Calle Larios

Los malagueños autóctonos

  • Sostiene Celia Villalobos que los chinos no saben preparar la tortilla de patatas como a ella le gusta, así que hay razones para mosquearse si les da por hacerse con todos los restaurantes del barrio

Pero cómo vas a hacer una tortilla de papas así, alma de cántaro.

Pero cómo vas a hacer una tortilla de papas así, alma de cántaro. / M. H.

Le mosquea a Celia Villalobos que los restaurantes de su barrio hayan caído en manos de los chinos. Semejante premisa daría para rodar una versión española de Gran Torino, con una transición moral más acusada. Villalobos confiesa que ella, “los chinos, regular”, no en una mesa de casa Aranda frente a unos churros, sino a lo grande, en un plató y en horario de máxima audiencia: los chinos, regular. Preguntada por los motivos de su recelo, la que fuera ministra y alcaldesa da cuenta de los mismos, sin problema: “Porque la tortilla de patatas de ellos no es la que a mí me gusta”. Acabáramos. Todo esto pasaba a ojos de unos cuantos miles de espectadores, pero el espectáculo se daba, como siempre desde los plenos municipales de antaño, bajo la fórmula acostumbrada: primero se suelta la barbaridad con la boca más grande y luego se matiza la cosa con un apunte de aparente intranscendencia, banal, de chascarrillo, pero con todo el paternalismo del mundo, con lo cual se completa la maniobra de despiste aunque la barbaridad quede afirmada con alcances aún más vergonzosos. Niega Villalobos a los chinos la capacidad de hacer la tortilla de patatas como a ella le gusta, sin cebolla, por más que se pongan no saben, no alcanzan, traen esa tara de fábrica. Y por eso, a ella, los chinos, regular. Así que es razonable que le mosquee que los chinos se hagan con los restaurantes de su barrio: a saber qué espanto de tortilla cocinarán ahí esos temerarios. Afirmado el criterio, es de suponer que un servidor tampoco le resultará muy de fiar a Celia Villalobos: la tortilla de patatas no se me da muy bien, mierda, incluso es de esperar que haya algún chino al que se le dé mejor que a mí, que ya hay que ser desgraciado. No es cosa de broma. Hace unos años tuve ocasión de tomar una caña en un bar con Fernando Arrabal y el pidió un pincho de tortilla con la misma ceremonia con la que habría pedido un pincho de unicornio austral. Mientras lo degustaba con pequeños bocados, como si la mismísima transubstanciación se hubiese manifestado sobre aquella barra de pan, me confesó que lo que más echaba de menos de España, más que cualquier otra cosa, era la tortilla de patatas. Los parisinos tienen muchas ínfulas con sus omelettes, pero en cuanto les añaden unas papas la pifian sin remedio. De modo que, de vuelta a la película, podemos concluir que lo que Celia Villalobos echa de menos es ver los restaurantes de su barrio en manos de buenos españoles que sepan cocinar la tortilla de patatas que a ella le gusta. Por mucho que lleven décadas aquí, por mucho que hayan nacido aquí, por mucho que trabajen y tributen aquí, los chinos nunca podrán aspirar a ser de los nuestros porque no saben hacer la tortilla como Dios manda. Un poco como cuando Juan García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León, afirmaba que Vox, su partido, quería para su comunidad “castellanos y leoneses autóctonos”. Es decir, castellanos y leoneses que sepan preparar la tortilla de patatas que le gusta a Celia Villalobos, la de siempre, la de toda la vida, sin cebolla. Bien mirado, la pericia demostrada a la hora de preparar el plato podría considerarse la prueba definitiva de españolidad. Igual que en el siglo XVI se mandaba a los castellanos nuevos a tomar morcilla para descartar resistencias judías, bastaría con reclamar a cualquier chino que prepare una tortilla de patatas antes de concederle la licencia para abrir un restaurante. Pan comido. 

Si el 20% del censo de la provincia de Málaga es de origen extranjero, es de suponer que ahí habrá muchos chinos

Cabe preguntarse qué pensará Celia Villalobos del hecho de que el 20% del censo de la provincia de Málaga sea de origen extranjero, lo que, por otra parte, ha permitido al mismo territorio liderar el crecimiento de población en España. Es posible que a los ingleses, alemanes, finlandeses y rusos que vienen a vivir a la Costa del Sol se les dé de lujo la tortilla de patatas, pero no podremos confirmar nada al respecto hasta que no se pronuncie la susodicha, quien, que sepamos, nunca ha aplicado el término regular a estas nacionalidades. Todo apunta, sin embargo, a que en ese 20% del censo hay un montón de chinos rabiosos por comprar todos los restaurantes del condado y guisar en sus cocinas las peores tortillas de patata del mundo. Y a que, por haber, habrá hasta magrebíes y venezolanos, gente de la que no sabemos qué echa exactamente al puchero. Así que corresponde preguntarse, también, por los malagueños autóctonos, los de aquí de siempre, los de toda la vida, los que nacen ya con la sartén en una mano y el huevo en la otra, los puros de corazón, esos que Vox prefiere y Celia Villalobos también, es que ya no puede uno andar por la calle sin que te hablen con un acento extraño o sin que te pongan una tortilla de patatas como es debido. Pero tanto Villalobos como los de Vox saben bien que aquí los autóctonos han sido y son, desde hace tres mil años, los que han venido de fuera, los que han campado por aquí para quedarse definitivamente. Que no había malagueños esperando cuando llegaron malagueños de otros sitios. Que los malagueños fenicios, romanos, árabes y castellanos han sido, somos, exactamente los mismos. Que los moros y judíos que expulsaron no eran invasores llegados de otra parte, sino que éramos nosotros, los mismos que somos ahora. Y aunque ha sido así en todas partes, resulta que en Málaga este principio se ha cumplido en directrices similares hasta hacer de la provincia este territorio dinámico y esperanzador que es ahora. Por las mismas, tal vez el éxito de Málaga puede ser un antídoto notable en la opinión pública contra el nacionalismo racista que, tras su apogeo en el País Vasco y Cataluña, ahora quieren llevar a toda España Vox y quienes dan alas a sus aspiraciones. Venga. Hagámoslo. Invita la casa.

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