Málaga, la cultura y sus razones

Calle Larios

La programación cultural de la ciudad es la que es, la que sabemos, pero llama la atención la determinación asumida a la hora de no dejar espacio a posibles alternativas

La Invisible: con un poco de suerte, lo mismo que en todas partes.
La Invisible: con un poco de suerte, lo mismo que en todas partes. / Javier Albiñana

Málaga/Hace algunos días leí una entrevista en El Confidencial con el filósofo y teórico de la cultura Alberto Santamaría, quien, entre otras muchas cosas, afirmaba lo siguiente: “Una de las formas principales del neoliberalismo para desactivar el punk o cualquier elemento antagonista o crítico no es prohibirlo sino programarlo más. Cuanto más conservador y reaccionario es un territorio más programa cultura. Porque cuanto más programas cultura más clientelismo generas y más control tienes sobre lo que se expone (…) Por ejemplo, cuanto más conservadora es una ciudad, más arte urbano tiene. No falla”. No es Santamaría el primero que brinda este diagnóstico, pero, en cualquier caso, ante una declaración semejante, no había más remedio que fijarse en Málaga, donde el mismo parece darse con una fidelidad notoria. Lo de que se cambiara la definición inicial del barrio del Soho por una especie de museo al aire libre a mayor gloria del arte urbano, con los mayores exponentes internacionales del género implicados al máximo y sin que faltaran las cuestiones polémicas habitualmente aparejadas como los mosaicos de Invader, parecía una clave demasiado fácil a la hora de darle la razón al entrevistado. Pero que, desde hace mucho tiempo, la multiplicación de la programación por parte de las instituciones públicas se ha dado de la mano de la neutralización de propuestas independientes, alternativas y críticas, sucesivamente desaparecidas conforme iban levantando cabeza, es una evidencia palmaria que no necesita demasiados señalamientos.

La multiplicación de la programación por parte de las administraciones ha venido de la mano de la neutralización de propuestas independientes

Quienes hemos seguido de cerca la evolución de la calidad cultural de Málaga percibimos en su momento un significativo cambio de paradigma que tiene también una concreción en el calendario: la candidatura de Málaga a la Capitalidad Cultural de Europa con vistas a 2016. Hasta entonces, las programaciones culturales habían sido valoradas, promovidas y correspondidas en función de su calidad. Sin embargo, casi de un día para otro, comenzaron a proliferar programaciones culturales servidas desde las administraciones, sobre todo municipales y provinciales, cuya razón de ser tenía que ver con la cantidad. Prácticamente cualquier actividad a la que se pudiera colgar el apellido cultural pasó a tener cabida en carteles y programas de mano, ya fuese un concierto sinfónico o una humilde exposición fotográfica en una tetería, sin más criterio que la mera acumulación en un único escaparate voraz. El mayor ejemplo al respecto fue la Noche en Blanco, que se ha mantenido desde entonces justo bajo la misma premisa. Pero no tardaron en aparecer nuevos ciclos y certámenes al abrigo de hitos como los museos y el Festival de Cine, cuyo volumen no ha dejado de ser creciente, cuanto más mejor, según la más estricta acumulación, apartada la noción de calidad al anatema y sin ofrecer a los usuarios herramientas para definir la concreción, oportunidad y razón de ser de cada actividad. Y en ésas seguimos, en una jungla de propuestas en la que es casi imposible distinguir nada. Málaga se reivindicó como ciudad cultural por su asombrosa capacidad para programar cualquier cosa, pero renunció a la vez a darle un sentido racional y competitivo a esa programación, por lo que, a la hora de disfrutar de determinadas propuestas de calidad, sobre todo en lo que tiene que ver con la música, la lírica y las artes escénicas, ha habido que seguir subiendo al AVE. Al mismo tiempo, a todo aquel tejido independiente que desde la Transición venía partiéndose la cara para abrir por su cuenta galerías de arte, pequeñas editoriales, compañías de teatro y salas de conciertos, sólo le quedaron dos opciones: volver a partirse la cara como buenos clientes para ganarse un hueco en la programación normalizada, la única que podía prevalecer, o desaparecer. Y así ha sido. Salvo en un caso. Adivinen cuál.

Es muy difícil desvincular esta deriva del empeño manifestado por el Ayuntamiento de Málaga en desalojar la Casa Invisible

Es muy difícil desvincular esta deriva del empeño manifestado por el Ayuntamiento de Málaga en desalojar la Casa Invisible, uno de los pocos espacios culturales que han defendido en los últimos años programaciones independientes, distintas y alternativas. Y es por tanto difícil considerar que la única razón de este empeño tiene que ver con la situación del inmueble, porque ni siquiera el Ayuntamiento ha sido claro a la hora de divulgar los motivos técnicos que obligan al desalojo inmediato. No obstante, incluso si tales motivos fueran graves en el grado ahora expuesto, convendría hacer una reflexión sobre lo mucho que podría ganar Málaga si se mantuviera la actividad de la Invisible en sus términos actuales en una sede rehabilitada, como el centro público, de puertas abiertas, que ya es. Si de mirar a Europa se trata, podemos citar numerosas historias que empezaron tal y como empezó la Invisible y que, gracias a una intervención administrativa capaz de dejar suficiente margen de acción en manos de los ciudadanos, se han saldado con espacios culturales y artísticos de primer orden y de influencia internacional. Sospecho que a los responsables de las programaciones culturales de nuestras administraciones publicas no les gustan las actividades de la Casa Invisible. Bien, a mí tampoco me atraen la mayor parte de las cosas que se ofrecen. Pero convendría aclarar que a mucha gente tampoco le gusta la oferta cultural que despacha Málaga en sus ciclos habituales. Sabemos sin embargo que, una vez que se produzca el desalojo, tendremos más de lo mismo, con el mismo color, con el mismo tono, la misma gente. Pero será mucho. Y será perfecto.

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