a una ciudad, Platón debía estar muy equivocado. Pero si tuviéramos que aplicar un concepto a este paisaje, todo apunta a que el término fraude sería el adecuado. Quién sabe, tal vez estamos a tiempo de hacer de Málaga una ciudad real. Aunque a ver quién se atreve a decir que no.

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