Calle Larios

Para los malagueños, sin los malagueños

  • El agravio respecto a los eventos de la ciudad que no cuentan con la marca turística parece no sólo creciente y doloroso, sino ya irreversible

  • Así que igual firmábamos por una versión postmoderna del despotismo ilustrado 

La Feria del Libro de Málaga es de los malagueños: por eso habría que mejorarla.

La Feria del Libro de Málaga es de los malagueños: por eso habría que mejorarla. / Javier Albiñana (Málaga)

Consideraciones aparte, cada nueva edición de la Feria del Libro entraña una oportunidad para la reconciliación con la ciudad. Cuesta no alimentar la esperanza cuando encuentras los puestos repletos de gente, en paciente espera para alcanzar los volúmenes y echar un vistazo, librería tras librería, editorial tras editorial. Este año he acudido además en coincidencia con el buen tiempo (la alternancia primaveral con los chaparrones ha sido inevitable, pero cualquiera le hace ascos al agua) y cada visita ha lucido espléndida, con el recinto a rebosar. Puede tratarse de una coincidencia, pero el público que encontré era mayoritariamente joven, muy joven, y cuando ves a esta gente de la edad en la que la diferencia entre un notable y un sobresaliente lo significa todo batiéndose en duelo, codo con codo, para ganarse un puesto en el muestrario no hay más remedio que afirmar que, a pesar de todo, algo estamos haciendo bien, maldita sea. Qué más da la calidad de la mercancía que busquen: han venido hasta aquí cuando perfectamente podían ordenar que les llevaran estos mismos libros a casa y no podemos ser tan necios como para fingir que eso no importa. Resulta significativo el modo en que Málaga ha hecho suya la Feria del Libro como punto de encuentro, plan marcado en rojo, protocolo que cumplir y cita que no perderse, muy a pesar de los cambios de emplazamiento, bailes de fechas y desfiles de modelos de definición y organización. Mientras satisfacía al fin mi derecho a hojear las novedades, un señor defendía a mi lado, en conversación con el librero, el Paseo del Parque como ubicación idónea, con sus buenas razones. El mismo librero le recordaba, sin embargo, que las últimas ediciones celebradas allí no funcionaron bien, que la zona había perdido buena parte de su tránsito habitual tras la recuperación del puerto y que no pocos libreros habían reclamado un traslado con tal de salir más al paso. La impresión de patata caliente no es el mejor aliado que digamos para una feria del libro: al final, se trata de ubicar el evento donde menos estorbe, tanto a los turistas como a los comercios, lo que explica que las demandas para instalarla en la calle Larios o en la Plaza de la Constitución, por ejemplo, fueran descartadas sin más, a quién se le ocurre, mientras nadie puso reparos a mantenerla en la Plaza de la Merced en las peores condiciones. Seguramente la Plaza de la Marina no es el peor lugar de los posibles, pero tampoco el idóneo. En todo caso, parece que allí no interfiere en los verdaderos intereses de la ciudad, ya saben, los que tienen que ver con el mayor aprovechamiento especulativo y con el turismo cada vez más atractivo, parece, para una clientela en progresiva degradación. Así que bien está. Que la Feria del Libro gane el favor de la gente, que se diera un enorme apoyo popular a la librería Proteo para su reapertura y que las actividades en torno al libro sean cada vez más demandadas demuestra que aquel señalamiento de la lectura como aliada eficaz y reparadora que se había dado durante los meses del confinamiento no era un capricho ni una moda pasajera. El mundo de los libros es importante para muchos, también, porque se concreta en comunidades locales de enriquecimiento mutuo, siempre en entornos inmediatos. En la Feria del Libro de Málaga no hay turistas: sus usuarios son de aquí, viven aquí, estudian y trabajan aquí. Y tal vez eso explique algunas cosas.

Lo público se promueve como algo costoso y complejo cuando se trata, ni más ni menos, de lo que sí tenemos

Tal vez eso explique, por ejemplo, que la Feria del Libro, que es un evento que se desarrolla durante diez días, siga sin ganar el apoyo de las instituciones implicadas en su sostenibilidad de manera decidida. Especialmente en lo que se refiere al Ayuntamiento, que sigue pasando por encima de una demanda en aumento de la sociedad malagueña respecto a una feria del libro de verdad. Muy a pesar de los esfuerzos de sus responsables y organizadores, la programación de actividades de la feria que ahora termina ha sido, cuanto menos, discreta, impropia de una ciudad de la proyección cultural de Málaga. Basta comparar esta programación con las de ciudades de proyección y hechuras mucho menores, incluso las de municipios de población notablemente más reducida, para saber de qué estamos hablando. Es una cuestión de presupuesto, sí, pero también de considerar que la Feria del Libro puede ser una oportunidad estratégica para la ciudad, algo que, parece, formaría parte a día de hoy de la más estricta ciencia-ficción por más que la nuestra, la de la Málaga, sea una de las más antiguas de España. Pero que todavía cunda la impresión de que la Feria del Libro no termina de encontrar su sitio obedece a otra estrategia por la que sí se ha apostado sin fisuras: la que pasa por explotar cada palmo de suelo en virtud de un mercado cada vez más exigente y restrictivo, una vara de medir aplicada con igual rigor a los espacios y servicios públicos y cuya única concreción es la que tiene que ver con el binomio turismo / hostelería. Con todo esto, sólo nos queda concluir que, si la Feria del Libro se convirtiera en un atractivo turístico, otro gallo cantaría. Lo mismo podemos decir de las zonas verdes, los parques infantiles, las bibliotecas municipales y todo ese lío de lo público, permanentemente promovido como algo costoso y complejo cuando se trata, ni más ni menos, de lo que sí tenemos. Uno casi firmaría por una versión postmoderna del despotismo ilustrado: todo para los malagueños, sin los malagueños. Porque ni a eso llegamos.

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